Capítulo 2. El secreto de la luz parpadeante (Primera Parte)

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Ya estaba empezando a oscurecer cuando Mushiko entró por la puerta, dejó sus zapatos en el pasillo y cargando una bolsita con algunas frutas para Shiro, lo llamó un par de veces para saludarlo, pero empezó a preocuparse al no recibir ninguna respuesta.

Dejó la bolsa de frutas sobre la mesa del comedor, y empezó a subir la escalera hacia el cuarto de Shiro. Al entrar en la habitación, encontró sobre la cama algo que la sorprendió: un fajo de billetes cuidadosamente envuelto y una nota escrita a mano con la letra de Shiro. Tomó la nota y leyó las palabras que había escrito:

"Espero que sea suficiente para las reparaciones de la tienda. Yo iré a buscar a Papá. Te amo."

El silencio que había se sentía cada vez más pesado, Mushiko llevó la nota a su pecho suspirando, su rostro expresaba una mezcla de amor, preocupación y orgullo. Sabía que Shiro había tomado una decisión, una que ella presentía que iba a tomar tarde o temprano; pero, aun así, sintió temor por el paradero de su hijo, porque en su corazón de madre, sabía que el camino que había elegido no iba a ser fácil.

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Mientras tanto Shiro se encontraba ya lejos de casa. Por primera vez en su vida estaba viajando sólo, saliendo de Fujinomiya e iba rumbo a conocer a su padre. Era una sensación emocionante, su mente y su corazón estaban llenos de propósitos, dudas e intenciones. El autobús en el que viajaba iba rumbo a la falda del monte y aunque fue un viaje de no más de dos horas, se le hizo que había sido una eternidad. Cada vez se sentía más cerca de su padre, tanto que su mente ya estaba creando preguntas para él. Había tantas cosas que quería preguntarle, tantas cosas que quería saber de él, Shiro se preguntaba sí Thomas aún sería capaz de reconocerlo después de tantos años.

Cuando llegó a la estación bajó decidido a empezar la búsqueda, fue a la caseta de información pidió un mapa detallado del volcán y luego abrió el diario de Thomas para encontrar en el mapa la ubicación marcada por él.

- No creo que sea prudente que vaya por esa ladera joven – le advirtió el anciano que atendía la caseta. – Es una ladera muy inclinada, con rocas muy afiladas y tan duras que parecen escamas de dragón, puede ser difícil llegar allá incluso para algunos montañistas con más experiencia-.

Shiro agradeció el consejo mientras pagaba el mapa que le había dado el anciano, pero en realidad no prestó mucha atención a la advertencia, Shiro estaba seguro del lugar al que debía ir para encontrar a su padre, así que inició la caminata a paso firme y decidido.

A pesar de su complexión física delgada e incluso podría dar la impresión de que era un poco debilucho, se podría considerar en realidad a Shiro un joven muy atlético, siempre participó en diferentes deportes en la escuela y mantenía cierto hábito de ejercicio gracias a las labores en la tienda de Mimi. Pero nunca había hecho una jornada tan extensa, ni tan exigente.

Luego de unas 3 horas de ardua caminata empezó a sentir el agotamiento en sus piernas, tras haberse separado del camino principal en busca del lugar marcado por su padre, las piedras empezaron a hacerse más filosas y la pendiente era más notable e implacable, lo que complicaba el ascenso cada vez más, haciendo también que el agotamiento fuera más notorio.

"Si mi padre pudo llegar hasta allá, yo también puedo" pensó Shiro mientras seguía con paso decidido y respiración agitada, pero el deseo de encontrar respuestas lo mantenía firme en su camino.

Lo que hizo que Shiro se diera cuenta lo mucho que había caminado fue que el sol empezó a ocultarse, tiñendo el cielo de naranja y púrpura, y de repente la noche cayó sobre la montaña, cubriendo todo con su manto oscuro y silencioso. Además, una especie de niebla empezaba a tapar la vista de la cima de la montaña, haciendo también más pesado el caminar porque apenas se podía ver a través de ella.

Shiro alargó su mano sobre unas rocas y resbaló al pisar equivocadamente en una de ellas, no fue un golpe grave, apenas un pequeño raspón, pero en ese momento Shiro decidió que era momento de descansar. El aire frío empezó a golpear su rostro, y cada paso se sentía más pesado que el anterior.

Buscó entre las rocas un lugar medianamente cómodo dónde pudiera recostarse, sacó su bolsa de dormir de la maleta, la extendió y empezó a reunir algunas ramas y troncos para hacer una pequeña fogata.

La temperatura estaba bajando tan rápido cómo la noche y el frío calaba en sus huesos con crudeza. Sacó una barra de granola de uno de los bolsillos laterales de su maleta y cuándo estaba a punto de darle el primer mordisco algo inusual lo sacó de sus pensamientos.

A lo lejos, entre la niebla, la oscuridad y las rocas una luz empezó de nuevo a parpadear cómo la noche anterior. Primero se veía pálida y opaca, pero empezó a verse más y más clara con un brillo cálido y dorado cómo el de una estrella.

El Último Dragón: Los Secretos del FujiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora