VI. La mirada de Aquiles

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Dos días después, Biel se presentó en la casa de los Soler tras una intensa pero fructífera búsqueda que volvió permanentes sus ojeras. Un par de tazas de café se movían sobre la encimera de mármol negro. A lo lejos, el motor del sedán gris del inspector se alejaba. Las teclas de su portátil resonaban en el silencio de la habitación.

Biel estaba enfocado en el monitor, sentado en uno de los taburetes de la cocina. A su lado, el hijo del inspector inhaló su tercera taza de café consecutiva, jugando con el borde de la sudadera beige que usaba de pijama mientras miraba con anhelo la cafetera.

La mañana era joven aún, pero ambos sabían que se avecinaba una larga jornada de la que no podrían escapar. Sin embargo, había un atisbo de posibilidad en el aire.

Biel trabajaba en el código con velocidad y precisión, como un escritor inmerso en su historia. Ventanas aparecían y desaparecían en la pantalla, una tras otra, mientras el castaño lograba desentrañar el rastro digital de las cuentas manipuladas. Sirius observaba en silencio, había aceptado bajo la influencia de la cafeína que el mundo que Biel habitaba era un territorio completamente ajeno e incomprensible para él. Quizás con más café...

—Hay algo que no encaja —murmuró sin levantar la vista de la pantalla—. Mira esto.

Sirius se inclinó hacia la pantalla, donde el castaño había abierto un programa igual de incomprensible que la mayoría de cosas que había visto hasta entonces. Al principio, no entendía qué era lo que no encajaba, pero Biel hizo un gesto con el cursor hacia una serie de coordenadas.

—Estas cuentas están asociadas a personas reales, sí. Pero los registros de ubicación en los días de las desapariciones... cambian varias veces en cuestión de horas —explicó Biel, cubriendo un bostezo con el dorso de la mano—. Como si alguien estuviera simulando movimiento o usando una VPN muy avanzada.

Sirius entrecerró los ojos, intentando asimilar la información. ¿VPN? Mm. ¿Eso no quiere decir que...?

—Entonces, ¿crees que quien sea que esté detrás usó esas cuentas remotamente?

El hacker asintió lentamente, pensativo. Sus ojos oscuros seguían pegados a la pantalla, la incertidumbre clara en ellos.

—Eso creo. Pero mira esto... también hay una superposición de actividad entre ambas cuentas, como si la misma persona o grupo las hubiera manipulado desde un mismo dispositivo o red —respondió, su expresión se tornó más sombría—. Estamos hablando de alguien que no sólo tiene acceso a estas cuentas, sino que tiene la capacidad de borrarse a sí mismo de los sistemas de rastreo.

Sirius frunció el ceño, frotándose el puente de la nariz. Lo que había empezado como un caso de desapariciones mutaba a pasos agigantados, volviéndose una red de mentiras y manipulaciones, teniendo niveles de acceso a los que muy pocos podrían aspirar.

Pero, ¿por qué aquí? Si el responsable investigó con antelación sobre el pueblo antes de llevarse a Carla y Alejandro, debería saber que llamaría mucho la atención. O, ¿es precisamente por eso, porque sabría que no tenemos los conocimientos necesarios? Por mucho que lo piense, no tiene sentido, es un movimiento totalmente irracional.

—¿Alguna pista sobre de dónde proviene esa actividad compartida? —preguntó, con la esperanza de que tuviera una respuesta rápida, algo con lo que poder trabajar.

Biel negó con la cabeza.

—Quien sea que esté detrás usó una serie de rebotes y cifrados para esconderse. Si no tuviera una idea clara de lo que estoy buscando, ni siquiera lo habría notado.

Alguien que puede borrar los datos de la policía y usar cuentas de civiles... Definitivamente alguien que no debería caer en la estupidez.

Sirius asintió lentamente, intentando procesar, y se dejó caer en el taburete junto a Biel, sintiendo el peso de la duda sobre sus hombros.

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