Capitulo 1: El silencio del invierno.

11 2 0
                                    

La luna llena se alzaba alta en el cielo, fría y distante, derramando su pálida luz sobre la nieve recién caída. A la entrada del bosque, una figura solitaria se detenía, envuelta en sombras, con el cabello blanco destellando bajo el tenue resplandor lunar. El invierno había llegado, trayendo consigo el silencio de la muerte. La figura se mantenía inmóvil, como si escuchara algo en la brisa helada, algo que solo ella podía oír. Detrás de ella, un orfanato de piedra se alzaba oscuro y ominoso, sus paredes manchadas de un rojo profundo que contrastaba con la pureza de la nieve. La sangre, aún fresca, corría lenta por las grietas, empapando la tierra congelada.

El viento aulló entre los árboles, levantando una nube de copos que se arremolinaban alrededor de la figura. Lentamente, esta se giró, echando un último vistazo al edificio. No había lágrimas en sus ojos, ni temblor en sus manos. Lo que sea que había ocurrido dentro, ya no tenía importancia. Con un paso firme, se adentró en el bosque, dejando tras de sí las sombras de un pasado que estaba a punto de ser enterrado bajo la nieve.

Horas antes...

Los pisos de piedra del orfanato eran fríos, duros, y siempre parecían estar sucios, sin importar cuántas veces se frotaran con los trapos viejos. Una joven de cabello blanco se inclinaba sobre un cubo de agua turbia, pasando un trapo sucio sobre las losas con sus manos enrojecidas por el frío y el esfuerzo. El eco de pasos descalzos resonaba en el pasillo vacío mientras un muchacho delgado se acercaba a ella, arrastrando los pies.

-Winter, no tiene sentido seguir limpiando-dijo él muchacho con una sonrisa amarga-. Las monjas solo buscaran una excusa más para castigarte.

Winter no respondió de inmediato. Sus ojos seguían fijos en el suelo, como si cada pasada del trapo pudiera borrar algo más que la suciedad. La monotonía del trabajo era su único escape de la realidad que la rodeaba. Al final, se detuvo y susurró:

-Si dejo de hacerlo, me castigarán de todos modos. Al menos así mantengo las manos ocupadas.

El chico, Hans, la observó por un momento antes de encogerse de hombros. Sabía que Winter tenía razón. En ese lugar, cualquier excusa era válida para imponer un castigo, y para una elfa, las excusas nunca faltaban.

-Dicen que la Madre Irina se va a comprar un abrigo nuevo con el dinero que supuestamente era para la comida de la semana. Como si ya no nos dieran suficiente pan rancio y agua sucia -comentó el chico, con un toque de burla en su voz-. Lo escuché en la cocina esta mañana.

Winter se detuvo un instante, apretando el trapo entre sus manos. No era un secreto que las monjas desviaban el dinero destinado a los niños. Las fauces hambrientas que llenaban los pasillos eran una prueba evidente de ello. Pero oírlo en voz alta, en palabras tan sencillas, solo profundizaba el resentimiento que había crecido en su interior.

Antes de que pudiera responder, el sonido de pasos rápidos y autoritarios se acercó. La figura corpulenta de la Madre Irina apareció en el extremo del pasillo, su rostro severo arrugado en una mueca de disgusto. Sus ojos se posaron sobre Winter con una intensidad que hizo que Hans se apartara rápidamente.

-Maldición de los dioses -gruñó la monja, deteniéndose frente a Winter-. ¿Qué haces ahí parada? No sirves ni para limpiar, estúpida elfa. Es un milagro que no te hayan dejado morir en el bosque como la escoria que eres.

Hans bajó la cabeza, sabiendo que cualquier intento de defender a Winter solo empeoraría la situación. Pero Winter no dijo nada. Había aprendido a soportar los insultos, a dejar que resbalaran sobre ella como el agua en las piedras. Sin embargo, cada palabra de la Madre Irina era una herida más en su alma, una cicatriz que nunca sanaba.

La monja pateó el cubo de agua, derramando el contenido sucio sobre el suelo limpio.

-Recoge esto y ve a la capilla. Necesitas rezar para expiar tus pecados, aunque con tu sangre corrupta, dudo que sirva de algo.

Umbra VultusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora