Capítulo 15 - Epílogo

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Hombres salían y entraban del apartamento constantemente con cajas en sus manos. Algunos movían objetos más grandes y pesados. Todos eran conocidos de la estación de policía, compañeros que se habían ofrecido para ayudar en la mudanza. Jane bajó por las escaleras, sosteniendo en su mano una lámpara. Su cabello estaba recogido en una coleta y, a pesar del aire fresco de otoño que entraba por la puerta principal, sentía un calor insoportable.

–No me digas que conservarás esa lámpara.

Jane, que en ese momento colocaba la lámpara sobre la mesa de la cocina, se giró y lo miró reprendiendo sus palabras. Frankie, que conocía esa mirada como la palma de su mano, dijo:

–¿Maura permitirá que lleves eso a su casa? –preguntó y se arrepintió al instante al ver cómo las cejas de Jane se fruncieron aún más.

–¿Qué estás intentando decir? –cruzó los brazos sobre su pecho.

–Es horrible, Jane. Hasta Ma lo ha dicho.

–No es horrible... –murmuró, regresando la mirada a la lámpara. Vale, no era una lámpara muy común y el color marrón tampoco era el más atractivo. Pero había tenido esa lámpara desde siempre–. Maura tiene cosas más raras. –Pensó en voz alta, razonando, mientras la sostenía en sus manos y la examinaba lentamente.

–¿Y qué sería eso exactamente?

Jane dio un respingo al escuchar la inesperada voz de la rubia, y la lámpara resbaló de sus manos, cayendo al suelo y rompiéndose en mil pedazos.

–¡Maura!

–¿Qué decías? –preguntó la mujer, conteniendo su sonrisa.

–Nada, nada... Le estaba diciendo a Frankie que...tienes cosas... –decía, agachándose para recoger los pedazos–. Cosas únicas...

Frankie no pudo contener la risa y se unió a su hermana para ayudarla.

–Anda. Yo recojo esto –dijo entre risas, recibiendo una mirada seria de la morena.

–No era mi intención asustarte.

–Sé que nunca te gustó, Maur. –Entrelazó su brazo con el de la mujer, caminando juntas hasta el patio para poder hablar con un poco más de privacidad.

–Eso no es cierto. –Tragó en seco y exhaló con fuerza–. Está bien. No era mucho de mi agrado.

–Admite que te alegras un poco de que se me haya caído.

–No me alegro, Jane. Recuerda en lo que quedamos: es nuestro hogar, no lo sería si no expresara un poco de las dos. Como esa silla Sacco que colocaste en el salón... –Las últimas palabras las susurró con un tono que, en los últimos dos años, Jane ha descifrado a la perfección. Ese tono que le dice que, aunque Maura no ha dicho nada más sobre la ubicación de dicha silla, aún está pensándolo. Y lo ha notado por la forma en que la mira siempre que pasa por el salón, o cuando está leyendo un libro y levanta la mirada disimuladamente para echar un vistazo a la silla, como si pudiera devolverle la mirada.

–No puedes negar que esas bolitas de poliestireno son muy cómodas. Más que tu silla.

Maura aclaró la garganta, mirándola a los ojos.

–Pero no tanto como tu sofá –añadió Jane con una sonrisa.

–Tu silla irá al sótano o a cualquier otro lugar, pero no me convence que se quede en el salón...

Jane simplemente sonrió. Sabía que tarde o temprano escucharía esas palabras. Estaba sorprendida de que no hubiera sido días antes.

Detuvieron su andar y Jane la miró de arriba abajo, notando que no estaba vistiendo ropa apropiada para ayudar con la mudanza. Todo lo contrario; vestía uno de sus vestidos que, después de todo el tiempo que ha pasado, seguían dejando a Jane sin aliento. Tal vez por la forma en que se ajusta a las curvas de Maura, además de que ese, específicamente, era uno de sus favoritos. Maura lo sabía y no perdía oportunidad para usarlo.

Extrañas en la nocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora