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El nuevo becado

Iris Cley

Alana pasó a recogerme. Ambas llegamos a Arcadia, y lo primero que llamó mi atención fue el enorme cartel anunciando una fiesta. “Bienvenida al paraíso de los privilegiados”, pensé con sarcasmo. En mi antiguo instituto, lo máximo que recibías era un saludo cordial y un apretón de manos, nada de fiestas ni grandes gestos.

—¿Estás nerviosa? —me preguntó Alana, notando mi silencio.

—Un poco —admití. No sabía si la inquietud venía del cambio de escuela o del hecho de ser la becada, un título que parecía pesar más que mi propio nombre.

Mientras cruzábamos las puertas, sentí las miradas curiosas de algunos estudiantes. Aunque Arcadia era conocida por ser una institución de élite, pocas veces aceptaban a alguien como yo, sin apellidos rimbombantes ni fortuna heredada. Sin embargo, eso no significaba que me lo iban a poner fácil.

Al entrar en la Institución, Lyra apareció caminando hacia mí con la seguridad de alguien que ya ha decidido que soy su próximo entretenimiento. Me escaneó de pies a cabeza con una sonrisa tan falsa como sus intenciones.

—Así que tú eres la nueva becada —dijo con voz melosa.

—No hace falta que enorgullezcas mi título —le respondí, sosteniéndole la mirada sin pestañear.

Alana trató de disimular su risa, pero Lyra no se molestó en ocultar su incomodidad. En su rostro apareció una sonrisa tensa, cargada de desafío.

—Tendremos una prueba parcial muy pronto —dijo, cruzando los brazos—. Si logras sacar un 10, que es la nota más alta, quizá consigas un buen lugar aquí. Aunque dudo que hasta tú te creas capaz de lograrlo.

—Lo haré —respondí sin titubear—. Pero que me quede claro algo: mi vida siempre estará en el centro de tu atención, ¿verdad?

Lyra me lanzó una mirada de advertencia antes de darse la vuelta y marcharse.

—Ven, vamos a comer algo —dijo Alana, tomándome del brazo y llevándome hacia la cafetería.

Mientras avanzábamos, el bullicio y los olores a comida caliente invadieron mis sentidos. Mi estómago rugió de inmediato, recordándome que no había comido en todo el día. Sin embargo, un alboroto al otro lado del salón llamó nuestra atención.

Un grupo de estudiantes rodeaba a un chico, claramente un blanco fácil. Derramaron sobre él comida y jugos sin el menor remordimiento, entre risas.

—¿Qué les pasa? —dije, sintiendo que la ira crecía en mí.

Antes de que Alana pudiera detenerme, caminé hacia ellos y me planté frente al chico empapado.

—¿Qué creen que están haciendo? —pregunté en voz alta, mirando a los abusadores con dureza.

Los otros me miraron con sorpresa, como si no pudieran creer que alguien interviniera. Azier, el líder del grupo, dio un paso adelante, con una sonrisa arrogante en los labios.

—No sabes por qué le hacemos esto —dijo con frialdad—. ¿Y aun así decides defenderlo?

Lo miré sin parpadear.

—Capaz no sepa el motivo —dije, cruzándome de brazos—, pero si tuvieras un poco de empatía, sentirías lo que él siente.

Por un instante, la sonrisa de Azier vaciló. Fue apenas un segundo, pero lo noté. Sus ojos fríos me examinaron como si intentara decidir si valía la pena contestarme.

—Empatía... —repitió lentamente, como si esa palabra no tuviera lugar en su mundo. Luego, se encogió de hombros—. Te darás cuenta, becada, que la empatía es un lujo que no todos aquí se pueden permitir.

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