Me tumbé en el banco de madera con paja amontonada encima y me arropé con una manta de lana de oveja, olvidé quitarme el vestido, pero el cansancio terminaba conmigo, la habitación era una estancia minúscula compuesta por cuatro paredes de tablas de madera, el suelo era de tierra; intenté dormirme boca arriba, pero no conseguí coinciliar el sueño; cambié de postura hacia el lado derecho, tampoco. Hasta que finalmente me levanté y empecé a dar vueltas por la habitación; me senté en el suelo, y como era de esperar, se me manchó el vestido, me levanté y probé a salir hacia fuera y correr, para llegar agotada y dormir finalmente.
«Como haga ruido… la he liado buena…» pensé.
Anduve de puntillas sigilosamente hasta llegar a una clase de puerta y quitarle el seguro que habían colocado mis padres para que no robaran el interior.
«¡Listo!» me dije para mis adentros y salí, sin dejar pistas que podrían revelar mi escapada.
Allí se encontraba una silueta que, al parecer, estaba arando las tierras. De noche.
—¿Qué haces aquí tan tarde?— Axiel alzó la mirada hacia mí, su rostro estaba cubierto de tierra, no era como el día anterior, en el que su sonrisa era brillante y sus ojos relucían a la luz del luna, parecía agotado, como si hubiera trabajado durante todo el día, sin descanso, su ropa estaba incluso más sucia que el día anterior, si eso podría ser posible.
—Ah… esto… te pregunto lo mismo— le dije.
Axiel suspiró.
—Como bien sabes, subieron los impuestos— asiento, comprendiendo— y… no es que tengamos mucho dinero, que digamos; pues ahora toca trabajar duro para ganarme la vida y sacar a delante a mi familia, mi madre enfermó y mi padre se rompió la pierna… y mis hermanos son demasiado jóvenes para trabajar…— su rostro se volvió triste y más agotado, parecía una persona diferente a la que conocí ayer.
—Entiendo…— musité, comprendía perfectamente su situación, yo estaba pasando por lo mismo, casi no comíamos, nuestras costillas ya se marcaban en nuestro cuerpo y nuestras caras se iban adelgazando, pero si queríamos conseguir algo de comida, aunque sea sólo una hogaza de pan, teníamos que trabajar duro, y lo que más me duele es admitir que soy una perezosa, una egoísta, porque siempre paso de todo, debería pensar en las demás personas que pasan incluso más hambre que nosotros. Hace mucho que no tocaba un simple arado de vertedera…
Axiel suspiró de nuevo y siguió arando la tierra, gotas de sudor bajaban por su frente y cuello, mientras seguía levantando la tierra una y otra vez.
—Creo que deberías ir a descansar— no me miró a la cara, prácticamente susurró, pero ahora su trabajo se volvió más lento—. Es muy tarde.
—Creo que tú también deberías descansar— contraataqué, no me moví de ahí, la luz de la luna brillaba sobre nosotros como un faro en la oscuridad, los campos de tierra eran enormes, se extendían hasta el horizonte, también se hallaban árboles, algunos de los cuales me había sentado millones de veces a simplemente… relajarme, donde me sentía culpable al ver a mi familia trabajar duramente, pero era inevitable.
Axiel soltó una suave risa.
—Créeme que si tuviera opción, no estuviera aquí, quizás podría estar mirando el horizonte, o quizás simplemente observando el movimiento de las olas del mar, las gaviotas, la luna reflejada en las olas…— su tono era melancólico.
—Ya veo…— era muy triste lo que estaba pasando este chico, creo que era lo opuesto a mí. El trabajaba duro mientras que yo era una boca más que alimentar.
—Entonces, si no tienes nada más que decir, te agradecería mucho que te fueras a dormir— utilizó un tono protector, como si fuera un hermano mayor.
Asiento.
—Dormiría tranquila si tú también descansaras— le dije con un tono suave.
—Kira, ya te dije que no puedo, ni aunque quisiera, tengo muchas responsabilidades— estaba serio, muy serio, casi perdiendo la paciencia, pero no creo que haya llegado hasta ese punto, o eso espero.
—De acuerdo, pásalo bien— fué lo último que mencioné antes de despedirme con un movimiento de mano.
—Igualmente, Kira, dulces sueños— volvió la mirada hacia la tierra y volvió a trabajar, ya eran las doce de la noche pasadas, en varias ocasiones me había quedado dormir hasta tarde, pero nunca haciendo trabajo, puede ser que me quedara rondando por la habitación, o miraba hacia la luna.
Me dirigí hacia mi vivienda, que tan sólo eran un par de pasos, abrí la puerta lenta y cuidadosamente y entré en el interior.
—Kiara Willow Miller, ¡¿dónde estabas?!— grita mi madre, ay dios, me espera el mayor sermón de mi vida, ya cuando pronuncia mi nombre completo sé que he hecho algo malo.
—Hola, mamá— le sonreí abiertamente—. ¡Qué guapa estás hoy! Pues yo… estaba… pues… yo— intenté hacerle apodos para que el castigo baje un poco de nivel, pero su rostro seguía igual de enfadado, incluso creo que lo estaba más.
—A tu habitación ¡Ya!— señaló la dirección de la habitación con el dedo índice, me dí la vuelta y me fuí directa hacia la habitación.
Cuando llegué, estaban mis dos hermanas, una en cada caja de madera, dormían plácidamente en sus lugares,los dos rostros se cruzaban, la luz se colaba por la ventana, las estrellas estaban preciosas, más que ninguna otra vez, parecían puntos de pintura en un cielo oscuro, la luna le daba un toque especial, que despertaba algo en mí, tranquilidad… seguridad…
Intenté no hacer ruido y me tumbé en la cama, me tapé con la misma manta de lana de oveja y cerré los ojos.
Me encontraba en un sitio lleno de hojas caída de cerezo, se dibujaba un sendero a lo lejos, en el que habían varias personas conversando, no se escuchaban exactamente, más bien, no sé entendían, hablaban en un idioma seguramente inexistente.
Se sentaban en una tela de cuadros rojos y blancos, encima tenían una cesta con varios alimentos que hubiera soñado probar algún día, pastelitos rellenos de arándanos, barras de pan completas, tartas enteras de chocolate, fresa, plátano…
Intenté acercarme, pero una fuerza me hacía retroceder, las figuras se dieron la vuelta y dirigieron la mirada hacia mí, no tenían rostros.
Poco a poco le crecían pelo, garras, un morro, se modificaban de tamaño; todos esos alimentos se hundían en un abismo sin final, empezaron a acercarse, cada vez más cerca de ser comida.
Medían por lo menos cuatro metros, sus garras eran enormes, yo luchaba por gritar, soltarme. Nada, todo el esfuerzo en vano, pataleaba e intentaba gritar, no salían sonidos de mi garganta.
Me desperté jadeando y llena de sudor.
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Un reino caído
Narrativa StoricaEn una celebración en el pueblo por haber ganado una batalla, Kiara, una joven adolescente, se encuentra inesperadamente con el príncipe del imperio, quién es el causante de que su vida diese un vuelco. Varios sucesos la mantienen confundida, pero t...