En el nivel 0 -Ian

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Grabación del sistema de seguridad, sujeto 375. Ciclo 4589 nivel magma cero.

- Aly debes saber que odio estos equipos porque son una violación a nuestros de derechos de privacidad, pero no creo tener otra opción para llegar a comunicarme contigo. Si alguna vez llegas a escuchar esto debes saber la verdad. Estoy condenado injustamente a una muerte casi segura, debo confesar que odio al sistema Raiz y siempre he odiado la injusticia y la inequidad de  esta existencia de insecto aplastado a la que nos han condenado  a vivir a los habitantes de la Colmena; pero nunca te he odiado a ti y no estoy dispuesto a que te condenen por mis errores. Aly debes creerme, no quería hacerte daño, ni pienses por un segundo que pretendía meterte en problemas. Debes estar seguro que todo esto ha sido una trampa, que no tengo clara idea quien nos ha tendido. Por favor sobrevive y no pienses nunca más en este idiota, no te sacrifiques, no pierdas la esperanza y busca a tu abuelo, amigo, adiós.

Fin DEL REGISTRO-

Muchas eran las leyendas sobre el nivel más terrible de exploración que se denominaba como Magma cero. Ninguna para Ian le hacía justicia.  La temperatura se elevaba por encima de los 60  grados centigrados y la humedad era de 95 por ciento. Eso en sumidas cuentas era la muerte personificada si se cometía siquiera un error. La profundidad de aproximandamente cuatro mil metros, los sujetos que realizaban la extracción de los cuarzos que contenían oro, uranio y otros minerales valiosos, eran bastante escasos. Para ello, se hacían turnos entre los los condenados a tal suplicio, de máximo dos horas terrestres. Debían emplear para ello trajes especiales que los protegían de las condiciones de humedad y temperatura, al tiempo que enfriaban y les daban oxigeno; sin embargo el desgaste físico y mental daba frecuentemente posibilidades de cometer pecados fatales, una simple caída, podría dañar los equipos de sostenimiento vital, uno de los comunes movimientos sismicos podría hacerlos morir bajo un derrumbe, o el cansancio los llevaría a una crisis cardio-respiratoria. No pocos simplemente perdían la cordura, encerrados solo para descansar lo suficiente para recuperar el sueño, y en la mañana alimentarse apenas basicamente con micelio rancio para seguir la condena sisífica. La probabilidad de sobrevivir a esas jornadas diarias por más de algunos meses era tan ínfima que muchos simplemente optaban por dejarse morir.  Los tuneles eran amplios por necesidad para enfriar las estancias de descanso, pero las zonas de explotación eran un auténtico infierno. En las historias que el abuelo de Aly solía contarles, el nivel más bajo de exploración sonaba más bien como una cueva de maravillas, donde las reglas de la física cotidiana no se cumplían: el abuelo había descrito rios líquidos de oro que fluían por cavernas enormes donde las paredes brillaban como cristales púlidos y refulgían con una luz interior desconocida. Las fantásticas galerías estaban pobladas por animales exóticos que bebían de fuentes de agua subterránea, y se alimentaban de plantas con troncos, ramas y frutos que producían su propia luz. Ahora mismo Ian se reía sarcasticamente de la inocencia de ese par de niños que fueron escuchando los cuentos fantásticos del abuelo. Como le gustaría ahora decirle que los ríos de oro no fluían por la caverna, sino que estaban cristalizados en cuarzos como enormes estalactitas sobre su cabeza, que los salones eran pasajes extrechisimos y frágiles si como de cristal dispuestos a aplastarlos en el momento menos pensado, y que el oxígeno era nulo en un ambiente tan denso. Si abandonaban sus tanques de oxígeno, o el saturador se descomponía, morían de ahogamiento en menos de tres minutos.  Había visto desde su llegada hace tres ciclos,  morir de esta manera a dos compañeros. El primero se había trastabillado de cansancio al jalar el carro lleno de cristales de uranio vitrificado. Un simple desliz que le rasgó el traje a la altura de la rodilla. El hombre se encontraba apenas a unos metros de él. Lo volteó a mirar con una expresión de desesperanza en los ojos grises cansados, intentó infructuosamente tapar con sus manos el desgarramiento, sin embargo en unos cuantos segundos cayó al suelo. Ian se acercó par auxiliarlo, pero el hombre al caer terminó de rasgar el traje. Los gases tóxicos de las ventilas volcánicas cercanas lo terminaron de asfixiar en apenas segundos, el hombre dejó de convulsionar y quedó inerte sobre el suelo, su rostro púrpura y las pupilas abiertas como su boca en el gesto absurdo de atrapar el oxígeno perdido. El otro lo habían encontrado tarde. Al parecer, había resbalado de un roca cercana al lugar de exploración reciente. Al terminar el turno hallaron sus restos desparramados metros abajo de un desfiladero.



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