Era el día tres. Salí de mi cuarto a las 1:15 AM. Me fui a bañar, esperando que el agua fría me despertara. Sin embargo, al salir, me quedé sentado por dos horas, inmóvil, como un muerto. Mi rostro reflejaba la falta de sueño y mis ojeras lo confirmaban. La ducha poco podía hacer para despejarme; cada hora se sentía como una eternidad.
-Es imposible dormir-me dije a mismo.
Se escuchaban cientos de pisadas por todos lados, reclutas gritándose los unos a los otros y científicos quejándose. El ruido era ensordecedor, una cacofonía constante que no permitía un momento de paz. Cada sonido se amplificaba en mi mente, resonando como un eco interminable. Intenté taparme los oídos, pero las voces seguían ahí, persistentes, ineludibles, todo eso mientras comía un chicle, el chicle sabe a fresa, pero es de esos que solo duran cinco segundos antes de convertirse en goma insípida. Muerdo fuerte, inflando la burbuja hasta que explota, y el sonido rebota dentro de la habitación como un disparo, mientras miraba cómo explota otra burbuja entre mis labios, las paredes son frías, las caras de los otros pacientes son iguales a las mías: vacías, rotas, perdidas. Aun así, he aprendido a lidiar con ellos. Algunos son más raros que otros, claro, pero ya sabes, aquí todos tenemos nuestras cicatrices.
Sin sueño, mi mente comenzó a desmoronarse. La rutina aquí me consume; es como si el tiempo dejara de importar cuando todo lo que ves es igual de gris y triste. Veía cosas que no estaban allí, sombras que se movían en la oscuridad, susurros que llenaban el aire. Empecé a escuchar voces que hablaban desde las paredes, susurrando secretos oscuros y promesas de liberación. Las voces eran persistentes, cada vez más claras y convincentes. Me decían que todo terminaría pronto, que solo debía seguir sus instrucciones.
Estaba atrapado hay, las bombillas de la habitación estaban rotas y todo estaba oscuro y lúgubre, donde el ambiente es opresivo y lleno de tensión.
Mientras exploraba la habitación con una linterna, prendi la linterna a una orilla de la habitación y encontre el cuerpo de un recluta. El cadáver está en un estado de descomposición.
La piel del cadáver estaba pálida y su cuerpo muestra signos de haber estado allí durante un tiempo su cuerpo estaba doblado y flotando en el aire con el cuello cortado. La atmósfera es sombría, con una iluminación tenue que resalta los detalles macabros.
Estaba visiblemente horrorizado y conmocionado. Mi respiración se acelera y mis ojos se llenan de horror al darse cuenta del destino que podría esperarme.
La habitación estaba acompañada por un silencio inquietante, roto solo por los sonidos leves del entorno, lo que aumenta la sensación de aislamiento y desesperación.
El miedo se apoderó de mí, pero también una extraña sensación de alivio. Las voces prometían liberación, una salida de la tortura que era mi insomnio. Me levanté, siguiendo las sombras que parecían guiarme. Cada paso que daba, las voces se volvían más fuertes, más urgentes. El frío del metal de la puerta contra mi piel. Cerré los ojos, tratando de bloquear los susurros, pero eran implacables. Sentí una lágrima rodar por mi mejilla, una mezcla de desesperación y resignación.
De repente, un ruido fuerte me sacó de mi trance. Era el timbre de la puerta. Había llegado la hora de dormir. Pero, ¿cómo podía dormir con esas voces en mi cabeza? Me dirigí a la puerta, esperando que abrirla me diera alguna respuesta. Al abrirla, no había nadie. Solo el vacío del pasillo, oscuro y silencioso. Cerré la puerta y me recosté en el suelo, abrazando mis rodillas. Las voces no cesaban, susurrando cada vez más fuerte, llenando mi mente con promesas de descanso eterno.
Intenté recordar cómo había llegado a este punto. Tres días sin dormir, tres días de tortura mental. Todo comenzó con una simple noche de insomnio, pero se había convertido en una pesadilla viviente. Las sombras en las paredes parecían cobrar vida, danzando en un macabro ballet. Cada rincón de mi cuarto se había convertido en un escenario de terror.
El reloj marcaba las 3:00 AM. La hora en que las sombras eran más densas y las voces más claras. Me levanté, decidido a poner fin a esta locura. Caminé de un lado a otro, buscando algo que me ayudara a dormir. Encontré una botella de pastillas para dormir y, sin pensarlo dos veces, tomé varias. Me recosté en el sofá, esperando que el sueño finalmente me alcanzara. Mis pastillas eran lo único que me hacían sentir vivo en ese lugar.
El efecto de las pastillas comenzó a hacer efecto lentamente. Sentí mis párpados pesados, pero las voces no cesaban. Cada vez que cerraba los ojos, las sombras se volvían más intensas, más reales. Empecé a dudar de mi propia cordura. ¿Estaba perdiendo la razón? ¿O simplemente era el resultado de la privación del sueño?
Las voces comenzaron a cambiar, ya no eran solo susurros. Ahora eran gritos, órdenes imperativas que no podía ignorar. Me levanté de nuevo, tambaleándome por el efecto de las pastillas. Las sombras parecían cobrar vida, alargándose y retorciéndose a mi alrededor. Sentí que el suelo se movía bajo mis pies, como si estuviera caminando sobre una superficie inestable.
Me dirigí hacia la ventana, buscando una salida, una forma de escapar de la locura que me consumía. Al abrir las cortinas, la luz de la luna iluminó la habitación, proyectando sombras aún más siniestras en las paredes. Las voces se volvieron más fuertes, más insistentes. Me decían que saltara, que todo terminaría si lo hacía.
El miedo y la desesperación se mezclaban en mi mente. No quería morir, pero tampoco podía soportar más esa tortura. Me aferré al borde de la ventana, mirando hacia el vacío. Las voces seguían, implacables, empujándome hacia el abismo.
En un último intento de aferrarme a la realidad, me alejé de la ventana y me dejé caer al suelo. Las lágrimas corrían por mi rostro, una mezcla de miedo, desesperación y agotamiento. Me acurruqué en el suelo, abrazando mis rodillas, tratando de bloquear las voces y las sombras.
El tiempo parecía detenerse. Cada segundo se alargaba en una eternidad de sufrimiento. Las voces seguían, pero mi cuerpo estaba demasiado agotado para responder. Finalmente, el efecto de las pastillas comenzó a dominar, y sentí cómo el sueño me arrastraba lentamente hacia la inconsciencia.
Antes de perder el conocimiento, una última imagen cruzó mi mente: las sombras, danzando en un macabro ballet, se desvanecían lentamente, llevándose consigo las voces y los susurros. Por primera vez en tres días, sentí una paz momentánea, un respiro en medio de la tormenta.
Desperté horas después, con la luz del amanecer filtrándose por la ventana. Las voces habían desaparecido, y las sombras se habían desvanecido con la luz del día. Me sentí débil, pero aliviado. La pesadilla había terminado, al menos por ahora. Sabía que debía encontrar una solución a mi insomnio, pero por el momento, me permití disfrutar de la tranquilidad que la mañana me ofrecía.
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Delirio (Editando)
HorrorEn una época donde las enfermedades se volvieron algo exclusivo en los seres humanos y motivo principal de las incontables muertes que ocurren, los humanos han comenzado diversos experimentos buscando la cura definitiva en los genes de los animales...