Prólogo

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Cuenta la leyenda que hace muchísimos años, cuando el mundo aún era joven, los dragones y los hombres vivían en armonía y cooperación. Juntos habían establecido un pacto sagrado de paz y colaboración, un acuerdo que además había garantizado durante mucho la prosperidad de ambos pueblos.

En las majestuosas montañas donde vivían, reinaban con sabiduría y hermandad los dos dragones legendarios del Yin y el Yang: Ryu y Senso. Ellos no sólo representaban el equilibrio, el control y la energía de sus símbolos, sino que también eran hermanos unidos por los lazos de la herencia del Primer Gran Dragón.

Juntos habían creado bosques, islas y montañas con sus propias garras, incluida la Isla del Dragón, su hogar y el de todos los suyos. Bajo su liderazgo, nacieron dragones y su pueblo crecía convirtiéndose en un reino de justicia y amistad. Los pocos hombres que vivían allí les respetaban y veneraban, trabajando con ellos en construir una floreciente civilización.

Pero con el tiempo, la naturaleza del hombre comenzó a cambiar y a corromperse. La codicia se apoderó de muchos, mientras su número crecía y se multiplicaban sin control. En lo que tardaba un nuevo dragón en nacer, decenas de hombres venían al mundo, y cada vez eran más numerosos, ocupaban más tierras y deseaban más poder. Algunas tribus de hombres ya no conocían el acuerdo de paz, o simplemente decidieron no seguirlo cumpliendo y empezaron a esclavizar a los dragones, a cazarlos cómo trofeos e incluso a utilizarlos cómo armas en sus guerras entre ellos mismos.

Cuando Senso descendió de las montañas y vio el sufrimiento de sus hermanos, fue dominado por una incontenible ira y un odio hacia el hombre se despertó cómo llama en su interior, una llama que alimentaba cada día con rencor y dolor. Convencido de que la única manera de restaurar el equilibrio era la destrucción del hombre, Senso empezó en secreto a reunir un ejército de dragones que compartieran su deseo de venganza. Pero su furia fue tanta que se esparció también a los dragones que se negaban a unirse a él, y considerándolos débiles y traidores, muchos fueron exterminados por él y sus seguidores.

Ryu, por su parte, se resistió a la guerra que se avecinaba. Intentó por todos los medios convencer a su hermano de su errado actuar y al comprender la magnitud del odio en su corazón comenzó a reunir a los pocos dragones que aún creían en la paz, formando una pequeña pero valiente resistencia. En su corazón sabía que algún día tendría que luchar contra su hermano y que eso solamente llevaría más destrucción, pero a medida que el tiempo pasaba las fuerzas de Senso eran mayores y la resistencia se veía diezmada y debilitada. Dejando al final a Ryu sólo, enfrentado además a la devastadora verdad de la destrucción causada por su hermano y sabiendo que él era la última esperanza del mundo, y del hombre.

En un último intento angustioso por detener la guerra, Ryu pidió a Senso una reunión en el corazón de su hogar ancestral en el Templo del Primer Gran Dragón. Allí, en el medio de la creación que juntos habían formado, Ryu intentó hacer entrar en razón a su hermano, pero sólo encontró odio, venganza y resentimiento en sus palabras y su corazón. Con sus últimas energías, y en un acto final desesperado, Ryu se sacrificó a sí mismo en ese momento derrumbando el Templo del Gran Dragón y encerrando a Senso y a su ejército bajo una inmensa capa de tierra y polvo.

Así nació lo que hoy se llama cómo el Volcán del Monte Fuji. La Montaña con el Dragón Viviente en su interior. Se cree que, en el centro del volcán, duerme un dragón eternamente vigilante, que se asegura de que la maldad y el odio no resurjan para destruir el mundo. Dicen que algún día la búsqueda del equilibrio despertará de nuevo al dragón, justo cuando el mundo más necesite de su poder.

Ya saben lo que dicen, siempre hay un poco de verdad en cada leyenda. Y un poco de leyenda, en cada verdad.

El Último Dragón: Los Secretos del FujiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora