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Carrera llegó diez minutos antes de las ocho de la noche, tarareando en voz baja mientras se quitaba el abrigo y lo colgaba detrás de su silla. Saludó al dueño del restaurante, el señor Vegetta, que le devolvió el saludo con una sonrisa dulce, y Rodrigo miró la carta con desinterés, pensando en lo que podría comer ese día con Iván.

Ya tenía algo de hambre, así que ordenó una copa de vino junto a algún aperitivo para hacer la espera más amena, y se puso a juguetear con su móvil, leyendo los mensajes de felicitación de sus amigos más cercanos, de sus familiares y algunos padres de sus pequeños pacientes.

A las ocho y cuarto, suspiró porque se dio cuenta de que Iván venía atrasado, y no era la primera vez, así que le hizo un gesto al viejo camarero del lugar. Lo saludó alegremente mientras le ordenaba brochetas de cordero, porque a Spreen le encantaba comer eso, ¡siempre comenzaban con ese plato antes de comer algo más profundo! Además, así las brochetas estarían listas para cuando Spreen llegara.

A las ocho y media, arrugó el ceño, mirando su móvil y dudando si marcar el número de Iván o no, pero decidió no hacerlo, porque de seguro su esposo sólo se había atrasado más que nunca, ¿no era así?

Un cuarto para las nueve de la noche, su pie comenzó a moverse de forma errática sobre el piso, un viejo tic nervioso que nunca pudo eliminar.

A las nueve de la noche, las brochetas de cordero estaban frente a él, y Ari, la camarera, le preguntó si iba a querer algo más. Rodrigo sacudió la cabeza, tragando saliva mientras podía sentir algunos ojos puestos en él.

Su dedo, otra vez, se deslizó sobre el número de Iván, queriendo marcar para preguntarle dónde estaba, pero una parte suya no quería oírlo, pues temía su respuesta.

Iván no se pudo haber olvidado de su cumpleaños, ¿cierto?

A las nueve y media, Carre tuvo que sacar la primera servilleta para limpiar sus ojos húmedos.

A las diez de la noche, Carre se encerró en el baño del restaurante, ocultando su rostro entre sus piernas mientras se derrumbaba por completo, sintiendo como el llanto atascado en su garganta salía por fin.

A las diez y cuarto, volvió a sentarse y pidió la cuenta, fingiendo no ver la mirada de compasión y pena del señor Vegetta.

Cinco minutos después, estaba saliendo bajo una torrencial lluvia que empapó por completo su cabello y ropa, pero no le podía importar menos, porque había un entumecimiento en su cuerpo que no podía explicar. Que no podía procesar bien debido al llanto que escapaba de su boca.

Por lo que comenzó a caminar bajo la lluvia, sin pensar siquiera un poco en tomar algún taxi que le dejara fuera del departamento, ya que no quería llegar allí tan pronto.

No quería abrir la puerta, entrar a esas frías habitaciones y tratar de auto-convencerse de que no importaba que Spreen hubiera olvidado su cumpleaños, él aún le amaba.

Él aún le amaba, aunque eso no era más que una tonta, estúpida y patética mentira que se repetía cada día, porque enfrentarse a la dura realidad era algo que rompía su corazón en miles de pedazos.

Pero ya no podía negarlo. Ya no podía seguir mintiéndose de esa forma, pues si seguía actuando así, lo único que iba a provocar era terminar roto y herido, y con un vacío tan enorme en el corazón que no podría repararlo en mucho, mucho tiempo.

Su historia con Iván acabó, llegó a su fin, era un hecho.

Y, aunque lo siguiera amando, ya no podía hacer nada, sólo resignarse a firmar esos papeles, concederle el divorcio y luego desearle lo mejor a Iván, a pesar de que se sintiera miserable y humillado por perder a quién consideraba el amor de su vida.

Apego | Rodrivan | Happybear Donde viven las historias. Descúbrelo ahora