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La fuerza del agua nos arrastraba con violencia, como si quisiera tragarnos para siempre. Tratábamos de luchar contra la corriente, pero cada intento era inútil, una batalla perdida ante la furia del río. Un remolino nos absorbió, llevándonos al fondo, donde la luz se apagó y la libertad se desvaneció en la oscuridad.

No sé cuánto tiempo estuve sumida en ese letargo en la orilla, pero cuando finalmente desperté, ahí estaba él: el tonto que quiso salvarme sin entender las señales que gritaban a través de mi cuerpo. Con dificultad, me incorporé en el barro, sintiendo la frialdad de la tierra que se adhirió a mi piel. Lo observé mientras se agarraba la cabeza con ambas manos, como si el peso de sus decisiones lo aplastara.

Maldito inútil.

Aunque en el fondo sabía que no era el verdadero responsable de mi desgracia, necesitaba desahogarme con algo o con alguien. Recordé con enojo cómo había invadido mi mente y me miraba fijamente, como si quisiera eliminarme con su mirada intensa y penetrante. Su arrogancia me había dejado sin aliento.

Presumido.

Me levanté, tratando de estabilizar mi respiración mientras una tempestad de emociones luchaba por salir. Contuve las palabras en mi garganta, sabiendo que una explosión podría ser inevitable.

—Todo es tu culpa... —escupí, con la voz entrecortada y la respiración agitada.

¿¿Qué yo qué??

Fue increíble como con una frase logró subirme el cólera hasta las nubes.

—¿Disculpa?

—Disculpada —respondió, levantándose y sacudiendo el lodo de su traje. A pesar de estar empapado, no podía evitar verse bien, con una elegancia que me irritaba aún más.

—¿Ahora yo soy la culpable? Después de que tu casa me llamara y te metieras en mi mente. Después de que luché por no caer al vacío y tú no viste las señales. ¿YO SOY LA CULPABLE CUANDO ERES TÚ EL QUE NO TIENE NI PIZCA DE INTELIGENCIA? —escupí, el enojo burbujeando en mi interior, sintiendo que podría estallar en cualquier momento.

—No grites. Además, no tengo nada que ver con que quieras acabar con tu vida. Yo llegué después. Por mucho que llegaras a importarme, no es mi responsabilidad salvarte de ti misma.

Ladeó la cabeza, con una calma que me irritaba. ¿Cómo podía ser tan molesto? Su mirada me atravesaba como si fuera un animal extraño en un zoológico, o tal vez un insecto que quería aplastar.

—Eres insoportable... —murmuré, levantando mi falda para asegurarme de dónde pisaba. Necesitaba alejarme de él cuanto antes.

Noté cómo apartaba la mirada, incómodo, mientras yo daba pasos temblorosos hacia el vacío del puente. Podía sentir su presencia detrás de mí, como una sombra persistente. Al llegar a la cima, sacudí un poco el lodo de mi ropa y traté de encontrar una salida entre la niebla espesa que nos envolvía. Era extraño; estábamos a plena mañana y ya parecía que había oscurecido.

Sentí unos pasos más cerca y supe que era el molesto intruso de mis sueños.

—Tú eres molesta, pero no discutiré contigo; no vale la pena. Después de todo, mi madre te dejó entrar y como soy un caballero...

—Caballo, eso es lo que eres —apresuré mis pasos para no escuchar más su voz, pero él seguía detrás de mí.

—Eres insoportable. Te dejé quedarte en mi casa y me respondes con altanerías. Qué poca decencia tienes —dijo, caminando a mi lado mientras me daba un sermón sobre modales.

~•LUNAS DESDE ABRIL•~Donde viven las historias. Descúbrelo ahora