La arena se sumió en un silencio sepulcral. El dragón Nagraxeth, arrodillado y exhausto, observaba a su oponente. Yael estaba de pie, pero apenas respiraba. Su cuerpo, cubierto de heridas y quemaduras, aún intentaba mantenerse erguido, pero algo en él ya no era lo mismo. El fuego y la fuerza que lo habían sostenido hasta ahora se desvanecían lentamente, y sus rodillas temblaban bajo el peso de una derrota que iba más allá de lo físico.
Nagraxeth respiró profundamente, el vapor escapando de sus fauces mientras sus ojos dorados, llenos de dolor y compasión, se posaban sobre Yael. No era solo una victoria. En ese momento, el dragón sintió algo más profundo: había roto algo mucho más frágil que un cuerpo, algo irreparable. El sueño de un joven que había apostado todo.
Con un último esfuerzo, Yael cayó de rodillas. La energía que alguna vez lo envolvía como un guerrero implacable desaparecía, y con ella, su apariencia invencible. Su cuerpo, alguna vez lleno de músculos marcados y cicatrices de batalla, comenzó a encogerse, volviendo lentamente a la forma de un joven común. Yael, quien durante tanto tiempo había sido un símbolo de esperanza y lucha, estaba ahora irreconocible.
Nagraxeth lo miró fijamente, sintiendo cómo un nudo de arrepentimiento se formaba en su pecho. ¿Qué había hecho? Yael no era solo un guerrero; era alguien que había luchado con cada fibra de su ser, no por gloria, sino por un sueño que lo había llevado hasta ese momento. Ahora, ese sueño se desvanecía, dejando atrás a un joven débil, casi irrelevante ante la inmensidad de lo que había enfrentado.
Yael alzó la vista por última vez, sus ojos vidriosos reflejaban algo que Nagraxeth nunca había esperado ver: resignación. Un joven que había perdido no solo una batalla, sino su propósito. La fuerza que lo había movido durante toda su vida se había apagado.
—"Todo... todo fue en vano..." —susurró Yael, su voz apenas un eco en la arena vacía.
Nagraxeth, un ser nacido para destruir, nunca había sentido una punzada tan aguda de remordimiento. En su interior, algo le decía que no había solo derrotado a un oponente, sino que había arrebatado el último rastro de un sueño que había mantenido vivo a Yael. Y en ese momento, el dragón entendió la fragilidad de los sueños humanos, su belleza, y la tragedia de destruirlos.
De repente, un movimiento sutil en la arena desvió su atención. Los compañeros de Yael, aquellos que habían luchado a su lado, comenzaron a transformarse. Yael no los miraba, absorto en su desdicha, pero Nagraxeth sí. Los guerreros que habían acompañado al joven, uno a uno, se convirtieron en mariposas blancas. Sus cuerpos, desvaneciéndose como polvo en el viento, dejaban escapar esas pequeñas criaturas aladas que volaban hacia el cielo.
El vuelo de las mariposas llenó la arena con una atmósfera etérea y emotiva. Eran almas liberadas, almas que habían luchado junto a Yael, pero que ahora, en silencio, se marchaban. La imagen era desgarradora. Nagraxeth observó cómo aquellas mariposas se elevaban hacia el cielo, como si llevaran consigo las esperanzas y los sueños que alguna vez compartieron en la batalla.
El dragón, con la mirada baja, entendió que su victoria había tenido un costo más allá de lo imaginable. Protegió su tierra, sí, pero al mismo tiempo, había sido responsable de quebrar a un joven soñador. Un peso insoportable cayó sobre él.
—"Lo lamento..." —murmuró Nagraxeth, sabiendo que sus palabras no llegarían al corazón roto de Yael.
Y fue entonces cuando una figura emergió entre las sombras de la arena. Morfeus, el anunciador, con su tono grave y solemne, apareció en el centro del campo.
—"El combate ha llegado a su fin", —dijo, su voz resonando en el silencio. El público, expectante, lo escuchaba con atención—. "Hoy hemos presenciado la lucha de dos seres extraordinarios. Un joven con un corazón que no conoce límites y un dragón nacido para proteger su legado. Ambos lucharon hasta el último aliento... pero solo uno puede alzarse como el vencedor."
Morfeus hizo una pausa, observando tanto a Nagraxeth como a Yael, el silencio pesado colgando sobre todos.
—"El vencedor es Nagraxeth, el dragón protector." —anunció finalmente, su tono respetuoso, casi apesadumbrado.
El público permaneció en silencio por un momento, digiriendo la escena frente a ellos. Aplausos tímidos comenzaron a resonar en el estadio, aunque no eran de júbilo, sino de respeto por la batalla épica que habían presenciado.
Nagraxeth, de pie en medio del campo de batalla, no alzó sus brazos en victoria ni rugió de triunfo. En su interior, la sensación de victoria se mezclaba con una amarga tristeza. Miraba una vez más a Yael, quien, ahora completamente debilitado, permanecía en el suelo, un joven sin sueños, un luchador que había dado todo lo que tenía.
Y mientras las mariposas blancas desaparecían en el cielo, Nagraxeth entendió que, a veces, incluso los ganadores pierden algo en la batalla.
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Somnium: Guerra de los Sueños
Science FictionEl mundo de los sueños se quedo sin Rey y la única forma de ver quienes e queda es con una torneo bienvenido al torneo Corona del sueño donde se enfrentaran peleadores de las sueños y pesadillas y tu de que lado estas