Pasó una semana desde que el cabronazo de mi hermano me tiró a la piscina para luego llorar por un simple raspón. Lo exagerado no venía de familia.
Hoy, a diferencia de los días anteriores, hacía mejor tiempo. La temperatura había subido un par de grados y mi cuerpo lo agradece.
Nos la habíamos pasado en casa jugando juegos de mesa, juegos de baile y cualquier tontería que a los chicos se le ocurrían. Incluso jugamos a las charadas. Todos éramos criaturas caseras que amaban el confort de estar en pijama y la compañía del otro.
Hoy optamos por salir de casa a hacer un ruta de 30 km que Elijah decía que merecía la pena por las vistas de película que veríamos.
Nos levantamos antes del amanecer para hacer las mochilas.Nos repartimos el peso de las botellas entre todos de forma equitativa.
La ruta comenzó cuando dejamos los coches en la entrada del parque natural. El parking era un trozo de tierra improvisado que ponía en letras grandes el nombre del lugar. No había muchos coches, a nadie se le ocurría hacer senderismo a inicios de invierno.
El principio fue tranquilo, íbamos a buen ritmo. Los chicos bromeaban y cantaban como niños de campamento.
A medida que nos adentrábamos en el bosque, el aire se sentía más fresco y lleno de aromas, había tantos aromas que no supe distinguir, olía a vida.
Pasamos por un sendero muy estrecho rodeado de árboles, la exuberante vegetación me cortó la respiración. Tuve que sacar inmediatamente mi cámara e intentar capturar la belleza que veía, pero sabía que una foto no haría justicia al hermoso paisaje.
Dejé que todos pasaran delante mío capturando sus sonrisas, sus miradas perdidas. La belleza de la simplicidad humana.
Cada uno iba a su propio ritmo, admirando la naturaleza y desconectándose del día a día. Terapéutico si te ponías a pensar.
La luz del sol se filtró a través de las hojas de los árboles, creando una luz tenue y hermosa. Me cegó un poco y me tapé los ojos con la mano que no sostenía la cámara. Sentí el calentito del sol y sonreí para mi misma, amaba la sensación del sol en mi cara, obviamente mientras no sea muy fuerte como esos días de playa que se te pone la cara color carbón de lo fuerte que pega el sol.
A medida que seguíamos, el sendero comenzaba empinarse gradualmente y las vistas panorámicas del bosque y las montañas empezaban a aparecer. Los sonidos de los animales que habitaban en el bosque se hacían más evidentes, como el canto de los pájaros y el crujido de las hojas bajo nuestros zapatos.
Algo que me había gustado hacer desde niña era pisar las ramas de los árboles y los piñones que caían de los pinos, me gustaba el sonido que hacía. ¡Crack! Miré el conjunto de ramas en el suelo sintiendo la melancolía inundarme.
Me quedé viendo el suelo.
Cuando Ethan creció, y yo aún seguía siendo una niña, continuamos pisando las ramas como unos críos.
Algunas veces hasta hacíamos competencias de quien pisaba más. Hasta cuando crecimos lo hacíamos inconscientemente.
Recuerdo que cuando yo tenía 17 y él 21 estábamos caminando por casa de la abuela e inconscientemente, un crack sonó. Ambos nos miramos por un momento sorprendidos y nos reímos. Aquel día él estaba muy pensativo, aquellos ojos grises verdosos que se asemejaban al cielo cuando se nublaba y llovía se tintaron de alegría al instante.
Moví la cabeza mirando hacia delante. No debía ir por ahí, no quería quedarme atrapada en mi mente.
Fruncí el ceño viendo a Charlie intentando "escalar" un árbol caído. No pude evitar reírme. Se le daba fatal.
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Aunque te hayas ido (+18)
RomanceUn trauma se desencadenó tras la pérdida de un ser querido dejando a una familia rota. Esta muerte trajo consigo un secreto relacionado con cierta persona cercana a Alicia. Sumado a esto, Alicia parece no entender la diferencia entre ex novio y amig...