Henry se quedó inmóvil, observando la ciudad devastada que alguna vez fue su hogar y el centro de todo su trabajo. Las ruinas se extendían a su alrededor como un campo de fantasmas, restos de un pasado perdido entre los escombros y el silencio. Los edificios caídos y las calles rotas eran testigos mudos de las promesas rotas y los sacrificios que no habían sido suficientes.
Sus hombros estaban caídos bajo el peso de la culpa y la tristeza. Los recuerdos lo golpeaban con cada mirada hacia el caos que lo rodeaba. Él había tratado de evitar todo esto, había creído en un futuro diferente... pero nada de eso importaba ya.
Verónica apareció a su lado, acercándose en silencio, su expresión llena de una mezcla de tristeza y empatía. Ella entendía el dolor que él llevaba, aunque Henry aún no hubiera puesto en palabras todo lo que sentía. Con suavidad, agarró su brazo, su mano pequeña pero firme buscando darle consuelo. El contacto fue suficiente para arrancarlo, aunque fuera por un momento, del abismo en el que su mente estaba atrapada.
— Lo siento tanto, Verónica... —murmuró Henry, su voz quebrándose. El peso de sus emociones comenzó a filtrarse por las grietas de su fachada calmada. No pudo mirarla a los ojos, sintiendo que no merecía siquiera eso. —Te dejé sola. No pude protegerte como debía...
Verónica frunció el ceño ligeramente, sus labios apretándose mientras trataba de encontrar las palabras adecuadas.
— Estoy aquí, Henry. Estamos aquí. —Su voz fue suave, como si temiera que cualquier palabra más fuerte pudiera hacerlo colapsar. El dolor en él era evidente, y aunque ella quería enfadarse por todo lo que había pasado, la compasión ganó la batalla en su corazón.
Henry tragó saliva, su mirada perdida en las ruinas frente a ellos. Luego, cerró los ojos y un sollozo ahogado escapó de sus labios. El nudo en su garganta era insoportable, y con cada respiración parecía romperse un poco más.
— No podía hacer nada... —murmuró, temblando ligeramente—. Si no les hacía caso, Iván iba a matarte.
Henry se llevó una mano al rostro, como si tratara de borrar la vergüenza y el dolor que sentía. Cada palabra le costaba esfuerzo.
— No podía permitir que te lastimaran. —El sollozo volvió, más fuerte esta vez, mientras se giraba hacia Verónica con los ojos vidriosos. El brillo de las lágrimas lo hacía parecer más viejo, más cansado. —No quería que te hicieran daño... no a ti, mi niña.
Verónica sintió cómo su corazón se rompía ante la desesperación de Henry. Él siempre había sido su refugio, su mentor, su familia. Verlo en ese estado, roto por dentro, fue más de lo que pudo soportar. Sin pensarlo dos veces, lo envolvió en un abrazo apretado, sosteniéndolo con toda la fuerza que tenía.
— Estoy bien, Henry. —Su voz tembló ligeramente por la emoción. —No importa lo que haya pasado, estamos juntos ahora.
Henry la abrazó con fuerza, como si temiera que ella pudiera desaparecer si la soltaba. Todo el peso que había cargado solo durante tanto tiempo se derramó en ese abrazo. Sus hombros temblaron con cada sollozo contenido, y por un momento, ya no fue el científico brillante ni el hombre que había enfrentado horrores. Solo era Henry, aferrándose a la única persona que había logrado salvar.
Verónica cerró los ojos, sintiendo cómo las lágrimas también caían por su rostro, pero no le importó. En ese momento, nada más importaba. Henry estaba con ella. Habían sobrevivido.
Mientras Henry y Verónica seguían abrazados, sumidos en un momento de alivio y desahogo, Aren se acercó lentamente. El brillo tornasol en sus ojos se había calmado, pero aún había un aire de seriedad en su expresión.
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El Legado De Los Elementales: La Senda del Hechicero
FantasyEn un futuro donde la ciencia y la naturaleza han alcanzado un delicado equilibrio, Verónica, una joven científica brillante pero socialmente torpe, vive en la ciudad burbuja, un refugio para los mejores cerebros de la humanidad. Su vida se ve trast...