Prólogo

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Los juglares rasgaban las cuerdas de sus laúdes, las risas de los niños avivavan la zona, los murmullos de las mujeres cotilleando sonaban con estrépito, los mercaderes gritaban los precios con la esperanza de que sus productos sean vendidos por algún pueblerino ambulante.

En fin, todo era felicidad y sonrisas.

Las pancartas formadas por vivos colores adornaban el pueblo como pequeñas luces con débil fulgor, enormes mesas estaban rebosadas de alimentos variados, incluyendo en ellas la carne. Los gremios trabajaban con una gran sonrisa surcando sus rostros.

Las madres abrazaban con lágrimas en los ojos a los soldados recién llegados, ya sea de una pieza o no, los hijos se reunían con los mismos, con una felicidad inquebrantable.
Yo tampoco podía borrar la sonrisa...

...hasta que mis ojos se posaron sobre unos ojos verdes como las suaves briznas de hierba verdes en primavera, su pelo brillaba a la luz del sol con un tono dorado y sus expresiones estaban relajadas; vestía pantalones ajustados de seda, una camisa con encajes, unos zapatos de raso con hebilla y un broche con la representación del imperio de Zyphoria, dos espadas relucientes cruzándose. Mujeres le pedían que bendijera a sus hijos, mientras las demás personas le halagaban y vitoreaban.

De repende la multitud empezaron a corear: "¡Larga vida al príncipe! ¡Larga vida al príncipe!"

Fruncí el ceño y con una sonrisa torcida me uní al coro, el chico entregaban bolsas llenas de monedas de oro a las campesinas que lo necesitaban, estas se mostraron demasiado agradecidas y no pudieron misitar ni una palabra, algunas incluso lloraban de felicidad.

Entonces noté que sus ojos se posaban en los míos y se acercaba lentamente a mí, intenté alisarme una arruga del vestido de color marrón nerviosamente.

—Buenos días, mi señor— me agarré la falda del vestido con dos dedos e hice una reverencia— ¿Cómo va su jornada?

—Ah, buenos días, señorita— me miraba con esos ojos verdes que podría cautivar a cualquier joven— De maravilla, ¿Y a vos, querida?— el corazón me comenzó a palpitar con más fuerza.

—Eh... sí, supongo— tartamudeé, estaba hablando con el mismísimo príncipe, y ya estoy haciendo el ridículo...

—Entonces me alegra escuchar eso, señorita— una sonrisa se asomó por su rostro. Por dios, ¡me voy a desmayar aquí mismo!, un leve rubor recorrió mis mejillas.

—Ah... sí... gracias— la incomodidad y la vergüenza invadió cada fibra de mi ser.

—Un placer, querida— me sonrió de nuevo, este chico... —y vos, ¿Cuántos años tiene?

—Yo cumpliré diecisiete años este mes— Kiara, por fin articulas una oración con sujeto, predicado y verbo bien hecha, un aplauso por favor.

—Ah, qué joven sois— dijo el príncipe Adriel, ¿usted me ve cara de anciana? sin más que decir, ha sido un placer conocerle, espero verle de nuevo en otra ocasión, si me permite...— a continuación hace una reverencia— debo retirarme, pase un buen día.

—Ah... de acuerdo, lo mismo digo— ¡Me ha hecho una reverencia!, ¡Me muero!, veo por lo lejos al príncipe Adriel alejarse trotando, me pregunto por qué se habrá ido...

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Un reino caído Donde viven las historias. Descúbrelo ahora