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Treinta carpas a rayas se alineaban cerca del escenario. Un grupo de músicos improvisados se sentaba con las piernas cruzadas bajo un árbol de imponente altura tamborileando los dedos contra la piel tensa de los bongos. También había varios flautistas y un pequeño grupo de hippies tocando diversos instrumentos hechos a mano. Unas bailarinas descalzas con largas faldas de gasa giraban con un ritmo hipnótico, mientras los visitantes observaban todo un poco perplejos.

En la feria podías comprar desde piedras curativas hasta libros de esoterismo. Podían leerte el futuro en la palma de la mano e interpretar tus vidas pasadas. Los puestos de comida ofrecían alimentos biológicos, verduras al horno, ensaladas y tartas.

El puesto de Lali estaba entre la de Madre Alma, sanadora espiritual, y El Naturista, experto en hierbas medicinales. El festival era una mezcla de espiritualidad y fines comerciales. Lali se había vestido para la ocasión con una blusa de campesina blanca sin mangas con unicornios bordados y ribetes dorados que se amarraban por arriba del ombligo. La falda a juego era de cadera baja y se abotonaba por el frente; la llevaba abierta desde las rodillas a los tobillos. Tenía unas sandalias planas de cuero hechas a mano. Se había dejado el pelo suelto, y unos finos aretes de oro colgaban de sus orejas a juego con el aro del ombligo. Todo el conjunto le recordaba a uno que se había puesto hacía tiempo cuando bailaba la danza del vientre.

Los aceites esenciales y aromaterapias se estaban vendiendo mejor de lo que esperaba. Hasta ese momento, las mejores ventas habían sido los aceites medicinales seguidos de cerca por los aceites de masaje. Justo enfrente del puesto de Lali había una mujer meditando y junto a ella, estaba el de Lorenzo, el hidroterapista del colon.

Lamentablemente para Lali, Lorenzo no estaba en su stand, sino en el de ella explicándole los beneficios de la hidroterapia del colon. Lali estaba muy orgullosa de tener una mentalidad abierta. Se consideraba culta. Entendía y aceptaba otras creencias con planos metafísicos diferentes. Apoyaba las artes curativas poco ortodoxas y las terapias alternativas, pero, Señor, discutir sobre material de desecho era superior a sus fuerzas.

—Deberías venir y hacerte una limpieza —le dijo mientras ella colocaba los frasquitos de aceites de baño y productos de belleza.

—No creo que tenga tiempo. —Ni tampoco pensaba buscarlo. Consideraba que dedicarse a la limpieza de colon era tan divertido como ser vendedora en una funeraria. Uno de esos trabajos que obviamente tenía que hacer alguien, pero que agradecía profundamente a su karma que no le hubiese tocado a ella.

—No puedes dejar para más adelante algo tan importante —dijo él, recordándole también a un vendedor de funeraria. Tenía la voz demasiado calmada, las uñas demasiado pulidas y la piel demasiado pálida—. De verdad, te sentirás mucho más ligera en cuanto expulses todas esas toxinas.
Ella no pensaba comprobarlo personalmente.

—¿Ah, sí? —fue todo lo que logró decir, después fingió gran interés por los frascos de aromaterapias—. Creo que tienes gente en tu puesto —dijo, tan desesperada por deshacerse de él que incluso mintió a propósito.

—No, sólo pasan por delante.
Por el rabillo del ojo, vio cómo alguien colocaba una bolsa de papel al lado de los hornitos de cristal.

—Traje el almuerzo —dijo una voz profunda que jamás hubiera pensado que se alegraría de escuchar—. ¿Tienes hambre?

Ella dejó que su mirada vagara desde la inmaculada camiseta blanca de Peter al hueco de su garganta bronceada y, de ahí, a la profunda curva del labio superior. La sombra de un gorro le cubría la mitad superior de la cara, acentuando las líneas sensuales de su boca. Después de su conversación con Lorenzo, la sorprendió tener tanto hambre.

—Estoy muerta de hambre —respondió girándose hacia el hombre parado a su lado—. Peter, éste es Lorenzo Torres. Lorenzo tiene un puesto ahí —dijo señalando al otro lado del pasillo mientras notaba las obvias diferencias entre los dos hombres. Lorenzo era un alma tranquila en contacto con su naturaleza espiritual. Peter, por el contrario, irradiaba pura energía masculina y era casi tan tranquilizador como una explosión nuclear.
Peter miró por encima del hombro, luego centró la atención en Lorenzo.

—¿Hidroterapia del colon? ¿Es la tuya?

—Sí. Tengo mi consultorio en el centro. Trato la pérdida de peso, la desintoxicación del cuerpo, los problemas de digestión y el aumento de niveles de energía. La hidroterapia tiene un efecto muy calmante en el cuerpo.

—Ajá. ¿Y para conseguir todo eso tienes que meter una manguera por el cu... trasero?

—Bueno, esto... —tartamudeó Lorenzo—. Meter una manguera es una manera bastante fuerte de decirlo. Utilizamos un tubo muy suave, manejable...

—Vas a tener que para ahí —interrumpió Peter levantando una mano—. Estoy a punto de almorzar y quiero disfrutar de mi jamón.
Lorenzo torció el gesto en señal de desaprobación.

—¿Sabes lo que provoca la carne en tu colon?

—No —respondió Peter rebuscando dentro de la bolsa—. Creo que la única manera de saber lo que le pasa a mi colon es metiendo la cabeza ahí atrás. ¿Y sabes qué? Eso no va a pasar nunca.

Lali se quedó boquiabierta. Eso había sido muy grosero... incluso siendo Peter..., pero sumamente efectivo. Lorenzo se giró y, prácticamente, huyó a su caseta. Y aunque odiaba admitirlo se sintió agradecida, incluso un poco envidiosa.

—Por Dios, pensé que no se iba a ir nunca.

—Gracias, supongo —dijo ella—. No dejaba de hablarme de mi colon y no sabía cómo deshacerme de él.

—Eso es porque quiere verte con todo al aire. —Peter le agarró la mano para entregarle un sándwich envuelto en papel—. Y no puedo culparlo.
Entró en el stand y se sentó en una de las sillas de director que ella había traído de casa. Aunque no estaba totalmente segura, creía que Peter acababa de lanzarle un piropo.

—¿Mara va a pasar por aquí hoy para ayudarte? —preguntó.

—Vendrá sólo un rato. —Lali miró el sándwich que le había dado—. ¿De qué es?

—Pavo con pan integral.
Ella se sentó en la silla de al lado y lo miró.

—Supongo que no lo sabes —dijo casi en un susurro—, pero en esta feria todos son vegetarianos.

—Pensé que no eras practicante.

—Y no lo soy. —Abrió la envoltura y contempló el enorme trozo de pavo con salsas entre las dos mitades de pan. Su estómago gruñó y se le hizo la boca agua, pero su conciencia la acusó como si fuera un monstruo.
Peter le golpeó ligeramente el brazo con el codo.

—Dale. No le voy a contar a nadie —dijo como si fuera Satanás ofreciéndole el pecado original.

Lali cerró los ojos y hundió los dientes en su comida. Ya que Peter había sido inusualmente amable y le había llevado el almuerzo sería una descortesía de su parte no comérselo. Había salido de casa sin desayunar y era cierto que se moría de hambre. Hasta ese momento, las verduras al horno no le habían abierto el apetito. Suspiró y curvó los labios en una sonrisa feliz.

—¿Hambrienta?
Ella abrió los ojos.

—Ajá...
Él clavó los ojos en ella desde debajo de su gorro, observándola mientras masticaba lentamente y tragaba.

—También hay tarta de queso si quieres.

—¿Me compraste tarta de queso? —Se sintió sorprendida y un poco emocionada por el detalle.

—Obvio. ¿Por qué no? —Él se encogió de hombros.

—Porque pensé que no te caía bien.
La mirada de Peter bajó a su boca.

—Me caes bien. —Le dio un buen mordisco al sándwich, y luego centró la atención en el concurrido lugar. Lali cogió dos botellas de agua de una pequeña refrigeradora al lado de su silla y le dio una a Peter, luego siguieron comiendo en agradable silencio. La sorprendió no sentir la necesidad de llenar el silencio con palabras. Se sentía cómoda al lado de Peter comiendo pavo sin hablar, lo que le resultó realmente sorprendente.

Se quitó las sandalias y cruzó las piernas, observando a la gente que pasaba por delante del puesto. Era una mezcla variopinta, desde tipos bien vestidos hasta jubilados amantes de la música que habían nacido en la época disco. Y, por primera vez desde que Peter la había sorprendido en el parque no lejos de donde se sentaban ahora, se preguntó qué veía él en ella cuando la miraba. Algunos de los otros vendedores tenían un aspecto de lo más extravagante y se preguntó si Peter la incluiría en ese grupo. Como Madre Alma, que se caracterizaba por sus rastas, el piercing de la nariz, la túnica brillante y la alfombra de rezo. En realidad, ¿por qué debería importarle lo que él pensara?
Lali se dio por satisfecha con la mitad de su sándwich por lo que envolvió la otra mitad y lo colocó encima de la refrigeradora.

—Creía que no te vería hoy—dijo finalmente, rompiendo el silencio—. Pensaba que estarías en la tienda, vigilando a Ignacio.

—Iré dentro de un rato. —Se comió el último bocado y lo bajó con un sorbo de agua—. Ignacio no está haciendo nada y aunque lo hiciera, me enteraría.
La policía seguía a Ignacio. Le costaba creer que se lo hubiera dicho, pero no estaba sorprendida. Empezó a rascar la etiqueta de la botella de agua y lo miró de reojo.

—¿Qué vas a hacer hoy? ¿Terminar los estantes del depósito? —El día anterior había cortado las tablas y había colocado las guías en la pared. Lo único que le quedaba por hacer era colocar los estantes en su lugar. No tardaría en acabar.

—Voy a pintarlos primero, pero debería estar terminado por la tarde. Necesito algo que hacer mañana.

—¿Qué te parece cambiar el mueble de la cocina de la trastienda? Ignacio me dijo que no le importaba si la reemplazaba, y un trabajo como ése tardaría hasta el lunes.

—Tengo la esperanza de que Ignacio dé un paso en falso este fin de semana y que no sea necesario que me presente el lunes.
Lali se quedó paralizada.

—Tal vez no deberíamos hablar de esto. Aún piensas que Ignacio es culpable y yo no.

—De todas maneras tampoco quiero hablar de Ignacio en este momento. —Levantó la botella de agua y tomó otro sorbo. Cuando acabó, se lamió una gota del labio inferior y dijo—: Tengo que hacerte unas cuantas preguntas importantes.
Debería haber sospechado que detrás de tanta amabilidad había un motivo oculto.

—¿Sobre qué?

—¿Dónde conseguiste ese disfraz? ¿Se lo robaste a Mi Bella Genio?
Ella bajó la mirada por la blusa y la barriga desnuda.

—¿Esa es una de tus preguntas importantes?

—No, sólo es curiosidad.
Dado que él no apartaba la mirada de su estómago, no podía intuir lo que estaba pensando.

—¿No te gusta?

—No dije eso. —La miró a la cara; sus ojos de policía eran inexpresivos y ella seguía sin tener ni idea de lo que él pensaba—. Ayer, después de que te fueras de la tienda —continuó—, ¿qué le contaste a tu madre y a tu tía de mí?

—Les dije la verdad. —Se cruzó de brazos y observó cómo mostraba su habitual cara de desagrado. La miró con el ceño fruncido.

—¿Les dijiste que era un policía encubierto?

—Sí, pero no dirán nada —le aseguró—. Lo prometieron, y además, creen que estamos juntos por cosa del destino. Y son de la opinión de que no se puede escapar al destino. —Había tratado hasta el cansancio de hacer entender a María José que Peter no era el amante apasionado de su visión, que en realidad era un simple detective con mal genio. Pero por más que se lo había explicado, su madre había seguido en su terquedad de que el destino ciertamente había jugado un papel muy importante en la vida amorosa de Lali. Después de todo, había razonado María José, ser revisada, esposada y forzada a ejercer de novia de un policía infiltrado tan viril como Peter no era precisamente un acontecimiento normal, ni siquiera en el curso universal de la coincidencia cósmica—. ¿Qué más quieres saber? —preguntó.

—A ver. ¿Cómo supiste que te seguía la semana pasada? Y no me cuentes un montón de tonterías sobre vibraciones y cosas de ésas.

—No siento vibraciones. ¿Qué pasaría si te dijera que fue por tu aura negra? —preguntó, aunque la verdad era que no había notado su aura hasta que la arrestó.
Peter entrecerró los ojos bajo el gorro y Lali decidió dejar de meterse con él.

—Fue fácil. Fumas. No conozco a ningún corredor que fume antes de correr.

—Mmm... interesante.

—La primera vez que te vi, estabas bajo un árbol, el humo te rodeaba la cabeza como si fuera un hongo atómico.
Peter cruzó los brazos con los labios apretados en una línea sombría.

—¿Me haces un favor? Si alguien te pregunta cómo descubriste que te vigilaba, cuéntale eso del aura negra.

—¿Por qué? ¿No quieres que el resto de los policías sepan que fue un cigarro lo que te delató?

—No, si lo puedo evitar.
Ella ladeó la cabeza y le dedicó una sonrisa que esperaba lo pusiera nervioso.

—Está bien, no diré nada, pero me debes una.

—¿Qué quieres?

—Todavía no lo sé. Cuando lo piense, te lo diré.

—Los demás colaboradores siempre saben lo que quieren.

—¿Y qué quieren?

—Normalmente algo ilegal. —La miró a los ojos mientras decía—: Como borrar sus antecedentes penales o mirar hacia otro lado mientras se drogan.

—¿Y lo haces?

—No, pero puedes intentarlo. Me daría una razón para revisarte de arriba abajo. —Ahora le tocó a él sonreír. Y lo hizo. Una sonrisa que hizo que sintiera mariposas en el estómago. Él bajó la mirada a su boca, luego la deslizó por el escote de su blusa—. Es posible que incluso me viera obligado a desnudarte para revisarte.
Ella se quedó sin aliento.

—¡No harías eso!

—Claro que lo haría. —Deslizó la mirada por la hilera de botones, se detuvo en el ombligo y luego siguió bajando por la abertura de la falda—. Hice un juramento. Mi deber es proteger, servir y revisar a fondo en busca de pruebas. Es mi trabajo.
Las mariposas en su estómago se volvieron ardientes.

—¿Y eres hábil en tu trabajo? —no pudo evitar preguntar. Aunque nunca había sido buena coqueteando.

—Mucho.

—Suenas bastante creído.

—Déjame decirte que me tomo mis labores muy en serio.
Lali podía sentir cómo se estaba derritiendo y no tenía nada que ver con la temperatura en el exterior de su puesto.

—¿Cuál concretamente?

—El que te hace jadear hasta perder la cabeza, cariño — se inclinó hacia ella y le dijo en un tono susurrante que le atravesó la piel aumentando la temperatura de su cuerpo unos grados más.
Ella se levantó rápidamente y se alisó la falda.

—Tengo que... —Señaló hacia el frente del puesto, confundida. Su cuerpo estaba en guerra con su mente y su espíritu. El deseo luchaba por imponerse a la razón. Era el desconcierto total—. Voy a... —Se dirigió a la mesa de aceites de masaje y ordenó innecesariamente la hilera de frascos azules. No quería esa confusión. Que una emoción predominara sobre las demás no era bueno. No, era malo. Muy malo. No quería que le ardiera la piel, ni mariposas en el estómago, ni quedarse sin aliento. No ahora. No en mitad del parque. No con él.

Varias jóvenes se detuvieron en la mesa y le preguntaron sobre los aceites. Ella contestó, explicándoles las propiedades, mientras trataba de fingir que no sentía la presencia de Peter tan intensamente que parecía que la estaba tocando. Vendió dos frascos de esencia de jazmín y notó que él se paraba a sus espaldas.

—¿Quieres que te deje la tarta de queso?
Ella negó con la cabeza.

—La meteré en la refrigeradora de la tienda.

Pensó que después él se iría, pero no fue así. En vez de eso le deslizó una mano alrededor de la cintura, por el estómago desnudo y la apretó contra su pecho. Lali se quedó helada.

—¿Ves a ese tío con una sudadera roja y pantalones cortos verdes? —le dijo, Peter, al oído y escondió la cara entre su pelo.

Lali miró al otro lado del pasillo, al puesto de Madre Alma. El hombre parecía igual a muchos otros en la feria. Limpio. Normal.

—Sí.

—Ése es Diego Pardo. Tiene una tienda de artículos de segunda. Lo arresté el año pasado por comprar y vender vídeos robados. —Extendió los dedos sobre su abdomen y el pulgar acarició el nudo de la blusa bajo los senos—. Diego y yo nos conocemos desde hace tiempo y sería mejor que no me viera contigo.
Ella trató de pensar a pesar del roce de sus dedos contra su piel desnuda, pero lo encontró difícil.

—¿Por qué? ¿Crees que conoce a Ignacio?

—Probablemente.

Ella se volteó para mirarlo y, al estar descalza, la coronilla le quedó justo a la altura de su boca. Peter le deslizó los brazos por la espalda y la atrajo hacia su cuerpo hasta que sus pechos chocaron.

—¿Estás seguro de que se acordará de ti?
Él deslizó la mano libre por su brazo hasta el codo.

—Cuando trabajaba para narcóticos lo arresté por posesión de drogas. Tuve que meterle los dedos en la garganta para hacerlo vomitar los condones llenos de cocaína que se había tragado —dijo, con sus dedos acariciándole la espalda de arriba abajo.

—Ah —susurró—. Eso es asqueroso.

—Era la prueba —susurró contra su boca—. No podía dejar que se saliera con la suya y destruyera mi prueba.

Con él tan cerca, oliendo su piel, con el timbre profundo de su voz llenándole la cabeza, lo que decía sonaba casi razonable, como si todo eso fuera normal. Como si la cálida palma de su mano sobre la piel desnuda de Lali no tuviera ningún efecto sobre él.
—¿Se fue?

—No.

—¿Qué piensas hacer? —le preguntó mirándolo a los ojos.
En lugar de responder, retrocedió hacia la sombra del stand arrastrándola con él. Después levantó la mirada de su pelo.

—¿Qué voy a hacer sobre qué?

—Sobre Diego.

—Ya se irá. —Él examinó sus ojos y sus dedos le acariciaron la piel de la espalda—. Si te beso, ¿lo tomarás como algo personal?

—Sí. ¿Y tú?

—No. —Él sacudió la cabeza y sus labios acariciaron los de ella—. Es mi trabajo.
Ella se quedó quieta mientras sentía el muro cálido y fuerte de su pecho.

—¿Besarme es tu trabajo?

—Sí.

—¿Como lo es revisarme a fondo?

—Ajá.

—¿No llamará la atención de Diego?

—Depende —dijo él contra su boca—. ¿Vas a gemir?

—No. —El corazón de Peter latía con fuerza contra su pecho y ella colocó las manos en sus hombros sintiendo los duros músculos bajos las palmas. Su equilibrio espiritual se tambaleó y se dejó llevar por el remolino del deseo que la sacó de cualquier tipo de autocontrol—. ¿Tú, vas a gemir?

—Podría —suavemente la besó en la boca, luego dijo—: sabes muy bien, Mariana Espósito.

Ella tuvo que recordarse que el hombre que la envolvía entre sus brazos era un auténtico troglodita. No era el compañero de su alma. Ni siquiera se acercaba. Pero sabía bien.

Amoldó su boca a la suya y deslizó la lengua en su interior. Ella no gimió, pero quiso hacerlo. Curvó los dedos sobre la camisa y la piel, aferrándose a él. Peter ladeó la cabeza y profundizó más el beso, deslizando la palma de la mano hacia un lado para acariciar sus costillas desnudas y hundiendo el pulgar en el ombligo. Y cuando ella estaba a punto de perderse en el beso y rendirse por completo, él retrocedió y dejó caer las manos.

—Oh, oh —susurró al lado del oído izquierdo de Lali.

—Pitt, ¿eres tú?

—¿Qué estás haciendo, Pitt? —preguntó una voz de mujer en alguna parte detrás de Lali.

—Parece que está haciendo algo con una chica.

—¿Con quién?

—No sabía que tenía novia. ¿Lo sabías, mamá?

—No. No me dijo nada.
Peter susurró en el oído de Lali.

—Haz todo lo que te diga y con suerte, tal vez, podamos lograr que no nos organicen un casamiento.

Lali se giró y observó cinco pares de ojos castaños que le devolvían la mirada con obvio interés. Las mujeres estaban rodeadas por un grupo de niños sonrientes y no supo si comenzar a reír o esconderse.

—¿Quién es tu novia, Pitt?

Lo miró por encima del hombro. ¿Pitt? Arrugas rodeaban su boca, mientras un extraño dèja vu le erizaba el vello de los brazos. Sólo que esta vez no era él quien conocía a su familia. Era ella quien conocía a la de él. Si Lali creyera en el destino, podría pensar que su madre estaba en lo cierto, esto era demasiado para ser una coincidencia cósmica. No, no creía en el destino, pero era incapaz de encontrarle otra explicación a las extrañas vueltas que daba su vida desde que había conocido a Peter.
Finalmente, Peter suspiró con resignación e hizo las presentaciones.

—Lali —comenzó—, ella es mi mamá, Claudia. —Apuntó hacia una mujer mayor que tenía puesto un polo con la cabeza de Betty Boop. En la cinta de la cabeza de Betty estaba escrito Rambo Boop—. Éstas son mis hermanas, Flor, Soraya, Tania y Daniela.

—Yo también estoy, tío Pitt.

—Y yo.

—Y estos son la mayoría de mis sobrinos y sobrinas —dijo, señalándolos uno a uno con el dedo índice—. Cristóbal, Isabel, Sol, Jaime, Pablo y Abril. Hay cuatro más en algún sitio.

—Están o en la alameda o en la cancha de básquet —aclaró una de sus hermanas.
Lali miró a Peter, y de nuevo a su familia. ¿Había más? El grupo que estaba ante ella era bastante intimidante.

—¿Cuántos son en total?

—Tengo cinco hijos—contestó Claudia—. Y diez nietos. Por supuesto eso cambiará cuando Pitt se case y me dé alguno más. —Se acercó y miró la mesa llena de frasquitos—. ¿Qué son?

—Lali hace algún tipo de aceites —respondió Peter.

—Hago aceites esenciales y aromaterapias —corrigió ella—. Los vendo en mi tienda.

—¿Dónde está tu tienda?

—Es difícil de encontrar —repuso Peter antes de que ella pudiera abrir la boca, casi como si temiera lo que pudiera decir.
Una de sus hermanas agarró un frasco de jengibre y madera de cedro.

—¿Es afrodisíaco?
Lali sonrió. Era el momento de que ella invitara al karma del detective Lanzani a probar su propia medicina.

—Algunos de mis aceites de masaje tienen propiedades afrodisíacas. El que tienes en la mano vuelve loco a Peter. —Le pasó el brazo alrededor de la cintura y lo atrajo hacia ella. Esta vez, para variar, sería ella quien disfrutaría enormemente haciéndolo enfurecer—. ¿No es verdad..., lindo?
Peter entrecerró los ojos y ella esbozó una amplia sonrisa.
Su hermana dejó el frasquito y le guiñó un ojo a Peter.

—¿Cuánto hace que se conocen?

—Unos días —dijo él dándole un leve tirón en el pelo, lo cual, supuso ella, era para recordarle que lo dejara hablar a él.
Sus hermanas los miraron alternamente.

—Parece más que unos días. Me dio la impresión de que era un beso serio. ¿No les pareció un beso serio, chicas?
Todas sus hermanas asintieron con la cabeza enérgicamente.

—Parecía como si estuviera tratando de comérsela entera. Diría que es un beso que un hombre da por lo menos después de tres semanas. Definitivamente más que unos días.
Lali apoyó la cabeza en el hombre de Peter.

—Bueno, puede que nos hayamos conocido en otra vida.
Las mujeres de su familia la miraron fijamente.

—Está bromeando —les aseguró él.

—¡Ah!

—Cuando fuiste a casa el otro día —comenzó su madre—, no mencionaste que tuvieras novia. No nos contaste nada.

—Lali es simplemente una amiga —informó Peter a su familia. Le dio otro leve tirón en el pelo—. ¿No es cierto?
Ella se recostó contra.

—Oh, sí. Claro que sí —dijo Lali recostándose contra él y poniendo los ojos en blanco.

—Que no se les ocurran ideas raras. — Advirtió a las mujeres de delante, frunciendo el ceño.

—¿Ideas sobre qué? —preguntó una de sus hermanas abriendo mucho los ojos.

—Sobre que me vaya a casar pronto.

—Tienes treinta y cinco años.

—Por lo menos le gustan las chicas. Nos preocupaba que fuera gay.

—Solía ponerse los tacos rojos de mamá y fingir que era Dorothy en El Mago de Oz.

—Recuerdo que saltó el muro y tuvieron que ponerle puntos en la frente.

—Estaba histérico.

—Por Dios, tenía cinco años. —Él apretó los dientes—. Y fueron ustedes las que me hicieron disfrazar.

—Pero si te encantaba.

—Chicas, están avergonzando a su hermano —las regañó Claudia.

Lali quitó el brazo de Peter de su cintura y apoyó la muñeca sobre su hombro. Bajo su piel bronceada, sus mejillas estaban sospechosamente rojas, por lo que Lali intentó no reírse.

—Y ahora que ya no te pones tacos rojos, ¿eres un buen partido?

—Ahora ya no tiene que matar a nadie —añadió una de sus hermanas.

—Es un hombre increíble.

—Adora a los niños.

—Y a las mascotas.

—Es realmente bueno con su loro.

—Y muy hábil con las herramientas.
Como si tanta alabanza no pudiera ser, una de las hermanas se enfrentó a las demás y sacudió la cabeza.

—No, no lo es. ¿Se acuerdan cuando cogió mi muñeca para intentar que caminara?

—Es cierto. Jamás logró volver a ponerle la pierna. Siempre se caía de lado.

—Es verdad, nunca volvió a dar pasitos.

—Bueno —dijo una hermana por encima del resto, recordando a las otras que tenían que hablar bien de Peter—, se lava la ropa.

—Eso sí, y ya no destiñe las medias.

—Se gana el sueldo honradamente.

—Y él...

—Tengo todos los dientes —interrumpió Peter, sin darle importancia a las palabras—. No se me cae el pelo y aún puedo tener acción si me lo propongo.

—Juan Pedro Lanzani —dijo su madre escandalizada al tiempo que cubría las orejas del niño más cercano.

—¿No tienen a otra persona a quien molestar? —preguntó.

—Mejor nos vamos. Ya se enojó. —Como si sus hermanas no quisieran poner en evidencia su mal carácter, agruparon rápidamente a los niños y se atropellaron mutuamente al decir adiós.

—Encantada de conocerlas —dijo Lali poco antes de que se perdieran en el parque.

—Dile a Peter que te lleve a comer la semana que viene —dijo Claudia antes de que se diera la vuelta para irse.

—¿Qué fue todo eso? —preguntó Peter—. ¿Estabas haciéndome pagar por lo de ayer?
Ella dejó caer la mano de su hombro y se balanceó sobre sus talones.

—Ah, puede ser que un poco.

—¿Cómo te sientes?

—Odio admitirlo, pero muy bien, Peter. De hecho, nunca pensé que la venganza fuera tan dulce.

—Bueno, disfrútalo mientras puedas —volvió a sonreír—. Pero quien ríe al último, ríe mejor.

FinjamosWhere stories live. Discover now