Capítulo 3: La escuela vacía

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Los vidrios estaban rotos. El auto, hecho añicos. No había rastros de ninguno de los dos. Sangre. Mucha sangre. En el suelo. En el césped. En la carretera. La policía buscó durante horas hasta que lo encontraron, pero faltaba él... ¿Dónde estaba? No podría haberse ido corriendo, no podía haber desaparecido. Pero el escuadrón de rastrillaje dio el veredicto un par de días luego de una exhausta búsqueda. No había rastros de él. Lo único que quedaba era su mochila, llena de manchas de sangre y un muñeco de peluche ensangrentado con forma de conejo que él solía esconder para que nadie lo tratara de bebé. Eso era lo único que ella conservaba, a resguardo de que nadie se lo arrebatara como hicieron con él.

Esa noche, Lía no pudo descansar mucho. Colin no le había vuelto a hablar hasta que el sol salió y pudieron usar la luz eléctrica nuevamente, aunque no hiciera falta. Se había quedado recostado en el sillón frente a las camas y le había comentado a Lía que estuvo contando las manchas en el techo de madera.

Mónica colgó el teléfono justo después de que Lía terminara de atarse las botas.

-Dicen los de la empresa de fumigación que podemos mudarnos mañana.- anunció su madre.

-Fabuloso.- ironizó Lía.

Colin la miró con fastidio y puso los ojos en blanco, resoplando.

-Si quieres ir a una casa llena de ratas o cucarachas, nada te lo impide.- la reprendió Mónica.- yo que tu, pondría una mejor cara, al menos tenemos para pagar una noche más en este hotel.

-¿Poner mejor cara cuando ni siquiera puedo prender la luz para leer un libro? ¿Poner mejor cara cuando me trajiste a la otra punta del país a un pueblo de mala muerte porque te echaron de tu empleo y no teníamos a dónde ir? ¿Poner mejor cara después de...?- se le cortó la voz. Colin se puso de pie y apuntó a su hermana con el dedo, en señal de advertencia. Lía suspiró.

-No puedes echarme la culpa de todo, y menos por lo de tu padre y tu hermano. Algún día lo vas a entender.- dijo Mónica con voz firme.

-¿Y si nunca lo entiendo?

-Lo harás. Por ellos.

Esas últimas palabras le provocaron a Lía una puntada en la cabeza y se llevó las manos justo en donde le dolía.

-¿Estás bien?- preguntó Colin, colocándose a su lado.

Ella asintió.

-Arréglate un poco y deja de exagerar.- le ordenó Mónica.- aún eres una estudiante, ¿recuerdas? Vamos a ir a visitar la escuela del pueblo para inscribirte.- y salió de la habitación con un portazo.

Lía se dejó caer en la cama por completo.

Ella sintió los pasos de su hermano acercándose y notó cómo la cama no se hundía cuando él se sentaba a su lado. Supo que estaba junto a ella, ya que una ráfaga de viento helado le recorrió el cuerpo, como siempre que Colin se encontraba cerca de ella.

-Creo que te dijo que estás fea.- le dijo con tono burlón. Lía no respondió.- la escuela no debe ser tan mala.- continuó pero Lía siguió sin responder.- tienes que ser más agradecida.

-Repites lo mismo que mamá, ¿en serio?

-Claro que voy a repetir lo mismo, si tiene razón.

-No tengo por qué ser agradecida, ni quiero. Por si no lo sabías, no vivo en un lecho de rosas.

-Yo tampoco...- se observó las manos.- por eso mismo digo...

-No tengo nada por lo que agradecer. Tengo una casa que se cae a pedazos, una madre que me trata con desdén y me odia, tengo que vivir en este pueblo de mierda sin poder encender la luz después de las siete y lo peor de todo, es que no están ni papá ni tú.

Bonfist: el Susurro de las SombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora