V. Hilos de las Erinias

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Sirius repasaba las hojas esparcidas sobre la encimera de la cocina, frunciendo el ceño mientras leía los informes e ignoraba todo a su alrededor. Era una mañana silenciosa, siempre lo era en la zona del pueblo donde vivía, el frío del aire acondicionado se esparcía por toda la sala. Las notas, llenas de anotaciones a manos con la caligrafía de su padre, eran su única compañía. Si tan sólo eso fuera cierto...

Biel, recostado contra la encimera, apretaba la correa de su mochila entre los dedos mientras miraba al pelirrojo con una mezcla de aburrimiento e impaciencia. Estaba claro que no quería verse envuelto en el caso, totalmente fuera de su zona de confort. Pero, por desgracia, sus habilidades informáticas habían hecho que su madre lo recomendara; ahora, estaba allí, "colaborando" en el asunto de las desapariciones, aunque no podía evitar pensar que alguien más calificado debería estar ahí.

El pelirrojo pasó a la siguiente página con movimientos precisos, centrado en su tarea. La tensión entre ellos se sentía como un murmullo constante, asfixiando al castaño.

—Entonces... —empezó Biel, rompiendo el silencio con tono seco—, ¿vas a estar todo el día ignorándome, o piensas que no puedo contribuir a la investigación?

Sirius exhaló con frustración sin despegar los ojos de las notas. No le gustaba nada la idea de tener a Biel allí, mucho menos la actitud que traía consigo, pero había sido idea de su padre; su padre, quien sólo quería lo mejor para él y a quién no podía negarle nada.

Los métodos convencionales no son suficientes, es una situación sin precedentes, por eso estoy aquí. Y, por desgracia, por eso lo está él.

—Mira, me gustaría entender el caso antes de empezar a movilizarnos —respondió finalmente, todavía con la mirada pegada al informe—. Si tienes algún problema, puedes irte. Nadie te ha atado al taburete.

El castaño sonrió, claramente disfrutando la atención del detective y su tono ligeramente arisco. Soltó la correa de la mochila y se inclinó hacia adelante, cogiendo uno de los papeles: dos víctimas desaparecidas, nombres en tinta negra y escasa información sobre las circunstancias de su desaparición.

—Si vas a pasar cada hoja como si fuera un papiro milenario, no vamos a llegar a ninguna parte —murmuró el castaño, intentando mantener un tono entre aburrido y sarcástico pese a las circunstancias.

Sirius levantó la vista ligeramente, pero mantuvo el semblante frío y controlado.

—Si tienes algo útil que decir, dilo. Si no, puedes esperar en silencio —respondió en el mismo tono, dejando que una sonrisa casi imperceptible adornara su pálido rostro.

Biel soltó una risa seca, cruzó los brazos y se apoyó más en la encimera, adoptando una postura indolente.

¿Cómo lo hace para verse tan capullo?

—Claro. Esperar en silencio, porque eso siempre ayuda —dijo, hablando en un tono exasperantemente pausado que hizo al pelirrojo alzar una ceja—. Mira, amigo, podemos perder el tiempo haciéndonos los serios, o podemos intentar analizar lo poco que tenemos y buscar alguna pista en línea, en bases de datos o redes sociales. Sabes, cosas que tal vez no puedes hacer solo.

Sirius entrecerró los ojos, sabía que el castaño tenía algo de razón: su conocimiento informático era básico y no le permitía acceder a muchos de los rincones de internet; al menos, no los que podían ayudarle en el caso. Aunque eso no lo hace imprescindible, siempre puedo ir puerta por puerta preguntando.

—Lo que quiero decir, Sirius —insistió Biel, los bordes de sus comisuras curvándose en una sonrisa que imitaba a la del gato Cheshire—, es que no necesitamos que me trates como si hubiera atropellado a tu gato. ¿Quieres resolver esto? Perfecto. Hagamos equipo, como dijeron nuestros padres, o finge que puedes soportarme y me das la contraseña del WiFi.

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