𝓮𝔁𝓽𝓻𝓪.

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El sol brillaba con intensidad aquella mañana, iluminando el camino mientras Satoru Gojo regresaba de una misión junto a Nanami. La brisa fresca acariciaba su rostro y el sonido de las aves cantando le daba un aire de esperanza que hacía tiempo no experimentaba. Era un día perfecto, como si el universo conspirara para recordarle lo hermoso que podía ser el mundo a pesar de las adversidades.

—Hoy es un día hermoso, ¿no crees? —comentó Satoru, ajustándose las gafas de sol que reflejaban la luz radiante. Su sonrisa era contagiosa, llena de una felicidad genuina que contrastaba con la intensidad de sus misiones anteriores.

Nanami lo miró con una ceja levantada, su expresión neutral como siempre, pero había una chispa de curiosidad en sus ojos.

—¿Tienes algún plan? —preguntó, manteniendo un tono casual. Sabía que Gojo siempre estaba lleno de sorpresas, pero esta vez parecía genuinamente feliz.

—He estado demasiado ocupado con los cambios últimamente —dijo Gojo, sonriendo aún más—. Pero pronto terminaré con todo este estrés. Quiero disfrutar de la vida de nuevo.

Justo en ese momento, Shoko apareció, hablando por teléfono y con una expresión de descontento en su rostro. Al notar a Satoru, cortó la llamada abruptamente, su mirada se transformó en un fruncido de ceño.

—¡Gojo! —lo regañó, cruzando los brazos con desdén—. Te estábamos esperando. ¿Dónde estabas?

Satoru se sorprendió por la hora, un ligero atisbo de culpa cruzando su rostro. Había estado tan absorto en su propio mundo que se había olvidado del tiempo.

—Lo siento, Shoko. No me di cuenta de que se había hecho tan tarde —respondió, alzando las manos en un gesto de rendición. Con una sonrisa despreocupada, añadió—: Pero ahora que estoy aquí, ¡no hay problema!

Antes de que pudiera desaparecer con su dominio, se despidió de Nanami y Shoko, con un brillo en los ojos que solo alguien en paz consigo mismo podría tener.

—¡Nos vemos! —exclamó, sintiendo una energía renovada en su interior. Su corazón latía con fuerza, sabiendo que regresaría a donde realmente pertenecía.

Un instante después, apareció en una casa grande, llena de cajas y objetos por reacomodar. La emoción lo invadió al ver el lugar que pronto se convertiría en su hogar. La luz del sol se filtraba a través de las ventanas, creando un ambiente cálido y acogedor. En la lejanía, escuchó un murmullo familiar, una voz que le hacía sonreír sin esfuerzo.

De repente, vio a [T/N] bajando las escaleras, luciendo molesta y, a la vez, hermosa con su cabello desordenado. La miró con ternura mientras ella se acercaba, cruzando los brazos y frunciendo el ceño, un gesto que siempre le había parecido adorable.

—Tardaste demasiado, Satoru —dijo, aunque su voz carecía de verdadero enojo. Había una preocupación subyacente en su tono que él conocía bien. Era un tono que resonaba con la intimidad de años compartidos, de risas y complicidades.

Sin poder evitarlo, Satoru se acercó con suavidad, tocando su vientre con una mano. Sabía que dentro de ella estaba su pequeño bebé, y esa conexión lo llenaba de un amor indescriptible, como si el universo entero se concentrara en ese instante.

—Hola, pequeño —murmuró, sonriendo mientras sentía la vida que crecía en su interior. Después, se volvió hacia [T/N], inclinándose para besarla suavemente, sintiendo el calor de su cuerpo, la familiaridad de su esencia. Cada beso era un recordatorio de que, a pesar de las tormentas pasadas, habían encontrado la calma.

—¿Cómo estuvo tu día ayer? —preguntó, mirándola a los ojos, llenos de amor y ternura. Era un momento simple, pero para Satoru, significaba el mundo. En esos instantes, todas las batallas y desafíos se desvanecían, y solo existía su familia, su futuro, su razón de ser.

𝐓𝐑𝐀𝐈𝐓𝐎𝐑 ; 𝐆𝐎𝐉𝐎 𝐒𝐀𝐓𝐎𝐑𝐔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora