3. Secretos en las Sombras

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Los días pasaban en la Mansión, y a pesar de la incomodidad de mi situación, había momentos de calma que me hacían sentir un poco más en casa. Sin embargo, siempre había una sensación de inquietud latente, como si algo estuviera a punto de romperse.

Era un día tranquilo cuando decidí explorar un poco más la Mansión. Mis pasos me llevaron a una sala pequeña que rara vez se mencionaba, una habitación aislada en una esquina que parecía olvidada por el tiempo. Desde la distancia, escuché el sonido de páginas pasándose, un sonido suave que capturó mi atención. Me acerqué a la puerta entreabierta y espié.

Allí estaba N, sentado en un rincón, absorto en un libro. La portada mostraba una imagen colorida de un Gold retriever, un perro dorado de aspecto amigable. Tenía una expresión alegre, y la forma en que N sonreía mientras leía era como si hubiera encontrado un pequeño refugio en medio del caos.

“¿Qué haces?” pregunté, sorprendiéndolo.

N levantó la vista, sus ojos brillando con una mezcla de sorpresa y alegría. “Oh, solo estoy leyendo sobre perros. Los Gold retriever son fascinantes. Son conocidos por ser muy leales y por sus bocas blandas.”

“¿Te gustan los perros?” le pregunté, intrigada.
“Sí,” respondió, pasando la página con delicadeza. “Siempre he pensado que su lealtad es admirable. Ellos protegen a su manada sin dudarlo, incluso en las situaciones más difíciles.”

Me senté a su lado, tratando de comprender su conexión con esas criaturas. “¿Crees que nosotros también podemos ser leales como ellos?”

N miró hacia el libro, pensativo. “A veces creo que sí. Que podemos protegernos unos a otros, ser una familia. Eso es lo que intentamos hacer aquí.”

“¿Una familia?” repetí, sintiendo que sus palabras resonaban en mí.

Antes de que pudiéramos seguir hablando, algo en la habitación llamó mi atención. Una pequeña puerta de metal en el suelo se asomaba entre las sombras,  debajo de una alfombra. Era diferente a cualquier otra puerta que había visto en la Mansión. Tenía un aspecto antiguo y oxidado, como si llevara años sin abrirse.

“¿Qué es eso?” pregunté, señalando la puerta.

N cambió de expresión, su rostro se tornó serio. “No es nada. Solo… una parte olvidada de la Mansión.”

“Pero, N, parece interesante. ¿Por qué no podemos entrar?” insistí, sintiendo una extraña atracción hacia la puerta.

“Porque no deberías. Lo que hay ahí no es seguro,” dijo, su voz sonó más firme. “Es mejor dejarlo cerrado.”

“¿Por qué no me lo dijiste antes?” pregunté, sintiendo que mi curiosidad se transformaba en inquietud.

“Hay cosas que no comprendes aún,” respondió N, su mirada se tornó distante. “La Mansión tiene sus secretos, y a veces, lo mejor es no hacer preguntas.”

“Pero necesito saber. Por favor, N, solo quiero entender.” La frustración empezaba a asomarse en mi voz.

N suspiró, como si llevara una carga pesada. “Hay secretos en esta Mansión que son difíciles de enfrentar. Pero no te preocupes, Annie. Estamos a salvo aquí.”

“¿A salvo? ¿De qué?” insistí, sintiendo que mi corazón latía con más fuerza.

“No está en tu naturaleza ser insegura, pero hay cosas que debes ignorar. Si te acercas a esa puerta, podría no gustarte lo que encuentres,” dijo N, con seriedad.

“Pero estoy aquí. Y necesito entender. Por favor, N, solo quiero saber la verdad,” le dije, sintiendo que la frustración se apoderaba de mí.

N se quedó en silencio, como si estuviera pensando en mis palabras. Finalmente, asintió. “Está bien. Pero no quiero que te acerques a esa puerta. Es demasiado peligrosa. Promételo.”

“Lo prometo,” respondí, aunque en mi interior sentía que la curiosidad por lo que había detrás de esa puerta solo crecía.

Mientras la conversación se desvanecía en un silencio incómodo, no pude evitar mirar de nuevo hacia la puerta oxidada. Era como si sus secretos estuvieran esperando, y sabía que tarde o temprano, tendría que enfrentarlos.

“Vamos a hacer algo divertido,” propuso N, intentando cambiar el tono. “Te enseñaré sobre los Gold retriever y lo que los hace tan especiales.”

Pasamos un rato hablando sobre los perros, y aunque el tema me hacía sentir más cerca de él, la puerta seguía en mi mente, recordándome que había más en la Mansión de lo que N y los demás estaban dispuestos a compartir.

Con cada momento que pasaba, la inquietud crecía dentro de mí, como si los secretos de la Mansión estuvieran entrelazados en una trama que inevitablemente tendría que desenredar.

Más tarde, cuando N se distrajo con el libro, decidí que necesitaba saber más sobre lo que había detrás de aquella puerta. Mi curiosidad era más fuerte que el miedo, y estaba dispuesta a descubrir la verdad, sin importar el costo.

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