Capitulo 36

39 3 0
                                    

El sol brilló tres veces sobre el Reino de los Puros y tres veces se puso. Los cielos se tiñeron de tonos dorados y lavanda, bendiciendo cada rincón de las Tierras Prometidas con su luz antes de ceder al abrazo sereno de un crepúsculo reconfortante.

Tres veces las lunas y las estrellas iluminaron la extensión celestial, arrojando su resplandor etéreo sobre jardines y ríos que brillaban con divina belleza. Los cielos plateados, llenos de los ojos centelleantes de la eternidad, reinaron sobre el Paraíso Eterno. Y tres veces, dieron paso al nacimiento resplandeciente del amanecer,

Y durante tres días, los habitantes del Paraíso Eterno bailaron y se regocijaron como posesos. Sus risas resonaron en las llanuras perfectas, en los salones de mármol blanco y en las aguas cristalinas que reflejaban la alegría en sus rostros.

Los coros angelicales llenaban el aire con melodías tan puras que hasta las estrellas parecían balancearse al son de ellas. Cada nota era una celebración de la vida, del amor, de la eternidad.

Regresó la celebración de compañeros y amigos.

Una celebración de una singularidad que demostró lo imposible: encontrar luz donde no debería existir.

Y volvió la fiesta por un Padre

Y en medio de todo esto, el Primer Hombre se erguía como una columna de alegría y risas entre la multitud celestial. Con su compañero más preciado y su amigo más antiguo, encaramado sobre un hombro ancho, y un bicornio descansando sobre el otro, rebuznando alegremente, era una vista tan entrañable como divertida.

Adán, el Primero, el Padre de todos, daba vueltas torpemente, su risa retumbante era tan vibrante como la música en el aire. Sus pies tropezaban sin gracia, sus pasos estaban fuera de ritmo, y su voz... ay, su voz... era tan desafinada como siempre, desentonada con las armonías de los coros angelicales. Sin embargo, nada de eso importaba. En todo caso, lo hacía aún más entrañable para quienes lo rodeaban.

Su alegría era tan genuina como el brillo dorado que emanaba de su propio ser, y en su estupidez, arrancó sonrisas de todas las almas que lo rodeaban. Con hijos e hijas nacidos miles de años después de él, acunados en sus brazos, Adán hizo el ridículo. Se rieron de alegría, tirando de sus brazos y riéndose de su torpe baile. A Adán no le importó.

Por primera vez en la eternidad, lo vio reír con una risa genuina, sin burla ni orgullo, y su alegría era tan ligera que parecía flotar.

Incluso en su alegría, mientras cantaba desafinadamente y bailaba torpemente, sus ojos encontraron los de ella y le transmitieron una silenciosa tranquilidad. Parecían decir: Baja. Ríete conmigo. Alégrate. Todo estará bien.


¡Estoy aqui!



-Bueno, ciertamente no le falta confianza -oyó la Gran Serafín que decía distraídamente su hermano menor, Cassiel, desde su izquierda. El Ángel del Norte y la Tolerancia estaba encaramado en el borde del edificio, con el antebrazo apoyado en una rodilla mientras que su otra pierna colgaba suelta por el costado-. Si tan solo nos diera una razón para sentir la misma confianza, ¿no es así, hermana?

-Uriel y Haniel dijeron que estaba bien, así que está bien -intervino Jophiel desde la derecha de Sera. Su tono era ligero y relajado mientras dejaba que sus brazos colgaran sobre el borde del edificio, sus piernas pateando hacia adelante y hacia atrás-. Tiene que haber una razón por la que no nos lo están diciendo.

-Soy consciente de eso, pero... ¿no sientes un poco de curiosidad? -añadió Cassiel, su tono adquiriendo un tono casi quejoso mientras miraba a Jophiel.

-Absolutamente no. Nunca viene nada bueno de saber cosas así, y estoy feliz de que me dejen en la oscuridad si eso me ahorra un dolor de cabeza. -Levantó los brazos, apoyó las manos en las mejillas y parpadeó dramáticamente-. Mi trabajo es quedarme en el Cielo y ser hermosa donde la gente pueda verme.

La ira de un Padre Donde viven las historias. Descúbrelo ahora