Al cruzar el portal, los ojos de Verónica tardaron varios segundos en adaptarse al brillo de la luz que la rodeaba. La sensación de mareo y náuseas inicial la obligó a detenerse y tomar aire, con una mano apoyada en su estómago. Pero esa incomodidad pronto se desvaneció, y en su lugar una sensación de bienestar la invadió, como si el viaje a través del portal hubiera renovado su cuerpo. Poco a poco, su visión comenzó a aclararse, revelando un lugar impresionante.
El templo ante ella era majestuoso, como una estructura sacada de un pasado mitológico. Las columnas que sostenían el techo eran altas y resplandecientes, hechas de un mármol blanco que brillaba con destellos dorados en las inscripciones que las adornaban. Los detalles de oro parecían captar la luz de forma única, reluciendo como si tuvieran vida propia, y el suelo, también de mármol, era tan pulido que casi podía ver su reflejo en él. Verónica sintió la imponencia del lugar, cada elemento evocaba una grandeza antigua, como si aquel templo hubiera permanecido inalterado durante siglos, a salvo del tiempo.
Las columnas eónicas, con sus elegantes curvas y tallados intrincados, flanqueaban el vasto pasillo central que conducía a un arco blanco, monumental, que parecía ser la puerta de entrada y salida del templo. Pero fue el arco de piedra, detrás de ellos, lo que capturó su atención. Construido con una piedra blanca impecable, atravesada por líneas doradas que brillaban con una energía suave y cálida, el arco era tanto un portal físico como espiritual. Parecía un umbral sagrado, y a ambos lados, dos estatuas gigantescas lo custodiaban.
Las estatuas representaban figuras imponentes, una claramente masculina y la otra femenina, ambas talladas con un realismo que hacía difícil creer que fueran simples esculturas. La masculina era alta y robusta, con un manto que caía pesadamente sobre sus hombros, mientras que la femenina tenía una postura más grácil y esbelta, envuelta en pliegues delicados de piedra. Sus rostros eran solemnes, casi divinos, y sus ojos de piedra parecían seguir cada movimiento de los recién llegados con una intensidad casi inquietante.
Verónica se acercó más, sintiendo cómo su piel se erizaba. Algo en esas estatuas le resultaba demasiado real, como si estuvieran... vivas. Se detuvo cuando le pareció notar un movimiento apenas perceptible en los pliegues de la túnica de la estatua masculina. No era posible. Las estatuas parecían respirar, sus superficies de piedra apenas vibrando, como si hubiera algo más allá de lo físico, algo profundo y ancestral. Se acercó aún más, convencida de que solo era su imaginación, pero el leve movimiento seguía ahí.
—¿Quiénes son ellos? —preguntó, tratando de controlar el temblor en su voz.
Derek, que había estado observando las estatuas con una mezcla de respeto y orgullo, respondió con calma.
—Son representaciones de Espacio y Tiempo. Los creadores de los portales —dijo señalando primero a la figura masculina y luego a la femenina—. Este es su templo, un lugar sagrado.
Verónica frunció el ceño, observando las estatuas nuevamente. Aunque sabía que no era posible, cada vez estaba más convencida de que esas figuras se movían levemente, como si alguna energía invisible las mantuviera al borde de la vida. Respiraban, pero de una manera sutil, apenas perceptible, y sus ojos de piedra parecían seguir cada uno de sus movimientos, como si esperaran algo.
Antes de que pudiera pensar más en ello, Aren rompió el silencio, señalando hacia el exterior del templo.
—Vamos —dijo.
Verónica y los demás giraron hacia donde Aren apuntaba, y lo que vieron los dejó sin palabras. La parte trasera del templo carecía de una pared, abriendo el espacio hacia un vasto patio. Y lo que los recibía era un paisaje que desafiaba toda lógica.
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El Legado De Los Elementales: La Senda del Hechicero
FantasyEn un futuro donde la ciencia y la naturaleza han alcanzado un delicado equilibrio, Verónica, una joven científica brillante pero socialmente torpe, vive en la ciudad burbuja, un refugio para los mejores cerebros de la humanidad. Su vida se ve trast...