Capítulo 2

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Los días sin mensajes de Emilio se hacían largos, casi insoportables. Cada notificación del teléfono aceleraba el corazón de Camila, pero siempre terminaba siendo algo trivial: un correo sin importancia, un mensaje del grupo familiar o una actualización de redes sociales. Era absurdo lo mucho que esperaba. Sabía que no debía seguir alimentando esa esperanza, pero no podía evitarlo. Había algo en la ausencia de Emilio que dolía más que cualquier palabra cruel.

Ese viernes por la tarde, el sol comenzaba a ponerse cuando llegó a casa. La luz dorada se colaba por las ventanas del pequeño salón, dándole al lugar un aire cálido que no se sentía en su interior. Beatriz, su madre, estaba en la cocina, preparando algo para cenar. Camila la saludó de forma automática, sin energía para aguantar los interrogatorios habituales.

-¿Qué, otra vez de mal humor? -dijo Beatriz sin apartar la vista del sartén.

Camila no respondió. Sabía que cualquier intento de conversación acabaría en lo mismo: preguntas incómodas sobre su vida, sobre Emilio, sobre por qué seguía cometiendo los mismos errores. Así que subió a su habitación y se encerró.

Alejandro, su hermano menor, pasó frente a su puerta unos minutos después y se detuvo un momento. Tenía ese tipo de presencia silenciosa que a veces era un alivio para Camila. Sin embargo, no tardó en hacer un comentario burlón desde el pasillo.

-¿Ya te dejó plantada otra vez tu príncipe azul?

-Lárgate, Alejandro -contestó ella, tirándose sobre la cama.

-Solo digo que podrías buscarte a alguien que no te haga tanto daño -insistió él, y luego se alejó, dejándola con ese pensamiento flotando en el aire.

Camila apagó las luces y dejó que la oscuridad llenara la habitación. A veces, era más fácil así, sin tener que mirar nada ni a nadie. Pero la oscuridad también traía consigo todas las dudas, los recuerdos, los momentos que había compartido con Emilio y que ahora solo parecían parte de una ilusión.

Lo había conocido seis meses atrás, en una fiesta a la que ni siquiera quería ir. Él la había mirado de una forma que la hizo sentirse vista, realmente vista. Y eso fue suficiente. Bastó para que todo lo demás -las advertencias, las banderas rojas, las primeras señales de manipulación- quedara enterrado bajo el deseo de ser querida. Ahora, atrapada en esa relación a medias, se preguntaba si alguna vez había sido real.

El sonido del teléfono rompió el silencio de la noche. Era Nathalia.

-¿Qué haces? -preguntó su amiga sin saludar.
-Nada. Pensando -respondió Camila, acariciando la idea de contarle cómo se sentía, pero sin encontrar las palabras.

-¿Pensando en él otra vez? -Nathalia suspiró al otro lado de la línea. -Mira, Cam, no quiero ser esa amiga fastidiosa, pero ya sabes lo que pienso. Ese tipo no va a cambiar.

Camila sabía que Nathalia tenía razón. No necesitaba que nadie se lo dijera. Sin embargo, romper con Emilio no era tan sencillo como colgar el teléfono. Era como si hubiera partes de ella aferradas a esa relación, pedazos que temía perder si lo dejaba ir.

-No sé, Nath. Tal vez solo tengo miedo de estar sola.

-Estar sola no es lo peor que puede pasarte, créeme. Lo peor es estar con alguien que te rompe en pedazos todos los días.

Camila cerró los ojos, permitiéndose sentir el peso de esas palabras. Quizás lo más aterrador no era la soledad, sino el hecho de que, en algún rincón de su mente, sabía que ya estaba sola, incluso con Emilio.

La llamada terminó con la promesa de verse el fin de semana, pero la sensación de vacío permaneció. Camila dejó el teléfono en la mesita de noche y se hundió en las sábanas. Intentó dormir, pero la mente no dejaba de girar en círculos, recordando una y otra vez las conversaciones, los momentos en que Emilio parecía interesado solo para desaparecer al instante siguiente.

Una vibración rompió la calma de la noche. Esta vez era Emilio.

"Perdón por desaparecer. ¿Nos vemos mañana?"

Camila sintió cómo el corazón se le aceleraba, como si todo el dolor de los últimos días desapareciera con ese mensaje. Y ahí estaba de nuevo: la ilusión. La misma que la arrastraba de vuelta cada vez. Sin pensarlo demasiado, respondió con un simple: "Claro."

Cerró los ojos y dejó que el sueño la envolviera, sabiendo que al día siguiente todo volvería a empezar.

Entre lo que quise y lo que fui Donde viven las historias. Descúbrelo ahora