Capítulo 5: Gris

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Ryu

Estaba concentrado en mi trabajo en la oficina de recursos humanos cuando, de repente, sonó mi teléfono móvil.

—Brrr brrr.

Al mirar la pantalla, vi que era Takeshi. Sin pensarlo, respondí.

—Ryu, necesito que hagas algo por mí —dijo, con un tono inusualmente serio.

Su voz quebradiza me preocupó; Takeshi nunca mostraba miedo. Algo grave debía estar sucediendo.

—Claro, ¿qué necesitas? —dije con preocupación.

—Quiero que busques información sobre el nuevo secretario.

La solicitud me pareció extraña. De inmediato, supe que Haruki no era tan inofensivo como parecía.

—Cuando tenga la información, te la dejaré en tu despacho —respondí.

Takeshi colgó, dejándome con un nudo en el estómago. Pero al menos buscar información era mi especialidad; lo hacía con tal habilidad que parecía un superpoder, y estaba decidido a ayudar a Takeshi.

Tras unos minutos de indagación, encontré la ficha de Haruki. Al revisar su expediente académico, noté algo que me heló la sangre: había asistido a la misma secundaria que Takeshi. ¿Por qué Haruki no lo reconocía, pero Takeshi sí? La idea de que Takeshi pudiera temerle me desconcertó.

Conocí a Takeshi en Estados Unidos, durante un intercambio para mejorar su inglés. En aquel último año de secundaria, cuando entró en el aula, era completamente diferente. Recuerdo que tenía una herida profunda en la frente; le pregunté cómo le había pasado, pero nunca me dio una respuesta.

Cansado de pensar en el pasado, decidí ir a la sala de descanso por un café. Al entrar, vi a Taro en la puerta, como si estuviera intentando escuchar algo. Me acerqué y vi a Haruki hablando con una compañera.

Sin pensarlo, le golpeé en la cabeza con un montón de hojas a Taro, ya que aquella escena me hizo hervir la sangre.

—¡Ay! ¿Qué haces? —respondió, irritado.

Su expresión me recordó a un cachorro enfadado, y no pude evitar disfrutar molestándolo.

—Si tienes tanto tiempo libre, ponte a trabajar —dije con seriedad.

—Estoy en mi descanso —me replicó, enfadado.

—Deberías aprovecharlo mejor en lugar de espiar a los demás.

—Al menos yo trato bien a los nuevos —dijo, reprochando mi actitud.

—Tenía mis razones —dije, poniendo los ojos en blanco. Pero sabía que tenía razón; hoy estaba demasiado irritado.

—Deberías ser más amable con la gente. Por cierto, ¿no tienes nada que hacer?

—Solo vine a buscar un café.

—Está bien, ya que estás aquí, dile al CEO que reserve mesa en ese restaurante de carne de res.

—¿Y eso por qué? ¿Qué estamos celebrando? —pregunté, sorprendido.

—Es para Haruki. Quiero que se sienta integrado y conozca al equipo.

—¿Otra vez ese nombre? No paráis de repetirlo —me quejé.

—¿Quién lo ha mencionado, aparte de mí? —preguntó con curiosidad.

—No es asunto tuyo —respondí con frialdad.

No entendía nada de lo que estaba pasando. La presencia de Haruki lo había cambiado todo. Entre las preocupaciones de Takeshi y la nueva dinámica que Taro estaba proponiendo, estaba a punto de desbordar.

Entonces, mis ojos se fijaron en los colores del traje de Taro, y esa sensación me hizo darme cuenta de que no todo era gris.

—¿Por qué siempre llevas ropa tan colorida? —pregunté, intrigado.

—Tengo mis razones, igual que tú —respondió, despectivo.

Esa respuesta me hizo caer en la realidad de mis propias acciones. Cansado, decidí irme.

Mientras caminaba rápidamente por el pasillo, un trueno resonó, deteniéndome en seco. Eso fue la gota que colmó el vaso.

—¿Por qué tiene que llover hoy de todos los días? —murmuré.

Detestaba los días tormentosos; solo traían recuerdos que preferiría olvidar. La lluvia se intensificaba y los truenos resonaban como si no quisieran parar. Fue entonces que recordé que tenía una reunión programada a las 5 p.m. con un agente comercial muy importante, y la sola idea de mojarme hizo que me detuviera.

A pesar de todo, debía cumplir la promesa que le hice a Takeshi de apoyarlo, así que respiré hondo y me dirigí a la reunión.

A las 7 p.m., acabó la reunión, fue todo un éxito, pero por dentro me sentía agotado. Al salir, intenté protegerme de la lluvia, pero fue inútil. Estaba empapado y mi mente nublada por recuerdos traumáticos, entonces decidí refugiarme en TR +. En ese momento, apareció Taro.

—¿Necesitas ayuda? —preguntó, preocupado.

—No quiero tu ayuda —respondí, malhumorado, con la cabeza apoyada en una mano.

—No seas tonto, te vas a resfriar. Acepta mi ayuda.

—Está bien, si insistes.

Taro abrió su paraguas, amplio y colorido como él.

Aquella escena hizo que mi mente se calmara, pues aquellos colores vivos y la presencia de Taro me hicieron reconfortar.

—Pensé que venías en coche a trabajar —comentó.

—Los días de lluvia no lo hago —respondí defensivamente; conducir en esas condiciones era un desafío que no podía soportar.

—Ya veo —dijo, como si supiera que no debía indagar más.

—¿Quieres venir a mi casa? No está lejos, puedo darte ropa de cambio —ofreció, con inocencia.

—¿Qué dices? No creo que me sirva, y si es tan colorida como la tuya, paso. No sabía por qué lo decía, solo salió de mi irritación.

Al ver su expresión, mi corazón se detuvo. Sabía que lo había herido.

Sus lágrimas me hicieron querer disculparme de inmediato, pero fue demasiado tarde. Taro arrojó el paraguas hacia mí y se alejó corriendo.

La situación me sorprendió y un grupo de personas que pasaban cuchicheó.

—¿Lo ha rechazado? Pobre chico.

Con un gesto de enfado, me giré para mirarles, y al verme, se dieron la vuelta rápidamente. Recogí el paraguas de Taro y me dirigí a casa. Sabía que el día siguiente sería igual de duro, y necesitaba descansar de todo esto.


Tus Cicatrices Son Mías Donde viven las historias. Descúbrelo ahora