No estaba segura que si traspasar esa puerta o no, seamos lógicos, es el palacio, es imposible que me puedan hacer nada, perderían su reputación, ya está, voy a salir.
Me fui directa hacia el exterior, escuchando fuertemente el golpe de mis oscuros tacones al chocar contra el suelo pulido y brillante.
Se me cayó la diadema al suelo, lo que hizo que mi melena se soltara en forma de rizos, que chocaban contra mi espalda.
No tuve la intención de cogerla, después de todo, no era mía.
Doble la esquina y me ví rodeada de múltiples pasadizos y pasillos exactamente iguales, las mismas paredes, las mismas puertas, los mismos candelabros…
Recorrí con la mirada algunos de los cuadros que se presentaban con la foto de un posible rey y su nombre abajo: Rexian Straigtway
Según la fecha, no reinó hace tanto tiempo.
Más antepasados, uno al lado de otro, una fila enorme de cuadros con la vista fija en mí.
Me apresuré a encontrar el camino lo más rápido posible.
En el fondo del pasillo había una puerta enorme, casi tres metros de largo, el techo era tan alto que las antorchas no lo lograban alumbrar del todo.
Abrí la puerta sigilosamente.
Se escuchaban murmullos altos, risas nerviosas de mujeres, una amplia mesa se extendía por lo que se suponía que era un comedor, grandes variedades de platos de comida repletos impregnaban el aire. Allí habían desde grandes diversidades de vinos hasta amplias cantidades de carnes, en las cuales se podían apreciar carne de vaca, ternera y de cerdo.
Las personas en aquella gigantesca sala se sentaban con la espalda recta, más tensa que una tabla.
No habían muchos lugares vacíos, que no era raro, si es que en precisamente esa zona estaba infestada de gente.
Entre la muchedumbre pude distinguir al rey, sentado en un trono mucho más grande que los demás asientos, con una capa de terciopelo roja bordada con hilos dorados que le caía en la espalda y, que seguramente llegaría a rozar el suelo, no es que el rey fuera exactamente alto.
Tenía una grande corona sobre el alborotado y brillante pelo canoso.
Bebía de una copa que, seguramente fuera de plata, un líquido rojo, tal vez vino, y charlaba con varias personas que aparentaban ser importantes.
Me adentré más a la sala.
—Seguro que es la mujer del príncipe, la ví antes con él— murmuraba una señora al oído de otra, no se si lo hacía a propósito o algo por el estilo, pero no cabía duda que yo haya escuchado la conversación.
—Si es horrenda, con o sin arreglarse, no le merece— escupía otra.
No sé por qué, pero me importaba lo más mínimo que decían esas mujeres, seguro que no saben que está mal opinar de cuerpos ajenos.
—Por un momento pensé que no vendría, tome asiento, por favor— su voz tranquila sonaba pacíficamente en mi mente.
La sala se quedó en un silencio sepulcral.
—Hasta que no me diga dónde está mi familia, no— murmullos cortaron el silencio como una daga, seguro que todos esos comentarios iban dirigidos a mí.
Él alzó una ceja.
—No pregunte cosas que se arrepentirá de haber sabido su respuesta— su tono se endureció momentáneamente.
—Quiero saberlo— más murmullos.
—¿Sabes que la curiosidad fue la que mató al gato?— otro juego de palabras, más habladurías…
—Ah— fue simplemente lo que dije.
—Los campesinos van con los campesinos— esta vez hablaba una chica de más o menos mi edad, con el pelo recogido perfectamente en un moño alto, decorado con cintas y horquillas, su enorme vestido casi no cabía en el asiento, el corsé que vestía le apretaba tanto la cintura, que parecía que se quedaba sin aire, llevaba unos taxones rosa chillón con una florecita; su voz era tan insoportable que sonaba como un zumbido de una mosca justo en mi oído, era muy desagradable.
—Pues vos no debería meterse donde no le llaman— esa niña me ponía de los nervios, sabía que no era así.
Se llevó una mano al pecho, ofendida, sus ojos irradiaban una ira gigantesca mientras yo sonreía de medio lado con satisfacción.
—Por si no lo sabías, hablarle así a Madame Chloe, te puede meter en serios problemas— se le apareció una minúscula arruga entre las cejas.
No respondí y él soltó un suspiro frustrado.
—Ah, si, recuerda que solamente eres una campesina— aunque era verdad, me dio en el fondo del corazón como una estaca, sonaba como si me despreciara, este no había sido el Adriel que había conocido, o simplemente no lo conocía en realidad, solo lo hacía para mostrar una buena impresión, sí, esa era la suposición más razonable.
—No le hagas caso, querida, mi hermano sólo está…— miró a Adriel, que se pasó una mano por el pelo y rechazar las copas de vino una y otra vez— …enfadado, tranquila, después se le pasará.
Me posó una mano en el hombro, abrí mucho los ojos y lo miré.
—Ah si… lo siento mucho, señorita— se disculpó, pero no sin antes retirar la mano de mi hombro.
—Ay Dios, que niña tan desagradable— musitaba “madame Chloe”, otro desagradable ruido.
—Sin ofender, ¿acaso alguna vez vos se miró en un espejo?— pregunté mirándola a los ojos azules.
—Pues claro, no como tú que…
—No se nota— la interrumpí— para criticar a otras personas… no es que vos tenga algo magnífico.
Soltó una risa sarcástica, por lo que sé, una dama no debería reírse así.
—¿Qué es lo que te da tanta gracia, Chloe? Cuéntanos cuál es el chiste— la desafié, nunca antes había lidiado con personas así, ni siquiera mi hermana.
—Tú— y se empezó a reír excesivamente— y no me llames Chloe, para tí soy Madame Chloe— dijo secándose una que otra lágrima de la risa, hice una mueca.
Carraspeé y salí por la puerta, pasando por muchas personas.
El aire fresco me dio de golpe, el sudor frío recorría mi espalda en forma de gotas, sentí un escalofrío recorrer mi columna vertebral y me estremecí, estuve andando durante aproximadamente quince minutos, hasta dar con el patio real.
Una estancia enorme de más o menos cincuenta metros cuadrados, rodeada de muros de piedra y una puerta de salida de color dorado.
Las estatuas y fuentes estaban quietas, solamente se oía el chapoteo del agua y algún que otro pájaro en el cielo, miré boquiabierta los carruajes, no tenían caballos, pero aún así eran alucinantes, también, habían varios arbustos y árboles, como manzanos, cerezos…
Me quedé helada al ver a un hombre, no muy mayor, con grilletes en los pies, apoyado en una de los muros, sus piernas estaban extendidas en el césped, y su capucha le tapaba el pelo y una porción de su cara, sus ojos no se veían, pero no aparentaba mucha edad.
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Un reino caído
Ficción históricaEn una celebración en el pueblo por haber ganado una batalla, Kiara, una joven adolescente, se encuentra inesperadamente con el príncipe del imperio, quién es el causante de que su vida diese un vuelco. Varios sucesos la mantienen confundida, pero t...