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Cuando despertó, lo hizo de forma brusca. Su padre, James, estaba sacudiéndola por los hombros. Parecía desesperado, y entre sueños, pudo escuchar el llanto de su madre desde la sala de estar.

—¡Qué hiciste, Madison! ¿Qué has hecho? —exclamaba. Ella lo miró sin comprender.

—¿Qué? ¿Qué pasa? —balbuceó, apartándose el cabello de la cara.

—¡Hay trozos de un tablero ouija quemados en el patio, y anoche la hija de los Chastain murió quemada!

Al escuchar aquello, Madison abrió los ojos con rapidez, como si de repente las palabras le hubieran sentado peor que una bofetada, quitándole el sueño de un golpe.

—¡¿Qué?! —exclamó. —¡Yo no hice nada!

—¡Todo se ha ido a la mierda desde que jugaste con esa cosa en aquella fiesta! —abatido, James se dejó caer en el borde de la cama, sentándose en ella, y entonces se quitó los anteojos con una mano trémula, frotándose los ojos. Madison jamás había visto a su padre llorar, ni siquiera una vez en sus dieciséis años, aquella era la primera.

—Papá... —murmuró, con miedo. No sabía que hacer ni cómo actuar.

—Levántate y recoge tus cosas, debes hacer el equipaje. Hoy mismo te irás con tus abuelos, tu madre lo ha decidido.

Madison abrió grandes los ojos, y lo miró casi boquiabierto. De repente tenía muchas ganas de llorar y gritar, pero en su lugar no hizo nada de eso. Solamente sintió correr el cosquilleo nervioso por todo su cuerpo de saber que había cruzado un límite, que la había cagado y bien. Entonces negó con la cabeza.

—¿Qué? Pero no... eso no es justo. ¿Y tú no hiciste nada? Papá... —en un arrebato de desespero, le apoyó una mano en el hombro y lo ladeó hacia ella. —¡Papá, dime algo!

—¿Qué quieres que te diga, Madison? ¡Has jugado con algo que ni siquiera entiendes, y dos jovencitas han muerto! ¡Dos! —le respondió.

—Tú no crees en estas cosas... ¿De mamá? De acuerdo, lo espero. No de ti, papá, por favor... —dijo ella, con la voz quebrada al tiempo que negaba con la cabeza.

—De hecho no lo hago, pero es imposible no creer en que algo horrible está sucediendo, cuando ya han muerto dos personas directamente implicadas a esa maldita noche en que tuvimos que llevarte al hospital por jugar esa mierda —James se cubrió los ojos con una mano y entonces la miró con expresión asustada—. ¿Sabes quién te fue a buscar ese día, y te encontró despatarrada encima de una mesa, totalmente inconsciente? Yo, Madison, yo lo hice. Yo te cargué en andas hasta el coche y yo fui quien condujo hasta el hospital. No sé qué has causado ni con que... —hizo una pausa, dudoso. —cosa has contactado, pero es mejor que permanezcas un tiempo fuera, hasta que todo se calme. Tienes dieciséis, permanece estos dos años con tus abuelos y cuando tengas la mayoría de edad, podremos mudarnos a otro sitio donde comenzar de nuevo.

—¿Y crees que por echarme a Filadelfia Sarah y Emily van a resucitar o algo así? No quiero ir con los abuelos, por favor... Se supone que debes apoyarme, papá... —para este momento, algunas lágrimas ya estaban derramándose por sus mejillas. —Déjame al menos despedirme de Alex, o explicarle algo, que se yo...

James le apoyó ambas manos en los hombros, y entonces la miró directamente a los ojos.

—Todos están ahora mismo con los tramites del funeral para Emily, su madre está en estado de shock con asistencia médica y su padre... —hizo una pausa, y suspiró. —No quisiera ser él en este momento, ni ver lo que tuvo que ver. Ese pobre hombre intentó apagar las llamas del cuerpo de su hija con sus propias sábanas. Todo el vecindario está conmocionado, y todos están hablando de nosotros —repentinamente, envolvió en un abrazo a su hija—. Te amo, Madison, en verdad que lo hago, pero no sé qué has hecho. Ahora somos la familia de brujos, y estaremos en boca de media localidad, gracias a ti. Por favor, no lo hagas más difícil, ya suficientes tragedias han ocurrido.

El legado de las sombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora