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Nota de la autora: Atención, se viene capítulo muy profundo y largo. Espero que haya más así pero os juro que me ha salido solo. Como a mitad de capítulo se empiezan a ver unos párrafos enormes, ya veréis. Espero que os guste...


Astrid

Me senté en la mesa y miré a mi hermanita pequeña con detenimiento. Todavía llevaba puesto su pijama rosa y lucía una expresión algo adormilada, a pesar de que eran las diez de la mañana. Se estaba comiendo sus cereales con poco entusiasmo. Ayer le había dicho que no podríamos hacer el picnic, pero que lo haríamos otro día. Se lo había tomado bastante bien, pero le hacía mucha ilusión ese plan, así que la comprendía.

– Lo siento mucho, Abi –dije intentando sonar apenada, a pesar de que me moría de ganas de ver la casa de Rachel–. Lo haremos otro día, ¿vale?

– No pasa nada, Astrid. Pásatelo bien con tu amiga.

Sonreí. Conseguí que ella lo hiciera también, pero no con mucho entusiasmo. Cogí mi abrigo y mi bolso.

– Pórtate bien con Emma y Jane ¿eh?

Se despidió de mí mientras yo cerraba la puerta.

El día anterior, Rachel me había escrito mandándome su dirección, que estaba a unas calles de la mía, así que iría andando.

Salí de mi edificio y noté el aire frío en la cara. Me sentó bastante bien, porque a veces en mi casa hacía demasiado calor y el aire estaba muy cargado.

Bajé la calle siguiendo las instrucciones de Google Maps y observé a la gente que pasaba. Había bastante, ya que era sábado por la mañana y mucha gente salía de compras o a dar un paseo.

Me imaginé la casa de Rachel de distintas maneras. Me sorprendí mucho al verla. No encajaba con la personalidad de Rachel.

Ella me estaba esperando en su portal, para acompañarme hasta su casa. Menos mal, porque yo no habría sabido llegar.

Vivía en una urbanización enorme y laberíntica. Había nueve pisos en cada edificio con sus terrazas enteras de cristales relucientes y sus plantas bien cuidadas. En las jardineras había flores de todos los colores que le daban un aire tropical al interior de la urbanización.

Estuve tentada a preguntarle de qué trabajaban sus padres, pero no lo hice.

Cuando llegamos a su portal, por poco se me salen los ojos de las órbitas. El suelo era de mármol blanco y por los laterales tenía unas cristaleras desde el suelo al techo. El interior olía a limpio y todo estaba perfectamente cuidado. Los buzones de color dorado, relucientes, como las puertas del ascensor. Había una maceta blanca con una planta enorme que casi era de mi altura.

Nos metimos en el ascensor y ella marcó el nueve. También olía super bien. Rachel me miraba divertida por mis reacciones, supongo, pero si eso solo eran las zonas comunes, no quería pensar cómo sería su casa.

Las puertas del ascensor se abrieron y dejaron ver un descansillo iluminado por luz solar desde un lateral. Junto al ventanal, había una planta bien cuidada y luego, dos puertas. Rachel se dirigió a la de la derecha, sacó unas llaves y la abrió.

Lo primero que vi fue un perro blanco impoluto saltándome encima. El bicho era enorme, casi como un pastor alemán. Me caí al suelo de culo tras el abrazo peludo y la malvada de Rachel empezó a reírse.

– Ese es Ness, no te preocupes, es muy juguetón.

Conseguí salvarme del abrazo peludo y levantarme. Rachel tenía un perrito pequeño entre los brazos.

Encontré mi Norte (en pausa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora