Al tiempo que Adriel luchaba por su supervivencia, Jena se encontraba en la fiesta. Era en un salón que se alquilaba generalmente para reuniones, fiestas y bodas, amplio y elegante, con flores, vinos y música local.
Un portal de cristal daba paso a un balconcillo con escaleras al pequeño patio trasero del salón, con un par de callejones a los lados. La decoración barroca, los colores beige y ébano en paredes, columnas y mesas, contrastando con el blanco mármol de finas esculturas antropomorfas de ángeles y griegos en poses cautivadoras, las baldosas cuidadosamente colocadas en el suelo y los jarrones con lirios, rosas y amapolas resultaban en una composición armoniosa y casi perfecta.
La gente se reunía en las mesas, algunos bailaban en el centro y otros reían con los chistes, sentados en grupos que parecían ser conformados de íntimos amigos y nuevos conocidos. Los anfitriones, gerentes de una exitosa compañía ensambladora de imponentes navíos y botes pesqueros, se encontraban conversando con el señor Chapman, interesado en los negocios. La señora Chapman, por su parte, se encontraba entre un gran grupo de señoras, que parecían igual de frustradas con la vida que ella, o al menos así las veía Jena, desde su lejano punto de vista.
Por su parte, ella había sido abordada por cinco jovencitas, siendo al menos dos de ellas hermanas, vestidas con vestidos elegantes y de lo más variopintos entre sí. Todas tenían de quince a veinticinco años, y se dedicaron a bombardearla con preguntas. Después de un centenar de preguntas sobre el Reino Unido y la vida del británico promedio, empezaron a ir al meollo de la conversación y la verdadera razón por la que se le habían acercado.
— ¿Es verdad que estás comprometida con Emilio Latorre? – preguntó la más joven, con cierto recelo.
— Sí... eso creo. – contestó Jena con desánimo.
— No te ves muy contenta. – afirmó otra de las jovencitas, con un vestido azul marino y cabellos castaños oscuros sujetos en un moño.
— De hecho, pareces decepcionada. – dijo la mayor, que parecía más deseosa de ganarse una nueva amistad. – ¿qué pasa, él no te gusta?
— Ni un poco. – le confesó Jena, mientras su mente se iba a las nubes, pensando en Adriel, que era todo lo contrario a su desagradable prometido. Una de las jovencitas, pareció ofendida.
— Pero, ¿por qué no te gusta Emilio? él es tan varonil, y bien parecido. – le reprochó, y después, suspiró, con su mente divagando en un amor platónico. – yo daría lo que fuera por estar en tu lugar. – Jena hizo una mueca de desagrado, como si hubiese tomado una cucharada de sal y tratase de disimular el disgusto.
— Quédatelo si quieres, no te detendré. – respondió por fin, ignorando las fantasías de la chiquilla idealista.
— Además, oí que se enfrentó al demonio de Nápoles una vez. – dijo otra joven, de rubios cabellos. Por primera vez en dos horas la conversación se había tornado interesante. Jena enarcó las cejas "¿Adriel y Emilio, en una pelea? ¿por qué?".
— ¿el demonio de Nápoles? – preguntó Jena, que decidió aprovechar que el tema salió a flote para intentar obtener una respuesta, o al menos, una pista. Una de las chicas tuvo escalofríos.
— ¿No le has visto nunca? – le dijo la chica del vestido perlado. Jena negó. – es todo un misterio. Hace quince años llegó en un barco, y se quedó varado aquí en Nápoles. No habría sido un problema, habría terminado en un orfanato como todos los demás niños huérfanos, si tan solo... – la chica tragó saliva, y parecía experimentar un recuerdo distante que le hizo enmudecer con una expresión de pavor.
— ¿qué? – insistió Jena.
— No fuera tan escalofriante. – concluyó la chica del vestido perlado, disipando sus recuerdos con una sacudida de cabeza.
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La máscara de Nápoles
Mystery / ThrillerSituados en Nápoles, en la Italia postguerra, Adriel, un joven extraño y enmascarado a medio rostro, marginado por todos en la ciudad, intenta garantizar la supervivencia de su menuda familia a través de un oficio ilícito. Su vida tomará un rumbo in...