Capítulo 2. El secreto de la luz parpadeante (Parte Final)

15 4 2
                                    

"Papá..." - pensó Shiro - y metió rápidamente la barra en el bolsillo de la chaqueta, guardó de vuelta la bolsa en la maleta y retomó el ascenso rápidamente, aunque de forma descuidada sobre la roca, siguiendo todo el tiempo el parpadeo de la luz cómo su guía en el camino.

Sentía cómo su corazón latía cada vez con más fuerza mientras empezaba a adentrarse en un sendero estrecho que conducía a la entrada de una pequeña cueva, en cuyo interior podía verse una luz brillando intensamente. No era una luz natural, no podía ser sólo el reflejo de la luna. Era cómo sí algo, en el interior del corazón de la montaña, lo estuviera llamando.

Sin pensarlo dos veces, Shiro siguió buscando la fuente de ese brillo, viajando a través de las oscuras paredes de tierra de la montaña. A medida que avanzaba entre la piedra, el sonido agitado de su respiración parecía amplificarse en el eco de las rocas. El viento había dejado de soplar y el único sonido era el crujir de sus botas en el camino.

Entonces la vio, una abertura en la cueva. Un resplandor anaranjado y un intenso calor, pero no un calor seco de una fogata sino algo más denso, con un aire cargado de energía, tierra y azufre, una sensación cada vez más envolvente a cada paso que daba y que, al por fin entrar le permitió reconocer una corriente de lava que se movía entre las rocas cómo un río de fuego y piedra.

Ahí, a una orilla del río de lava, vió la fuente de la luz que había seguido y que se hizo ahora completamente clara. Pero no era Thomas el responsable de ese resplandor, era algo aún más sorprendente e inesperado.

Allí en el centro de la cueva, y sobre un pequeño montículo de rocas, organizadas cómo un pequeño nido, había un enorme huevo plateado de al menos unos 50 centímetros de alto, con unas escamas negras brillantes y tornasoladas de belleza increíble. El huevo emitía un brillo hipnotizante, reflejando el flujo de la lava a su lado e iluminando todo el interior de la cueva con una luz cálida. Además, el calor del río de lava hacía aún más cálido el ambiente del recinto. Ese resplandor latente hacía parecer que el huevo estaba vivo.

Shiro lo miró asombrado, incapaz aún de procesar completamente lo que tenía antes sus ojos. Empezó a acercarse lentamente cómo si estuviera recibiendo un llamado a tocar el huevo "¿Acaso podrá ser un...?", pero antes de que pudiera siquiera reaccionar, la superficie del huevo emitió un leve crujido, interrumpiendo sus pensamientos.
Shiro retrocedió un poco asustado y sorprendido, su corazón se aceleró aún más.

- ¡Ni siquiera lo toqué! - exclamó rápidamente.

Un crujido resonó en el aire de la cueva cómo un relámpago golpeando las rocas, el calor en el sitio empezó a aumentar y las grietas en el huevo empezaron a hacerse cada vez más grandes. Shiro creyó ver una pequeña cola moverse en su interior. Estuvo todo el tiempo observando con atención el momento, con la esperanza de que se detuviera.

Pero al contrario de lo que él esperaba el huevo se quebró completamente en un estallido final que hizo que se cayera de su nido de rocas, Shiro también cayó tendido en el suelo por el estrepitoso sonido y al levantar la vista de nuevo hacia el huevo, había emergido de él una criatura que reconoció enseguida de los dibujos del diario de su padre.

Frente a él, sacudiéndose entre los restos del cascarón, había un pequeño dragón negro cómo la noche, con unas escamas tan brillantes que reflejaban el resplandor de la lava, y unos hermosos ojos azul claros tan profundos como el mar. Era una criatura realmente hermosa y maravillosa. Sus grandes ojos se veían llenos de curiosidad y ternura. Y de repente, parpadeó, mirando a Shiro a los ojos cómo si lo reconociera y esbozó una agradable sonrisa.

Luego el pequeño dragón se sacudió para quitarse los restos del cascarón, bostezó suavemente y emitió un suave rugido, cómo un susurro.

Shiro, entre la sorpresa y la emoción, metió su mano en su chaqueta, sacó del bolsillo la barra de granola que no había podido comerse y extendiendo la mano con un poco de temor, se la ofreció al pequeño dragón quién se la comió de un solo bocado.

Había algo en los ojos de esa criatura que hacía sentir a Shiro una fuerte conexión. Cómo un vínculo que el destino había creado entre él y ese dragón.

Las miradas de Shiro y el pequeño dragón se cruzaron de nuevo. Ambos sintieron en ese momento algo cálido en su corazón, cómo cuándo encuentras algo que llevabas mucho tiempo buscando, sólo que ellos no sabían que se habían perdido; y el dragoncito, abriendo la boca lentamente le dijo:

-P... P... P... Pa... Pa... ¿Papá? -

El Último Dragón: Los Secretos del FujiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora