3 capítulo: el verdadero tú

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Resumiendo nuestro primer día de amistad, me di cuenta de que Doyoung tenía unos padres amorosos y eran muy buenos compañeros de vida. Su casa era grande y, aunque no eran millonarios, el amor nunca faltó. Me pregunté por qué un ser con padres tan buenos podía ser tan frío. Todo estaba muy bien, excepto por un detalle: su casa estaba llena de cruces e imágenes de santos. Creí que en Corea no existían los católicos y que solo era un invento de Occidente. Entonces, mi mayor miedo se hizo realidad. Al entrar, casi me quedo ciego, pero curiosamente Doyoung tapó mis ojos con sus manos y me llevó directo a su habitación. Me quitó las manos de la cara tan pronto como pasamos la puerta y dijo con seriedad:

-Ponte estas gafas, mi casa es muy brillante, ¿no?

-¿Qué? Para nada, solo se me metió una basura en el ojo -respondí mientras fingía dolor y reía falsamente.

-Como digas, pero parece que te hubiera caído cloro en los ojos. Ponte las gafas. No quiero que piensen que haces cosas... raras -respondió con sarcasmo.

-¡Dodo, bajen a comer! -gritó la madre de Doyoung.

-Pufff, ¿qué clase de apodo es ese? -dije con un tono burlesco, mientras contenía la risa.

-Vete a la mierda -exclamó enojado.

-¡No te enojes, Dodo! -respondí, riendo a carcajadas.

Pasamos el resto de la tarde en su casa y fue muy divertido escuchar a sus padres contar cosas vergonzosas sobre él. Después de ese día, Doyoung no fue tan frío como siempre, pero aún así era muy cortante.

A medida que pasaban las semanas, comencé a notar patrones en su comportamiento. Doyoung se retiraba más cuando se sentía vulnerable, pero había momentos fugaces en los que parecía abrirse. Era en esos instantes cuando me sentía más cerca de él. Una tarde, mientras caminábamos juntos por el campus, lo vi mirar hacia el cielo, perdido en sus pensamientos.

-¿Qué es lo que más te gusta de la vida? -le pregunté, intentando romper el hielo.

Se giró hacia mí, sorprendido por la pregunta. Estuvimos en silencio un momento antes de que finalmente respondiera:

-Me gustaría que me dejaras de seguir -respondió mientras me miraba con indiferencia.

-Aunque no lo aceptes, estoy seguro de que disfrutas estar conmigo -dije después de golpear su brazo ligeramente y mostrarle una gran sonrisa burlona.

-Me gusta dibujar. Es lo único que realmente me hace sentir... libre -dijo en voz baja, mirando al suelo.

El modo en que pronunció esa palabra me hizo querer saber más.

-¿Por qué no me dejas ver tus dibujos algún día? -le propuse.

Él frunció el ceño.

-No son buenos. Solo son garabatos. Son muy personales; sería como abrir mi alma y la verdad, aún no me das confianza.

-Aún así, son tus garabatos. Me gustaría conocer esa parte de ti. Te juro que no soy una amenaza, Dodo -respondí mientras le picaba las costillas con mis dedos.

Doyoung desvió la mirada, pero esta vez no se cerró completamente. Hubo un destello de curiosidad en sus ojos, y por un breve momento, sentí que podía haber una grieta en su armadura.

Con el tiempo, me di cuenta de que mis intentos de acercamiento estaban comenzando a dar frutos. Doyoung empezó a tolerar mi presencia, aunque siempre con una actitud defensiva. Era un pequeño avance, pero significaba el mundo para mí.

Una noche, mientras estábamos en mi casa haciendo tarea, él de repente miró por la ventana, como si estuviera contemplando algo más allá de la oscuridad.

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