Capítulo 3

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El sonido de mi alarma me arrancó del poco sueño que había logrado. Eran las nueve de la mañana y, aunque mi cuerpo pedía quedarse en la cama, sabía que no podía. Hoy vería a Emilio, y aunque una parte de mí intentaba no emocionarse, la verdad es que ya me había perdido en esa esperanza repetida. Siempre pasaba lo mismo: bastaba con un mensaje suyo para que mi mundo se alineara, aunque fuera por unas horas.

Me vestí con cuidado, eligiendo una camiseta sencilla y unos jeans. No quería que pareciera que me había arreglado demasiado, aunque dentro de mí, todo giraba en torno a impresionar a Emilio. Estúpido, lo sé. Pero es difícil dejar de querer gustarle a alguien que, de alguna forma retorcida, te hace sentir que necesitas su aprobación para estar bien.

Mientras me miraba al espejo, una sensación de vacío se hizo presente. No sabía si me estaba arreglando para él o para convencerme a mí misma de que esto tenía sentido.

Salí sin despedirme demasiado. Mamá seguía ocupada en sus cosas y Alejandro apenas me lanzó una mirada indiferente desde el sofá. El aire afuera estaba fresco, con ese olor a tierra mojada que queda después de la lluvia de la madrugada. Caminé hacia el parque donde había quedado con Emilio, el corazón acelerado por la ansiedad más que por la emoción.

Lo vi de lejos, recargado en una banca, mirando su teléfono. Me acerqué lentamente, como si cada paso me empujara más hacia algo que no podía detener.

-Hola -dije, tratando de sonar casual.

Él alzó la vista y sonrió, pero era la clase de sonrisa que parecía más una formalidad que un gesto sincero.

-Llegaste rápido.

-Sí. No quería hacerte esperar.

Nos quedamos en silencio por unos segundos incómodos. Emilio volvió a mirar su teléfono, como si estar ahí conmigo no fuera suficiente para mantener su atención. Sentí cómo ese pequeño gesto se clavaba dentro de mí, pero como siempre, lo dejé pasar.

-¿Vamos a dar una vuelta? -sugirió al fin, poniéndose de pie.

Asentí y comenzamos a caminar por el sendero del parque. El sol se colaba entre las hojas de los árboles, dibujando sombras en el suelo. Quería hablarle de todo lo que había sentido durante los días en que él no estuvo, pero me daba miedo que pensara que era demasiado. Así que opté por el silencio, esperando que él dijera algo, lo que fuera, que me hiciera sentir que valía la pena estar allí.

-¿Sabes? Podríamos ir a mi casa después. No hay nadie -dijo de repente, mirándome con esa sonrisa ladina que conocía bien.

Sentí cómo un nudo se formaba en mi estómago. Sabía exactamente lo que significaban esas palabras. No era la primera vez que me lo sugería, pero cada vez me costaba más ignorar la sensación de que todo lo que quería de mí se resumía a esos momentos en los que no tenía que comprometerse con nada más.

-¿Eso es todo lo que somos, Emilio? -pregunté, sin planearlo. Las palabras simplemente salieron, como si hubiera estado conteniéndolas durante semanas.

Él se detuvo y me miró, confundido.

-¿De qué hablas?

-De esto -hice un gesto entre nosotros-. ¿Somos algo más que encuentros a medias?

Hubo un momento de silencio, uno de esos que parecen eternos. Luego, Emilio soltó un suspiro, como si mi pregunta fuera un inconveniente más que una preocupación legítima.

-Camila... no sé qué esperabas. Nunca te prometí nada.

Sentí cómo el mundo se desmoronaba un poco más con esas palabras. Claro que no me había prometido nada, pero eso no hacía que doliera menos.

-Lo sé -murmuré, bajando la mirada-. Es solo que...

-Solo que nada -me interrumpió con frialdad-. No hagas esto más complicado de lo que es.

Quise decir algo, defenderme, pedirle una explicación, cualquier cosa que me hiciera sentir que todo esto tenía sentido. Pero las palabras se atoraron en mi garganta, y al final, lo único que hice fue asentir lentamente.

-Está bien -susurré, sin tener la fuerza para discutir.

Seguimos caminando en silencio, pero algo en mí sabía que ese silencio era el principio del fin.

Entre lo que quise y lo que fui Donde viven las historias. Descúbrelo ahora