Jornada 11

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La ciudad deportiva del Reinas de Toledo no era muy grande. Contaba con un gran edificio central en el que se encontraban las oficinas, el gimnasio, los vestuarios, la consulta médica, la sala de fisioterapia, la cocina y el comedor. Además, tenía dos campos de fútbol: el más grande y el que se usaba para entrenar y para los partidos del primer equipo estaba pegado al edificio principal por las gradas, con los asientos de color amarillo y morado. Al otro lado de este, había otro campo de césped artificial en el que entrenaban las chicas del equipo base. No estaba mal, pero Marta sentía que estaba fallando a su padre. Y es que Don Damián había soñado con construir un gran complejo deportivo con un estadio de gran nivel, siete campos de fútbol once, tres de fútbol ocho, una escuela y residencia donde las niñas pudieran formarse y vivir, así como zonas verdes con alguna mesa de pimpón y ajedrez donde poder pasar un rato agradable entre compañeras.

Todo ese proyecto había quedado en papel mojado al enfermar Don Damián. Su hermano Jesús no tenía la misma visión que su padre y no hizo nada por cumplir la voluntad de su progenitor tras su fallecimiento. Marta trató de sacar adelante el proyecto, pero su hermano mayor se negó en rotundo. Y después de lo sucedido con él, tuvieron que vender los terrenos anexos al campo principal y se volvió misión imposible. Así que Marta se conformaba con su pequeña y humilde ciudad deportiva. No tenía comparación con las grandes infraestructuras del Barça, Real Madrid, Valencia, Atlético, Sevilla o Betis...pero era su hogar y lo amaba. En especial, adoraba la azotea del edificio principal. Le encantaba subir por las mañana después de hacer un poco de ejercicio físico y ver cómo Toledo amanecía. Siempre había sido una enamorada de la luz del sol a esas horas del día; el cielo se teñía de una combinación de colores naranjas, amarillos, rosas, azules, morados y verdes que jugaban con las nubes y hacía las delicias de quien tenía la fortuna de admirarlo. Para ella contemplar aquel espectáculo era comenzar el día de la mejor manera. Y, aunque siempre había disfrutado de él en soledad, aquel día, lo hacía en compañía.

Si dos meses atrás le hubieran dicho que iba a desayunar con Fina Valero en la azotea de su club se habría reído a carcajadas. Pero allí estaba, un siete de noviembre a las siete y doce minutos esperándola a que llevase el desayuno. Y, a pesar de que era la primera vez que lo hacían en la terraza, llevaban desayunando juntas treinta días.

Marta suspiró sintiendo el frío otoñal posándose en sus mejillas pensando en cómo ambas habían llegado hasta ese punto. Porque Marta no había compartido ese espacio con nadie que no fuera su familia y todavía se preguntaba cómo había podido hacerlo aquella mañana. Pero después de tanto tiempo iniciando el día juntas, no había podido evitar enseñarle aquel rincón tan suyo. Marta exhaló una gran bocanada de aire. No quería pensar en las razones del por qué lo había hecho.

Desde que empezaron de cero, las cosas entre ellas habían cambiado de manera radical y, para qué negarlo, para muy, muy bien. Después del día en que Javier le partió el labio a Fina, ambas se fueron encontrando de forma habitual en el gimnasio a la misma hora y, sin pretenderlo, crearon una rutina. Durante estas sesiones de entrenamiento compartido, Fina y ella hablaban de todo. Ambas se sorprendieron al darse cuenta de que tenían más cosas en común de lo que podrían haber imaginado y empezaron a conocerse a través de las páginas de los libros que leían, de las melodías de las canciones que escuchaban, de los fotogramas de las películas y series que veían y, cómo no, a través de los goles que celebraban.

Marta se leyó en dos días Los Siete Maridos de Evelyn Hugo que Fina le prestó. Y la jugadora hizo lo mismo con Una luz tímida, que Marta le dejó y que era de los pocos libros sáficos que tenía en su librería (muy a su pesar), ya que la jugadora le contó que desde hacía unos años había decidido leer solo novelas de ese tipo. Ambas se declararon fieles seguidoras de Julia Roberts, Emma Stone y Cate Blanchett y fanáticas de Notting Hill, Erin Brockovich, Carol, La La Land y, por supuesto, Criadas y Señoras. Fina "obligó" a Marta a que se viera Rosas Rojas cuando le dijo que no la había visto y, Marta a Fina, Las horas. Pero a Fina le resultó muy aburrida y le estuvo echando en cara que se le derritiera el helado de chocolate encima (Fina comía helado durante todo el año, daba igual que estuvieran bajo cero) tras quedarse dormida con la película. 

Más allá del gol - Mafin (AU)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora