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La búsqueda del guardián se convirtió en una misión casi obsesiva. Mientras me adentraba más en la mansión, cada rincón parecía contar una historia, pero la mía estaba aún por escribirse. Las joyas que adornaban mi cuerpo brillaban con cada paso, recordándome que aunque estaba atrapada en esta nueva realidad, también tenía el poder de influir en ella.

"Di que eres invitada del Rey", resonaba en mi mente como un mantra. Necesitaba respuestas y no podía quedarme de brazos cruzados.

Al escabullirme por los pasillos, noté las miradas curiosas de las sirvientas y los criados. Algunos me sonreían con respeto, mientras que otros mostraban desdén. Una de ellas se alejó rápidamente cuando intenté tomarla del brazo.

—No estoy soñando... —murmuré para mí misma, como si esa afirmación pudiera anclarme a la realidad.

Cada salón que atravesaba era más opulento que el anterior, con candelabros brillantes y muebles tallados a mano. Sin embargo, mi mente estaba centrada en encontrar al irritante guardián que había dejado mi vida patas arriba. No tenía miedo de irrumpir en habitaciones; después de todo, era la invitada del Rey.

De repente, dos pinturas enmarcadas llamaron mi atención. La inscripción debajo decía: "En honor a nuestros soberanos, nunca serán olvidados". El arte era impresionante, pero el mensaje me golpeó con una tristeza inesperada. ¿Ya no estaban aquí? ¿Quién gobernaba ahora?

Hice una pequeña reverencia ante los retratos, sintiendo un respeto profundo por aquellos que habían sido recordados de esa manera.

Con esa tristeza aún flotando en mi corazón, volví a concentrarme en mi búsqueda del guardián.
Continué explorando cada habitación, cada salón decorado con exquisitos detalles y murmullos lejanos de conversaciones que no podía entender del todo.

Justo cuando estaba a punto de rendirme, escuché una risa proveniente de un salón cercano. Sin pensarlo dos veces, me dirigí hacia el sonido, mi corazón latiendo con fuerza ante la posibilidad de encontrar al guardián o incluso a alguien que pudiera ayudarme a descifrar este caos mágico en el que me había visto envuelta.

Al entrar, me encontré con esos odiosos orbes dorados que me miraban fijamente. A su lado estaba el mayordomo, que se despidió al instante y salió de la habitación. Me acerqué lentamente, analizando el entorno; el amplio lugar estaba lleno de lujos y pinturas. Caminé atrapada por su grandeza y me puse a merodear como niña curiosa, tocando y mirando cada detalle del lugar.

Mientras su mirada me seguía, sin emitir sonido más que el de la copa de vino en sus labios, volví la vista a él para analizarlo. Llevaba un traje más elegante que el anterior, de color azul oscuro, perfectamente a la medida, que acentuaba su figura atlética. Los detalles finos de bordado dorado en las solapas y los puños añadían un toque de opulencia que parecía reflejar su personalidad magnética. Su cabello negro estaba acomodado con delicadeza, dejando caer solo algunos mechones rebeldes sobre su frente, lo que le daba un aire despreocupado y seductor a la vez.

Hasta ese momento, me había detenido a observarlo de verdad: las facciones finas de su rostro eran casi esculpidas, con pómulos marcados que le conferían un aire aristocrático. Sus cejas pobladas enmarcaban unos ojos aterradoramente bellos y destellantes; eran como dos espejos dorados que capturaban la luz de manera hipnotizante. La curva de sus labios, siempre esbozando una leve sonrisa, invitaba al misterio y al peligro. Era como caer en un atardecer o en un gigantesco tarro de miel: adictivo e indescriptible; decir que eran dorados era más fácil que tratar de describirlos, con reflejos naranjas o marrones que parecían cambiar con cada parpadeo. Había descubierto un nuevo color en sus ojos.

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⏰ Última actualización: 11 hours ago ⏰

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