𝐂𝐚𝐩𝐢𝐭𝐮𝐥𝐨 8

22 4 6
                                    

Lunes – 8:00 a.m.

Te encontrabas tumbada en la cama, mirando el techo con los ojos entrecerrados. El cuarto estaba en penumbra, con las cortinas apenas dejando pasar la luz grisácea de la mañana. Sabías que ya debías estar en camino a la universidad, pero la energía para levantarse simplemente no llegaba. Todo tu cuerpo parecía pesar más de lo normal, como si la tristeza que cargabas te impidiera moverte. La discusión con Merlín seguía dando vueltas en tu cabeza, cada palabra resonando como un eco que no lograba callar.

Un par de golpes suaves resonaron en la puerta de su cuarto.

—¿Mi niña? ¿Puedo pasar? —preguntó tu abuelo, Miguel, con su voz tranquila y siempre amable.

—Sí... —respondiste sin mucho ánimo, abrazando la manta mientras lo veías abrir la puerta.

Miguel entró despacio, con una taza de té caliente en las manos y su expresión serena pero preocupada. El hombre, de cabellos plateados y barba bien cuidada, se sentó en el borde de la cama sin decir nada al principio, como quien sabe que a veces el silencio es necesario. Colocó la taza en la mesita de noche y acarició tu cabello con suavidad, despeinándote aún más.

—No has salido de la cama, pequeña —dijo en voz baja, pero con una calidez que hizo que te sintieras un poco menos pesada.

—No quiero ir, abuelo... —murmuraste, con los ojos fijos en la manta arrugada.

Miguel asintió lentamente, como si entendiera perfectamente lo que pasaba por tu mente. Luego, se inclinó un poco hacia ti.

—¿Y eso por qué? ¿Algo pasó en la universidad o con tus amigos?

Hiciste una mueca. No querías hablar de Merlín. No tenías fuerzas para explicar todo lo que había sucedido, así que simplemente negaste con la cabeza.

—No es la universidad... no sé. Solo... estoy cansada.

Miguel te observó un momento en silencio, sabiendo que había algo más profundo. No iba a forzarte a hablar, pero tampoco dejaría que su nieta se hundiera en su tristeza.

—¿Sabes? —dijo, con una sonrisa pequeña y suave—. Tu abuela siempre me decía que los días malos solo se vencen si hacemos algo con ellos. Aunque no tengas ganas, aunque todo parezca complicado, levantarse y seguir adelante es la única forma de salir de ese huequito.

Lo miraste por primera vez desde que había entrado, sus ojos un poco enrojecidos y su expresión frágil.

—Pero no tengo ganas... siento que nada tiene sentido, abuelo.

Miguel suspiró con ternura, se inclinó y te rodeó con un brazo, dándole un abrazo firme y cálido.

—Lo sé, pequeña. A veces todo parece un desastre. Pero confía en mí: el sentido lo encontramos en el camino, no en la cama. Y yo sé que eres fuerte. ¿Recuerdas cuántas veces has salido adelante antes? Eres como tu abuela, tienes su fuerza.

Dejaste escapar un suspiro tembloroso y te acurrucaste en el abrazo de tu abuelo, sintiendo que las lágrimas amenazaban con salir, pero también sintiendo un alivio lento, como una brisa suave después de la tormenta.

—No tienes que arreglarlo todo hoy—continuó Miguel, besando tu frente con cariño—. Solo tienes que levantarte. Y yo sé que puedes hacerlo.

Te quedaste en silencio unos segundos más, aferrada a la calidez de tu abuelo. Luego, con un movimiento lento, asentiste.

—Está bien... Voy a ir a la universidad.

Miguel te soltó y te dio una sonrisa llena de orgullo.

—Eso es, pequeña. No importa lo que pase, yo siempre voy a estar aquí, ¿vale?

𝐍𝐨 𝐬𝐨𝐲 𝐮𝐧 𝐜𝐡𝐢𝐜𝐨 | ᴹᵉʳˡⁱⁿ ˣ ᴸᵉᶜᵗᵒʳᵃDonde viven las historias. Descúbrelo ahora