Interludio: Ecos en las Calles de Velmora

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El viento soplaba con una frialdad que calaba hasta los huesos en las calles desiertas de Velmora, una pequeña aldea a las afueras del reino de Karnothr. Los rumores de guerra habían llegado hace días, y con ellos, el miedo se asentó en cada rincón de este lugar. Sabíamos que estábamos cerca del conflicto, aunque nos esforzábamos por ignorarlo. Los susurros hablaban del ejército de Thel'Varn, de sus clanes unidos, hambrientos, moviéndose lentamente hacia hacia nuestro reino.

Desde que se avistaron las primeras tropas en los bosques cercanos, la vida en Velmora cambió drásticamente. Las casas, antes llenas de movimiento, ahora parecían vacías, sus puertas cerradas a cal y canto. Los niños ya no jugaban en las calles, y los hombres que solían reunirse en la taberna ahora solo murmuraban entre ellos, con miradas perdidas.

El fuego en la chimenea de la posada crepitaba débilmente, insuficiente para calmar la tensión que reinaba en el aire. Me senté junto a la ventana, observando la oscuridad que envolvía la aldea, sin atreverme a apartar la vista. No éramos soldados, no teníamos entrenamiento para la guerra... y sin embargo, estábamos a punto de ser arrastrados por ella.

—Dicen que los clanes de Thel'Varn han cruzado las colinas —murmuró un hombre cerca de mí, su rostro pálido iluminado solo por el fuego—. Ya no queda mucho tiempo...

No quise responder. ¿Qué podíamos decir? Desde Karnothr, no habíamos recibido ninguna noticia. El reino estaba ocupado defendiendo las fronteras más al norte, dejando nuestras tierras indefensas. Algunos aldeanos ya habían huido al sur, pero la mayoría se había quedado, aferrados a la esperanza de que la guerra no llegara hasta aquí. Yo era uno de ellos. No podía abandonar mi hogar... aunque sabía que quizá pronto no quedaría nada de él.

El sonido de pasos apresurados rompió el silencio tenso. Al girar la cabeza, vi al posadero entrar en la sala, su respiración agitada. Algo en su rostro me hizo ponerme en pie de inmediato. Era el tipo de miedo que no se disimulaba fácilmente.

—Los exploradores han vuelto... —dijo entre jadeos, limpiándose el sudor de la frente—. Están cerca... más cerca de lo que pensábamos.

Un murmullo recorrió la sala, y un silencio pesado cayó sobre nosotros. Afuera, el viento se detuvo, como si incluso la naturaleza esperara el inminente conflicto. La guerra estaba a nuestras puertas. No éramos soldados, no estábamos preparados para lo que venía... pero ya no había vuelta atrás.

El silencio que se había apoderado de la taberna duró solo un momento antes de que las primeras campanas de advertencia comenzaran a sonar en la distancia. Mi pecho se encogió. No había tiempo que perder. Sin esperar más, me levanté de un salto, apartando el banco que se tambaleó detrás de mí, y salí corriendo hacia las calles.

El aire estaba cargado de miedo, y a lo lejos, las voces de otros aldeanos comenzaron a elevarse en confusión. Nadie sabía exactamente qué hacer, solo que debíamos escondernos... o huir. Pero ¿a dónde? Las colinas, los caminos, todo estaba demasiado cerca de las tropas enemigas. Lo sabíamos... todos lo sabíamos.

Mi primer pensamiento fue mi familia.

Corrí lo más rápido que pude, sintiendo la helada de la noche golpearme el rostro mientras mis pies se hundían en el barro que cubría las calles. La casa no estaba lejos, pero con cada paso, el miedo se hacía más denso, un nudo en la garganta que apenas me dejaba respirar. Cuando por fin llegué, abrí la puerta de golpe, jadeando.

Mi esposa, Lena, me esperaba en la entrada, su rostro pálido, una mano sobre su vientre abultado. Su mirada me lo dijo todo. Sabía lo que estaba ocurriendo, incluso sin que yo tuviera que decir una sola palabra. Nuestra hija, Elia, estaba de pie junto a ella, sus grandes ojos oscuros llenos de miedo, aferrándose a las faldas de su madre.

—Tienen que esconderse... —dije, mi voz quebrada, mientras me acercaba a ellas—. El ejército de Thel'Varn está cerca.

Lena asintió, aunque sus labios temblaban. Era fuerte... siempre lo había sido, pero incluso su fortaleza no bastaría contra lo que venía. Nos habíamos preparado para esto... pero en el fondo, ninguno de los dos había creído que realmente llegaría el día.

—¿A dónde podemos ir? —preguntó ella en un susurro.

Miré alrededor, buscando una respuesta que no existía. Velmora no tenía un lugar seguro. El bosque, que bordeaba la aldea, estaba lleno de peligros, y cualquier huida por los caminos solo nos haría blanco fácil. El eco de las campanas seguía resonando, era como si la muerte misma nos acechara.

—El sótano... —dije finalmente—. Vamos al sótano. Quizá puedan pasar de largo... Tal vez... —Mentía, lo sabía. Pero no podía permitirme mostrar debilidad.

Lena asintió de nuevo y tomó la mano de Elia, quien se aferraba a ella con fuerza. Mientras las guiaba hacia la pequeña trampilla en la parte trasera de la casa, escuché el primer grito en la distancia. Mi corazón se detuvo por un instante. Las primeras casas, al borde de la aldea, estaban siendo atacadas.

—Rápido... —apremié, levantando la tapa de madera con un crujido. El aire rancio del sótano subió a nuestros rostros, pero no importaba. Lena bajó con cuidado, ayudando a Elia a descender tras ella. Me quedé un momento en la entrada, sin saber si debía unirme a ellas o enfrentar lo que venía.

Antes de que pudiera decidirlo, un estruendo sacudió las calles. El sonido de una explosión, seguido de gritos. Mi cuerpo se movió por instinto, bajé la tapa del sótano sin decir nada y me quedé ahí, en la oscuridad, junto a mi familia.

Los gritos se multiplicaron. Afuera, el caos reinaba. Pude escuchar las puertas siendo derribadas, el chocar de las espadas... la guerra había llegado a Velmora. El suelo temblaba bajo nuestros pies, y cada sonido era una confirmación de que no había escapatoria. Me acerqué a Lena, abrazando su cuerpo tembloroso, y a nuestra pequeña Elia, que se aferraba con todas sus fuerzas a mí.

—¿Qué pasara, papá? —preguntó Elia, su vocecita quebrada por el miedo. No supe qué responderle. Solo le acaricié el cabello, tratando de transmitirle una calma que no sentía.

El rugido de las llamas comenzó a hacerse evidente. No podía ver lo que ocurría afuera, pero lo imaginaba con claridad. Las casas estaban siendo arrasadas, y el fuego consumiría cada rincón de Velmora. Los hombres, algunos vecinos, intentaban resistir, lo sabía... pero no había forma de detener a un ejército como el de Thel'Varn. Ellos no venían a capturar... venían a destruir.

Un golpe fuerte resonó en la puerta principal de nuestra casa. Lena me miró, sus ojos llenos de pánico. Ambos sabíamos lo que eso significaba. Aferré con más fuerza la mano de mi hija, mi mente en blanco. No había salida, no había esperanza.

La puerta se desplomó con un estruendo, y el sonido de pasos pesados invadió nuestro hogar. Las botas de los soldados resonaban con firmeza, buscando, arrasando. El aire en el sótano era denso, casi asfixiante. Mis dedos temblaban mientras intentaba mantener la calma.

—No hagan ruido... —susurré, aunque sabía que era inútil.

Los pasos se acercaron, moviéndose de habitación en habitación. Pude escuchar cómo rompían muebles, buscando algo... o alguien. Mi corazón latía desbocado, y cada segundo parecía una eternidad. Elia sollozó suavemente contra el pecho de su madre, quien la envolvía con sus brazos, tratando de protegerla.

Finalmente, los pasos llegaron a la trampilla del sótano. Un momento de silencio, como si los soldados dudaran, antes de que el golpe metálico de una espada contra la madera rompiera el aire. No me moví, no respiré... pero sabía que el final había llegado.

—¡Aquí abajo! —gritó uno de ellos.

El crujido de la tapa levantándose resonó en mis oídos. La luz, tenue y cruel, se filtró en el sótano, y en un instante, las sombras de los soldados cubrieron nuestros cuerpos. Aferré la mano de Lena con desesperación, sabiendo que no podía hacer nada para protegerlas. Uno de los soldados descendió, su rostro cubierto por un casco ennegrecido, su espada levantada.

—¡Aquí hay una familia! —gritó el soldado, su voz indiferente, mientras otros descendían tras él.

El miedo me paralizó, mis piernas no respondían. Los soldados no dijeron nada más. Solo se acercaron... y entonces, el mundo se apagó.

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⏰ Última actualización: 4 days ago ⏰

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