Capítulo 8: ...hay un monstruo

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Jena pasó toda la noche encerrada. Podía oír a Emilio hablar por el teléfono con sus padres. Estaban hablando sobre los nuevos planes; Emilio había extorsionado a un registrador civil del registro, amenazando con matar a toda su familia si se oponía a certificar la boda. Los invitados serían descartados, a excepción de los padres de la joven y de Basilio la torre, que harían de testigos e irían en las próximas horas hasta Santa Caterina, y dos días después, celebrarían la boda.

A Jena le extrañó que trasladaran la celebración hasta la pequeña ciudad, en vez de trasladarla a Nápoles, dónde tenían todo el control. Poco después se enteró, escuchando a través de la puerta, que su padre había hecho negocios con Basilio para, además de esclavos, traficar armas ilegales para su mafia y otros recursos fuera de la ley. No podían atracar el barco en Nápoles debido a que la policía napolitana estaba al pendiente del crimen en la ciudad por la reciente ola de invasiones por parte de la mafia de Emilio. Era fácil pagar una jugosa suma a un par de policías para salir y entrar por carretera con ciertos camiones, pero era imposible que permitieran la llegada de un gran barco sin nombre que, casualmente, bajaría personas maniatadas y cajas repletas de mercancías ilícitas.

Santa Caterina estaba repleta de esbirros de Emilio, y con un adormilado cuerpo policial ante el crimen organizado tenían libertad de obrar. Algunos camiones alquilados serían usados para transportar la mercancía, y la boda, sería una fachada para los negocios de sus padres, y, además, con el ingreso de Jena a la familia Latorre, eventualmente nacería el siguiente sucesor para manejar el turbulento negocio.

Jena estaba horrorizada al descubrir el turbulento negocio de su padre y el pacto entre ambas familias. Todos estos años la familia Chapman habían amasado una fortuna sacrificando a otros, ofreciéndolos a realizar trabajos forzados en fábricas y granjas, a la esclavitud y servidumbre vitalicia, y a la prostitución. "entiendo mejor por qué me entregaron a la mafia tan fácilmente... ellos no aman a nada más que el dinero que tienen en sus manos." comprendió la dolorosa realidad. "Y siendo hija de criminales tan terribles, he estado utilizando ese dinero sucio. Quizá vi pruebas frente a mis narices, pero nunca las tomé en cuenta. ¿Cuántas vidas no habría podido salvar de haberlo notado?" reflexionó con el peso de la culpa recayendo sobre sus delicados hombros.

"No soy menos pecadora que Adriel. Mi mayor pecado ha sido la omisión." Concluyó, sentada en la orilla de la cama. Contempló la pequeña pistola en sus manos temblorosas y murmuró: "Oh, Adriel, tenemos que acabar con esta historia de horror en la que estamos inmersos. Debe haber una manera..."

Los dos días transcurrieron lentamente para los enamorados, presos en sus propias jaulas, sumidos en sus propios infiernos. Adriel, sin noticias de su amada, había estado intentando cortar los barrotes con una cuchara para huir, sin éxito. Al menos lo mantenía lo suficientemente ocupado para no enloquecer y rogar auxilio.

"No me importa lo que me suceda, pues mis manos están empapadas en sangre, y mi sendero ha sido un cruel relato, irredimible, y, me atrevería a decir, incluso diabólico. Pero te lo ruego, salva a Jena. Ella no es culpable de nada, es un alma pura y sincera. No merece sufrir..." Suplicaba afligido, mirando a un punto fijo en la nada, rogando que alguien, arriba en los cielos, lo escuchase al menos una vez. Había abandonado la esperanza cuando sus suplicas fueron opacadas por los azotes, los cortes, las violaciones y las quemaduras que sufría. Y cuando empezó a empuñar armas, se creía superado por las tinieblas, que lo envolvían como un manto denso y le impedían ver la luz al final del camino. Había pasado ya muchos años creyéndose desmerecedor de la misericordia y la paz divina.

En plena madrugada, en un estado de vaivén entre el sueño y la conciencia, unos pasos haciendo eco en el pasillo llamaron su atención, espabilándolo. El detective, desaliñado, despeinado, ojeroso y con un cigarrillo a medio fumar en su boca, tenía el manojo de llaves en la mano.

La máscara de NápolesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora