Haruki
Era una mañana como cualquier otra: la taza de café humeante a mi lado, el cigarro apagándose en el cenicero y la rutina de buscar empleo desgastándome un poco más. Frente a mí, el ordenador mostraba una lista interminable de candidaturas a las que había sido rechazado. Agotado de la misma historia, decidí escapar al pequeño balcón, buscando un poco de aire fresco que me despejara.
De repente, una ráfaga de viento helado me hizo estremecer y regresé rápidamente a la calidez de mi hogar. Al sentarme de nuevo, noté un delicado pétalo de flor de cerezo posado sobre una tecla de mi ordenador. Intenté retirarlo con suavidad, pero, en el proceso, accidentalmente hice "click" en una oferta de trabajo. Mi corazón se detuvo mientras contemplaba la pantalla, como si el tiempo se hubiera congelado. Sin embargo, al revisar los requisitos, la realidad me golpeó: no tenía la más mínima experiencia para ese puesto, pues solo había trabajado como oficinista gracias a un amigo. Con un suspiro de resignación, dejé que la ilusión se desvaneciera, atrapado una vez más en la rutina de mi búsqueda sin fin.
Frustrado, me puse mi abrigo verde, que tanto me gustaba, y salí a la calle, sintiéndome atrapado en un ciclo del que no podía escapar. Mientras caminaba, miraba al cielo; era una de mis manías favoritas, ya que pensaba que me podía dar alguna respuesta.
-Ojalá pudiera ser una nube, flotar sin preocupaciones-susurré, alzando la mano hacia el cielo como si pudiera tocar una.
Resignado a la cruda realidad, dejé que esa fantasía se desvaneciera y proseguí mi camino.
Al doblar la esquina, vi a parejas felices caminando de la mano. Una punzada de desdén me atravesó, y no pude evitar murmurar:
-No puedo creer que todos tengan pareja menos yo.
De pronto, un ruido entre la basura me sobresaltó, haciéndome caer al suelo. A pesar del dolor, me acerqué al origen del sonido, impulsado por una curiosidad incontrolable.
"Adóptame", decía un mensaje garabateado en una caja de cartón. Dentro, dos grandes ojos amarillos me miraban fijamente. Era un pequeño gatito negro, apenas tenía unas semanas de nacido, y al verlo, una tristeza profunda me invadió; de alguna manera, me sentía reflejado en su situación. Nervioso ante esta inesperada responsabilidad, corrí a la primera tienda que encontré para comprarle unas latas de atún.
-Serán 700 yenes, por favor-anunció la dependienta mecánicamente.
Con inquietud, busqué mi cartera, pero los segundos se convirtieron en minutos. Una fila de clientes impacientes comenzó a formarse detrás de mí.
-Oye, ¿vas a pagar o qué? -gritó un hombre de mediana edad, visiblemente frustrado.
-Lo siento -respondí, agachando la cabeza en señal de respeto por el hombre, avergonzado por mi torpeza. Repetí esa disculpa varias veces, hasta que su expresión se suavizó.
Finalmente, me aparté de la caja para dejar pasar a los demás, y en un momento de lucidez recordé que había dejado mi cartera sobre la mesa junto al ordenador. Frustrado por no poder ayudar al gatito, salí de la tienda con la cabeza agachada y me dirigí donde se encontraba el pobre animal.
-Lo siento, pequeño, mi torpeza te ha dejado sin comida -murmuré al gatito, sintiendo una punzada de culpa.
"Miau, miau", respondió él, como si comprendiera.
En ese instante, vi a un chico pasar junto a mí, sosteniendo una bolsa de la compra, en ella se podía observar una gran cantidad de latas de atún. Se paró sin miedo y se dirigió al gato negro.
-Hola pequeño, ¿Cómo estás, tienes hambre? -dijo con ternura; y con una gran sonrisa amable.
"Miau, miau", exclamó el gato como signo de respuesta.
Su presencia en ese instante era cálida y su mirada, inocente. Vestía con un traje y una corbata de colores peculiares y parecía unos años más joven que yo. Me fijé en que su pelo estaba todo alborotado debido a la carrera que se había echado para venir aquí rápidamente y salvarme de esta inesperada situación. Con una sonrisa de oreja a oreja se dirigió a mí:
-Hola, espero que no te haya molestado que te siguiera; me dio curiosidad verte con un montón de latas de atún en aquella tienda-dijo con un tono amable.
-No, tranquilo, está bien. Lo agradezco, soy un poco torpe y olvidé mi cartera -respondí, riendo nerviosamente.
-Suele pasar, no te atormentes -me animó con una sonrisa sincera.
Mientras conversábamos, el gatito devoraba la comida con avidez, como si no hubiera comido en días. Preocupado, le pregunté al chico:
-¿Te gustaría llevarte al gato y cuidarlo?
-Lo siento, pero en mi alquiler no aceptan mascotas. Si no, me lo llevaría sin dudarlo -respondió, con un tono melancólico.
-Ohh, lo entiendo... -balbuceé sin ganas.
Me acerqué tristemente donde estaba el pobre animal y le di unas cuantas caricias. Su pelaje era suave. Mi mente en ese instante se quedó en blanco. No sabía si debía quedarme con el gato. Temía no poder cuidarlo como se merecía.
-No sé si debería quedármelo... -dije con un tono preocupado.
-Yo creo que deberías hacerlo, parece que le has caído bien-dijo con una risita.
La confianza que me transmitió aquel chico me dio el empujón necesario. Cogí la caja con el gato dentro y me dirigí a casa, mientras el chico me decía adiós desde lejos con una sonrisa amplia.
Al llegar a casa, noté que el buzón estaba repleto de cartas. Al abrirlo, vi el nombre del banco. Mi corazón en ese instante se aceleró y un sudor frío recorrió mi frente al reconocer la carta. Sabía lo que significaba. Deudas.
Nada más cruzar la puerta, dejé al gatito en el suelo y me eché a su lado, encogido, incapaz de respirar con normalidad. El pequeño se acercó y me lamió la mejilla, donde una lágrima había caído.
De repente, un "click" rompió el silencio de la casa. No me acordaba que había dejado el ordenador encendido. Con un suspiro dije:
-Ya nada me puede sorprender en el día de hoy.
Me acerqué con cautela, secándome las lágrimas con la manga de mi sudadera. Al llegar al ordenador, mis ojos se posaron en la pantalla y vi aquel mensaje que lo cambiaría todo:
-"Usted ha sido seleccionado para el puesto de trabajo en la empresa TR+."
ESTÁS LEYENDO
Tus Cicatrices Son Mías
RomanceEn un giro inesperado de la vida, Haruki, un hombre de 30 años atrapado en problemas financieros, recibe una oferta de trabajo en la prestigiosa empresa TR+ como secretario. Allí se cruza con el enigmático CEO, conocido como el "príncipe helado". A...