CAPÍTULO TRES - RASTROS

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Durante la tarde anterior, Madison había pasado la mayor parte del tiempo investigando con su habitual tenacidad, hasta quedarse sin datos en el teléfono con los cuales poder enviarse internet a su computadora portátil. Sus dedos, finos y ágiles, no habían cesado durante horas de recorrer páginas tras páginas de antiguas publicaciones en la red, buscando cualquier mención de Julianne Grimshaw. Sin embargo, lo que encontró solo logró confundirla aún más: registros médicos incompletos, nombres tachados, fechas incongruentes. El nombre de Julianne aparecía aquí y allá, pero siempre de una forma esporádica, errante. Aun así, lo poco que había encontrado la había dejado completamente segura de algo: no se hablaba bien de ella.

Por la noche, apenas cenó, y aquella fue la primera noche en mucho tiempo en que por fin podía dormir sin malos sueños, lo cual agradeció profundamente. Anhelaba unas buenas horas de descanso tras tantas madrugadas en desvelo, por lo cual a la mañana siguiente se levantó de la cama bastante tarde, como a eso de las nueve. El hospital Ashgrove estaba envuelto en una atmosfera grisácea, producto de la persistente tormenta que caía sin tregua desde que había llegado allí. Las nubes, pesadas y oscuras, parecían aplastar el edificio entero, intensificando la sensación de opresión que sentía casi de forma perpetua.

Se peinó un poco el cabello, se lavó la cara y se vistió con su ropa favorita, un pantalón de jean negro, sus pobres botas de cuero aun con marcas antiguas de barro reseco en los costados, una camiseta de manga larga y un suéter de capucha con Eddie, el zombi mascota de Iron Maiden, pintado en su espalda sosteniendo un hacha con sangre. Se dirigió luego a la cafetería, esperando encontrar un momento de calma en medio del caos interno que la consumía, pero al entrar, notó que a excepción de algunos pocos enfermeros, el lugar estaba casi desierto. Suponía que todos habían desayunado temprano, como era de esperarse, por lo que se dirigió directamente hacia el mostrador mientras que saludaba a Sandy. Al escucharle la voz, Anthony levantó la vista de su taza de café y la miró con una sonrisa tenue. Espero a que ella se sirviera y entonces le hizo un gesto con la mano, para que se sentara con él. Sin embargo, al ver su expresión exhausta, la miró un tanto preocupado.

—Hola —dijo ella, en un murmullo. Anthony la observó con detenimiento.

—Madison, ¿estás bien? —preguntó, con suavidad. Sus ojos azules la observaban con una mezcla de curiosidad y genuina inquietud.

Sorprendida por la intensidad de su mirada, no pudo evitar sentirse un poco expuesta. Había intentado mantenerse al margen, evitar que sus problemas personales afectaran su desempeño en el hospital, pero algo en la manera en que Anthony la miraba la hizo darse cuenta de que no podía seguir escondiéndose. Además, alguien como él debería entenderla perfectamente, se dijo. Adoraba el misterio, era quizá el más idóneo de todo Ashgrove para comprender la magnitud del lio en que estaba metida.

—Estoy... —Madison dudó por un instante, buscando las palabras adecuadas. —Solo un poco abrumada. Este lugar tiene más historia de la que imaginaba.

Asintió lentamente, sus ojos todavía fijos en los de ella.

—Sí, lo noté ayer, cuando fuiste sola al área restringida —dijo, con una nota de reproche en su voz, pero sin juzgarla—. ¿Qué estabas buscando allá, Madison? Ese lugar no es seguro, la estructura está muy deteriorada.

Sintió como un pequeño nudo comenzaba a formarse en su estómago. Anthony esperaba una explicación, pero no estaba segura de como comenzar, tan siquiera si estaba dispuesta a brindársela. Sin embargo, algo en su manera de hablar, su preocupación genuina, la animó a ser honesta.

—No es fácil de explicar —susurró, desviando la mirada hacia la taza de café, humeando frente a ella, al mismo tiempo que sentía que las palabras se le atoraban en la garganta.

El legado de las sombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora