La mañana llegó con esa luz fría que atraviesa las cortinas, anunciando otro día que se siente igual que el anterior. Me levanté más por inercia que por voluntad. No había mensajes nuevos en el teléfono, ni de Emilio ni de Nathalia. Me sentía suspendida en ese incómodo limbo emocional: no estaba exactamente triste, pero tampoco bien. Solo… flotando.
Alejandro ya estaba despierto. Podía escuchar su risa desde la sala, probablemente viendo uno de esos videos tontos que le encantaban. A veces me parecía increíble cómo podía encontrar alegría en cualquier cosa.
—Camila, mamá dejó el desayuno servido —gritó desde el otro lado de la casa.
—Ya voy.
Bajé las escaleras con pasos lentos, intentando posponer la rutina inevitable del día. En la mesa estaba el típico desayuno: huevos revueltos, pan tostado y café tibio. Era una constante en esta casa, una rutina que se mantenía aunque todo lo demás se sintiera caótico. Me senté frente a Alejandro, que seguía inmerso en su pantalla, pero me dedicó una breve sonrisa.
—¿Mejor hoy? —preguntó, sin despegar los ojos del celular.
—Un poco —mentí.
Tomé un sorbo del café. Sabía amargo, como el sabor que aún me dejaba la conversación con Emilio la tarde anterior. La idea de responderle seguía rondando en mi mente, como una pequeña espina clavada en el pecho. Apagar el teléfono anoche había sido un alivio momentáneo, pero ahora, en la luz del día, parecía una decisión cobarde.
El sonido de un mensaje entrante rompió la calma. Lo revisé sin pensar, esperando que fuera Emilio. Pero era Nathalia.
—Hoy salimos sí o sí. Te recojo a las cinco.
Suspiré. No podía seguir evitándola. Sabía que Nathalia tenía buenas intenciones, pero también sabía que su insistencia era su forma de obligarme a enfrentar las cosas que no quería.
—¿Qué pasa? —preguntó Alejandro, notando mi expresión.
—Nada. Nathalia quiere que salga hoy.
—Deberías ir. Te va a hacer bien.
Le dediqué una mirada incrédula. A veces olvidaba que Alejandro era capaz de tener momentos de lucidez como ese.
—Sí, tal vez.
Terminé el desayuno en silencio, pensando en cómo enfrentar el día. Sabía que no podía seguir escapando de Emilio ni de mí misma, pero tampoco estaba lista para enfrentar nada. Era como si estuviera atrapada en una maraña de pensamientos y sentimientos, sin saber por dónde empezar a desenredar.
El resto del día pasó en una especie de neblina. Ordené mi cuarto sin razón aparente, me cambié de ropa varias veces, intentando encontrar una versión de mí que encajara con cómo quería sentirme. Nada funcionó. A las cinco en punto, el sonido del claxon de Nathalia me arrancó de mi ensimismamiento.
Me asomé por la ventana y la vi esperándome en su auto. Nathalia siempre tenía esa energía vibrante, como si llevara un huracán dentro de sí misma. Bajé rápidamente y me subí al coche, donde me recibió con una sonrisa llena de complicidad.
—Por fin sales de tu cueva. ¿Lista para olvidarnos del mundo por un rato? —preguntó, arrancando el coche sin esperar respuesta.
—No sé si estoy lista, pero aquí estoy.
Condujimos en silencio por un momento, mientras Nathalia buscaba la canción perfecta para el ambiente. El sol comenzaba a ocultarse, tiñendo el cielo de un tono anaranjado que siempre me hacía sentir nostalgia, como si la tarde llevara consigo algo que nunca volvería.
—¿Quieres hablar de él? —preguntó finalmente, rompiendo la calma.
—No sé si haya algo que decir que no sepas ya. Es Emilio siendo Emilio. Nada nuevo.
Nathalia frunció el ceño, como si estuviera evaluando mis palabras.
—Mira, no quiero sonar dura, pero ese tipo es un imbécil, Cami. Lo sabes, ¿verdad?
—Sí, lo sé.
Lo sabía. Pero una cosa era saberlo y otra era aceptarlo del todo. Porque, a pesar de todo, había partes de Emilio que aún me atraían, como esos espejismos en el desierto que prometen agua donde solo hay arena.
—Mereces algo mejor, amiga. No puedes seguir dejándote atrapar en ese ciclo.
La frase resonó en mi cabeza más de lo que me esperaba. No respondí, solo miré por la ventana, sintiendo el peso de sus palabras como una verdad incómoda.
Llegamos a un pequeño bar en las afueras de la ciudad, un lugar tranquilo donde podíamos hablar sin ser interrumpidas. Pedimos un par de cervezas y nos sentamos en una mesa junto a la ventana. El lugar estaba casi vacío, lo que era perfecto. No tenía ánimo para multitudes.
—¿Y qué vas a hacer ahora? —preguntó Nathalia, después de un trago.
—No lo sé. Quiero dejarlo, pero...
—Pero siempre hay un "pero".
Asentí, sintiendo la frustración burbujear dentro de mí. Quería ser fuerte, pero cada vez que intentaba soltar a Emilio, algo me arrastraba de nuevo a su órbita.
Nathalia me tomó la mano con un gesto que era más fuerte que cualquier palabra.
—Aquí estoy, ¿vale? No tienes que hacerlo sola.
Le devolví la sonrisa, agradecida por su presencia. En momentos como ese, Nathalia era mi ancla, la persona que siempre me recordaba quién era cuando todo lo demás se desmoronaba.
Al salir del bar, la noche ya había caído por completo. Conducimos de vuelta a casa en silencio, la comodidad del momento hablando por sí sola. Antes de bajarme del coche, Nathalia me miró con esa expresión que solo tienen las amigas que te conocen de verdad.
—Piensa en lo que quieres, Cami. No en lo que él quiere.
—Lo intentaré.
Me despedí de ella y subí a casa, sintiendo que, aunque el día no había resuelto nada, al menos había dado un paso hacia adelante. No sabía qué iba a pasar con Emilio, pero tal vez era momento de empezar a pensar en lo que yo realmente quería.
Cuando me acosté esa noche, no hubo mensajes, ni llamadas. Solo el silencio reconfortante de una decisión que comenzaba a formarse en mi mente. Por primera vez en mucho tiempo, sentí que tenía un poco de control sobre mi vida. Y eso, por ahora, era suficiente.
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Entre lo que quise y lo que fui
Novela JuvenilUna joven llamada Camila ha pasado de relación en relación buscando un amor sincero, pero esta vez ha caído en lo más profundo: manipulación, mentiras y dolor. El hombre al que entregó su confianza se convierte en su peor error, y mientras su vida s...