Jena manejó hasta que los perdió de vista, frenó el auto en la orilla del camino y se bajó para abrir la cajuela. Adriel salió de aquel incómodo lugar y comenzó a estirarse.
— En mis veinticinco años de vida, nunca imaginé que un día viajaría en la cajuela de un auto voluntariamente. — su espalda crujió sonoramente, como una rama partiéndose.
Subieron devuelta al auto y mantuvieron la marcha, en silencio. En el camino, Adriel puso la mano en el muslo de la muchacha, que correspondió al afecto, aunque seguía enojada con él.
Solo una hora después, estaban entrando en Salerno, cuyos accesos tenían tanta custodia de la mafia como los accesos a Nápoles. El flujo de autos era más denso y no podían revisarlos a todos, así que lograron pasar desapercibidos en la penumbra de la noche.
Al no haber sitio realmente seguro donde quedarse, Adriel recorrió las calles en búsqueda de un hospedaje. Tras una rápida incursión a pie investigando la zona, encontraron un motel escondido entre callejoncitos, casi arruinado, pero aún funcionando. La ratonera perfecta para un fugitivo.
Estacionó el auto a un par de calles para que no se vieran comprometidos por la evidencia y caminaron por los confusos callejones oscuros.
Adriel la llevó de la mano para que no se perdiera, dada su inexperiencia.
Al entrar al motel, una mujer regordeta y agradable — que resultó ser la recepcionista del lugar. — los saludó. Reservaron una habitación por lo que quedaba de la noche, firmando bajo los seudónimos del señor y la señora "Rossi" y subieron con su equipaje encima hasta el tercer piso, donde los aguardaba la habitación 17.
Los pasillos y habitaciones estaban mejor cuidados que el exterior, aunque compartían la simpleza y modestia de su ubicación, siendo muebles algo viejos y sencillos los que se adueñaban del lugar.
Adriel miró el reloj de bolsillo: eran casi la una de la madrugada.
— Deberíamos aprovechar de dormir cuanto podamos. Mañana será un viaje largo. — propuso el joven, pero Jena refunfuñó.
— No voy a dormirme aún, Adriel — se rehusó, sentándose en la cama y cruzando los brazos en un berrinche silencioso. —. Quiero que me digas la verdad. Has estado evitando mis preguntas; las has aplazado, rodeado, olvidado y llevado por las ramas. No has querido decirme nada de ti, aunque yo te haya dicho todo de mí. ¿Cómo sabes manejar un arma? ¿De dónde la sacaste? Adriel, ¿Qué eres? ¿Quién eres?
Adriel no tenía escapatoria esta vez. Él, un sicario capaz de salir de todas las situaciones de riesgo con la astucia de un felino, se hallaba arrinconado por una jovencita muy avispada.
Un amargo suspiro fue arrastrado por la brisa de la ventana entreabierta. El único bombillo de la habitación — cuyo sócate colgaba de los cables sueltos, desde el techo. —, lo iluminaba desde atrás, ensombreciendo su rostro. El chico bajó la mirada, avergonzado y afligido.
— Soy un monstruo — confesó amargamente, arrastrando las palabras, que lentamente emanaban de su boca. —. Es lo que soy, y siempre seré.
Hizo una pausa — un poco larga. — mientras ordenaba las ideas en su mente, y prosiguió.
— Te complaceré contándote todo, ya que así lo deseas Jena. Pero... Quisiera pedirte algo.
— ¿Qué cosa? — interrogó Jena, alzando una ceja.
— Que no huyas de mí. — rogó, resignándose a aceptar todo lo que fuera a pasar a partir de ese instante.
Jena sentía el corazón latiendo con fuerza; la dualidad de sus sentimientos arremolinados la abrumaban. Sentía miedo y curiosidad, amor y temor, deseos de huir y, a la vez, de acercarse a él.
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La máscara de Nápoles
Roman d'amourSituados en la Italia postguerra, Adriel, un misterioso joven enmascarado a medio rostro, es temido y marginado por todos en la ciudad, quienes lo han apodado cruelmente como "El demonio de Nápoles" debido a los secretos que oculta tras su máscara...