Capitulo 2: Noche sin descanso.

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El ambiente en la casa era denso, como si la atmósfera misma se resistiera a aceptar la presencia de los extraños. Verónica cerró la puerta tras ellos, sintiendo que cada sonido, por mínimo que fuera, se amplificaba en el silencio. Los cuatro jóvenes permanecían de pie en la entrada, como si esperaran instrucciones, aunque sus miradas inquietas recorrían la sala con la confianza de quienes saben que encontrarán lo que buscan.

Verónica, sin dejar de observarlos, ajustó la bata sobre su cuerpo. El camisón húmedo seguía pegado a su piel, y la sensación de frío e incomodidad hacía que su ansiedad aumentara. El roce del tejido contra su piel la mantenía en constante estado de alerta, recordándole que estaba demasiado vulnerable ante aquellos desconocidos.

El primero en hablar fue el joven de ojos grises, su voz era baja, tranquila, pero había en ella un peso extraño, como si cada palabra estuviera cuidadosamente calculada.

–Gracias por dejarnos entrar –dijo, inclinando ligeramente la cabeza, como si eso bastara para aplacar cualquier posible sospecha.

Verónica sostuvo su mirada un momento. Había algo en él que no lograba descifrar del todo. Carraspeó para liberar la tensión que sentía en la garganta.

–Henry no está aquí –repitió, su voz quebrándose levemente, aunque intentó sonar firme–. Desapareció hace una semana. No sé dónde está, y si vinieron por él, no hay nada que puedan hacer aquí ahora.

Los cuatro jóvenes intercambiaron miradas silenciosas, una conversación muda que parecía suceder más rápido de lo que Verónica podía interpretar. Sus ojos se comunicaban con una fluidez que sugería que llevaban tiempo trabajando juntos. Ese tipo de sincronía la puso aún más nerviosa. ¿Quiénes eran realmente? ¿Qué los había traído hasta allí?

El más joven del grupo, un chico rubio y delgado con los ojos soñolientos, fue el primero en romper el silencio.

–¿Podemos quedarnos esta noche? –preguntó con una voz suave y despreocupada, como si fuera una solicitud sin importancia.

Había algo en su tono, casi infantil, que la hizo dudar por un instante. Sin embargo, los centinelas no le dejaban muchas opciones. Si los atrapaban fuera de la casa, vendrían por ella también, y la última cosa que Verónica quería era lidiar con la burocracia de la ciudad burbuja.

–Está bien –respondió al fin, bajando la mirada–. Pueden quedarse una noche. Les traeré algunas cobijas.

Uno de ellos, una chica de cabello rojo oscuro con puntas negras, dio un paso al frente y se quitó la capucha. Sus ojos verdes la miraron con una mezcla de diversión y curiosidad.

–Yo te ayudo –dijo, con una sonrisa ligera –. No queremos que los chicos se congelen, aunque uno se lo merezca.

Giró la cabeza hacia el joven de cabello plateado, cuyos ojos azules destellaron con irritación.

–Pietro no necesita cobija –añadió con una risa suave.

Pietro refunfuñó, cruzando los brazos sobre su pecho en un gesto defensivo. Había algo en él que lo hacía parecer siempre de mal humor, como si el mundo entero fuera una molestia constante.

–Eres insoportable –murmuró, desviando la mirada hacia otro lado.

Verónica casi sonrió, pero la incomodidad seguía presente, palpitando bajo su piel. Liliana parecía la más amigable del grupo, pero había un filo en su comportamiento que la hacía difícil de leer por completo. Aun así, agradeció la compañía.

–Sígueme –dijo Verónica en voz baja, sintiendo el peso de los ojos de Aren sobre su espalda mientras salía del salón.

El pasillo estaba oscuro, iluminado solo por una tenue luz que se filtraba desde la sala. Los pasos de ambas resonaban suavemente sobre el suelo de madera, un eco pequeño en la inmensidad del silencio. La joven caminaba con naturalidad, sus ojos verdes explorando cada rincón del pasillo, como si se familiarizara con el espacio.

El Legado De Los Elementales: La Senda del HechiceroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora