.•Epílogo•.

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Según una creencia tradicional oriental, todos nacemos atados a un hilo rojo, el cual nos conecta al amor de nuestras vidas. Este hilo puede estirarse, acortarse, doblarse y dar la vuelta al mundo, pero jamás se corta. Esta bonita manera de graficar el destino de nuestras vidas, nos explica qué tan fuerte son los poderes del amor. Dos personas entrelazadas por el destino, llámese hilo rojo o no, siempre terminarán encontrándose y permanecerán ligadas para siempre.

✧⁠Apego✧⁠

La primavera estaba llegando cuando ingresó a la cafetería con una expresión de cansancio, estornudando contra su bufanda mientras soltaba un quejido bajo.

A pesar de que hubiera sol, se seguía sintiendo un viento helado que obligaba a todas las personas a salir abrigados para no terminar con un resfrío, y él no iba a ser la excepción. Siempre tuvo un sistema de salud algo delicado; por otro lado, no podía enfermarse porque tenía que seguir trabajando, no le gustaba dejar sus cosas tiradas por algo tan mínimo como un resfriado.

Odiaba esos primeros días de primavera, cuando eran una mezcla de calor y frío imposibles de combatir.

-¿Qué va a querer, señor? -preguntó la cajera.

-Un capuchino de vainilla para llevar -pidió, extendiendo los billetes para pagar.

-Lo llamaremos cuando esté listo, ¿cuál es su nombre?

-Spreen Buhajeruk

La chica asintió y Spreen caminó para sentarse en la barra, mirando por el ventanal hacia la calle.

El día anterior, Cande le envió un mensaje diciéndole que ya no podía seguir en una relación con él, así que Iván volvía a estar, "oficialmente", soltero, aunque si era honesto con todo el mundo, tampoco es como si hubiera tenido una relación profunda luego de su fallido matrimonio, cinco años atrás.

Cinco años desde la última vez que vio a Rodrigo, llorando en la puerta, cerrándola para luego sólo existir el silencio.

Una vez Carre se marchó, Spreen terminó su relación con Conter, que le miró con una frialdad enorme y desprecio en sus ojos, pero a Iván no podía importarle menos, no cuando se sentía perdido y vacío por dentro, como si algo no estuviera bien a su alrededor.

Vivió por cerca de trece años con la presencia constante de Rodrigo a su lado, ya fuera como amigo, novio o esposo, y las cosas sin él se sentían extrañas, dolorosas, pero por sobre todo, desconocidas.

Después de eso no tardó en ir a la oficina del gerente de la empresa, presentando su carta de renuncia y, días más tarde, vender el departamento en donde vivió con Rodrigo por diez años. Se mudó a un lugar mucho más pequeño, con una cama individual donde no sintiera esa constante soledad que le invadió los últimos días desde que Carre se marchó sin mirar atrás, y fue contratado en menos de un mes en una pequeña empresa mobiliaria, donde nadie le conocía ni juzgaría.

Aunque eso no evitó que rompiera a llorar cuando estaba guardando las cajas y encontró ciertos papeles que Rodrigo abandonó: eran esos papeles de adopción que nunca le mostró a Iván, porque cuando lo iba a hacer, comenzó el principio del fin.

Spreen lloró, desesperado, leyendo los trámites, recordando todas esas veces que hablaron sobre adoptar, sintiéndose más miserable que nunca por no haber pensado un poco más en el corazón de Rodrigo. Luego, guardó los papeles al fondo del cajón, prometiéndose que, algún día, los volvería a leer.

De esa forma comenzó una nueva y solitaria vida como soltero, aunque siendo sincero, nunca se quitó el anillo de matrimonio a pesar de que las actas de divorcio ya estaban firmadas, así como Rodrigo lo quiso.

Apego | Rodrivan | Happybear Donde viven las historias. Descúbrelo ahora