Capitulo 10

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Adam y yo seguimos caminando por la acera, dejando atrás el hospital y el sonido del tráfico. El aire nocturno era fresco, lo suficiente para despejar mis pensamientos, pero no para hacerme sentir incómoda. La compañía de Adam, sorprendentemente, también me daba una sensación de calma. No era el chico altanero que a veces veía en el instituto. Esa noche, había algo en él que me hacía sentir... cómoda. Como si, por primera vez en mucho tiempo, pudiera bajar la guardia.

—¿Y cuál es tu lugar favorito para comer? —preguntó Adam, rompiendo el silencio mientras caminábamos bajo la luz tenue de las farolas.

Pensé por un momento. No quería impresionar a Adam, solo ser yo misma. Recordé un pequeño café que solía frecuentar, un lugar tranquilo donde podía perderme entre libros y tazas de té.

—Hay un café en el centro, "La Casita" —dije, sonriendo ante la imagen mental—. Es pequeño, pero tienen los mejores pasteles de arándanos.

Adam arqueó una ceja, y su sonrisa juguetona apareció de nuevo.

—¿Un café? No me lo esperaba, pero me gusta. Vamos a probar esos pasteles, entonces.

Llegamos al centro en cuestión de minutos. Las calles estaban casi desiertas a esa hora, y las luces del pequeño café iluminaban suavemente la acera. Me relajé un poco más, contenta de haber sugerido un lugar que significaba algo para mí.

Entramos en "La Casita", y el sonido de la campanilla de la puerta anunció nuestra llegada. El lugar estaba prácticamente vacío, lo cual era perfecto. Nos sentamos en una mesa junto a la ventana, y el ambiente acogedor me hizo sentir menos nerviosa. Adam se acomodó frente a mí, apoyando los codos sobre la mesa mientras me observaba con esa mirada tranquila, pero curiosa.

—Entonces, ¿vienes aquí a menudo? —preguntó, mientras hojeaba el menú, aunque parecía más interesado en nuestra conversación que en la comida.

Asentí, jugueteando con una servilleta.

—Sí, me gusta la tranquilidad. Es uno de esos lugares donde puedes sentarte durante horas, leer un buen libro y perderte por completo.

—¿Eres de las que prefieren los libros a las fiestas? —bromeó, pero había una genuina curiosidad en su tono.

Sonreí, sabiendo que la pregunta era común. Siempre había sido la chica reservada, la que evitaba las grandes multitudes y prefería las noches tranquilas.

—Definitivamente —respondí, encogiéndome de hombros—. No es que no me gusten las fiestas, pero... bueno, me gusta más este tipo de cosas. No sé si me explico.

Adam asintió, y por un momento, su expresión fue más seria, más reflexiva.

—Tiene sentido. A veces la gente asume que, solo porque estás en el equipo o eres popular, te encanta estar rodeado de gente todo el tiempo... pero la verdad es que, a veces, lo único que quieres es un poco de silencio.

Me sorprendió lo que dijo. Era como si, de alguna manera, entendiera cómo me sentía, aunque nuestras vidas parecieran tan distintas.

—Nunca pensé que dirías algo así —admití, jugando con la cuchara que había sobre la mesa—. Siempre te ves... tan seguro de ti mismo, como si nada te afectara.

Adam se inclinó un poco hacia adelante, su mirada fija en la mía, y por un segundo, me sentí vulnerable.

—Créeme, Every —dijo en voz baja—, todos tenemos nuestras cosas. Solo que algunos somos mejores para ocultarlas.

Esa confesión me tomó por sorpresa. Había más en Adam de lo que imaginaba, y algo en su tono me hizo querer conocer más de esa parte de él, la que no mostraba al mundo.

—Bueno, si alguna vez necesitas un lugar tranquilo... —dije, señalando con la cabeza al café a nuestro alrededor—. Ya sabes dónde encontrarme.

Adam sonrió de una manera que me hizo sentir que estábamos compartiendo algo especial, algo que no necesitaba ser dicho en voz alta.

—Lo tendré en cuenta —respondió.

Después de pedir los pasteles y un par de tazas de café, la conversación fluyó con naturalidad. Me sorprendí a mí misma riendo con él, hablando de cosas triviales pero también intercambiando pequeños detalles personales. Adam tenía una forma de hacerme sentir cómoda, como si lo que decía realmente le importara. De vez en cuando, me lanzaba una sonrisa coqueta, un comentario sutil que me hacía sonrojar sin poder evitarlo.

La noche se volvió una mezcla de risas, miradas compartidas y esa sensación de que, por una vez, el tiempo no importaba. No pensaba en Jared, ni en el miedo que su regreso había traído de vuelta. En este momento, solo estaba yo, Adam, y el cálido ambiente de "La Casita".

La noche estaba llegando a su fin, y después de haber compartido risas, conversaciones y ese café, Adam insistió en llevarme a casa. No era algo que esperaba, pero de alguna manera, estar más tiempo con él no parecía una mala idea. Cuando llegamos a la puerta de mi casa, me sentí un poco extraña, como si el día no debiera terminar todavía.

Adam se quedó en silencio un momento, observándome. Sus ojos grises parecían más serios ahora, como si estuviera considerando algo importante. Dio un paso más cerca, haciendo que mi corazón acelerara de nuevo. Justo cuando iba a decir algo, él habló primero.

—Ni antes, ni mucho menos ahora estoy arrepentido de haberte conocido, Every. —Su voz era baja, pero clara—. Lamento que no lo logres entender.

Me quedé paralizada por sus palabras, tratando de procesarlas. ¿Por qué decía eso? ¿Qué estaba insinuando? Antes de que pudiera responder, Adam levantó una mano, suavemente rodeando mi cuello con sus dedos, y en un movimiento inesperado, me acercó a él. Sus labios tocaron los míos, y todo a mi alrededor se detuvo.

El beso fue suave pero decidido, cargado de una intensidad que me dejó sin aliento. No fue largo, pero fue suficiente para hacerme olvidar de todo lo que había pasado ese día... excepto él. Cuando se separó, sentí como si me faltara algo, como si el aire entre nosotros se hubiera vuelto denso.

Adam no dijo nada más. Sonrió levemente, un gesto que parecía mezclar satisfacción y misterio, y sin más, se dio la vuelta y se fue, dejándome sola en la puerta.

Me quedé ahí, inmóvil, con los labios aún hormigueando por el beso. Mi mente estaba hecha un caos, pero una cosa era segura: había sentimientos confusos en mi interior, una mezcla entre sorpresa, felicidad y algo que no podía describir del todo. Adam me había besado. Después de tanto tiempo de observarlo desde lejos, finalmente estaba en su radar. Y aunque parte de mí sabía que no debía emocionarme tanto, otra parte estaba extasiada por todo lo que había sucedido esa noche.

Cuando finalmente subí a mi cuarto y me acosté en mi cama, una sonrisa se dibujó en mi rostro. Me despedí de ese día tan especial, un 7 de abril, la noche en que Adam me besó.

LeBlanc por defectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora