La pantalla del portátil emitía un brillo suave que llenaba la habitación con su luz tenue, apenas suficiente para iluminar el teclado. Una lata de Monster yacía sobre el escritorio a medio terminar, dos botellas de agua vacías descansaban al pie de la cama. Las persianas cerradas, al igual que las cortinas, aportaban al ambiente oscuro y acogedor de la habitación.
La figura delgada de Biel se encorvaba frente a la pantalla, observando fijamente el documento en blanco donde debería estar su TFG. Exasperado, cerró la página y dejó caer la cabeza contra el teclado.
En qué momento decidí, yo, terminar la carrera.
Había empezado a las seis de la mañana con ojeras que le llegaban hasta la barbilla, su piel en un tono pálido casi enfermizo que lo obligaba a escapar de su reflejo. El reloj del portátil marcaba las diez, parecía que el paso del tiempo se reía de su desgracia.
Miró la pantalla una vez más, pov: you are the most powerful villain lo miró de vuelta. No se sentía especialmente poderoso. Una voz cristalina resonó en el silencio sepulcral de la mañana, absorta en una conversación telefónica, que se movía por la casa. Tres pasos a la izquierda, silencio. Dos a la derecha, silencio.
El castaño cerró el portátil cuando los pasos empezaron a acercarse a su habitación, ligeros y vacilantes, inseguros como nunca lo habían sido antes. Su madre nunca dudaba, siempre afrontando las situaciones difíciles con la cabeza fría y la determinación de un general en pleno campo de batalla, firme e imperturbable ante cualquier adversidad.
Quién llamó y por qué va a convertirse en mi problema, ¡con la carrera tengo suficiente!
La mujer se detuvo frente a la puerta, en silencio por un momento que a Biel se le hizo eterno. Casi podía sentir la mirada de aquellos ojos verdes juzgando la penumbra de su cuarto, pese a no poder percibirlo en su totalidad. Un golpe en la puerta sonó, después el inconfundible sonido del pomo girando.
—Biel, ¿qué dije de tener la persiana bajada? —la voz cristalina de su madre atravesó la puerta como un ente, prometiendo dolor inimaginable para sus retinas.
El destello lo golpeó de lleno, como una presentación sorpresa en plena semana de exámenes. Los ojos del castaño se cerraron con fuerza y su cuerpo se contrajo involuntariamente, como si intentara escapar de la luz artificial.
—¡Apaga! Por Dios, Clarice, me matas —gruñó, levantando el brazo para cubrirse la cara en un intento por aliviar el ardor de sus retinas.
Clarice Evans, en contraste con su explosiva entrada, sonó casi divertida. La incertidumbre anterior parecía haber abandonado su cuerpo, relegada a segundo plano frente al sufrimiento de su hijo.
—Voy a abrir la ventana también —dijo con un tono suave pero firme, sonrisa evidente en su voz, sin esperar permiso dirigiéndose hacia la persiana.
Biel gimió desde el alivio mínimo que le proporcionaba su antebrazo, mientras parpadeaba para intentar acostumbrarse a la luz. Pudo escucharla moverse por la habitación, consciente del caos sensorial que había desatado al encender la caja de Pandora.
—Y, ¿desde cuándo he pasado a ser Clarice? Evans suena mucho mejor.
—Desde que irrumpes en la penumbra de mi cueva lanzando una flash bang —murmuró, finalmente capaz de distinguir los muebles de su habitación.
La mujer era de estatura baja pero apariencia robusta, pálida, como cualquier británico suele ser. Su palidez contrastaba con el tono cenizo de su cabello rubio, que caía suavemente sobre su fino rostro. Aquel par de orbes verdes brillaban con diversión, moviéndose por la habitación hasta enfocarse en él.
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Tártaro
Gizem / GerilimEsta es una historia para ellos, para aquellos que observan el abismo. Esta es una historia para ellos, para aquellos a los que el abismo les devuelve la mirada. Esta es la historia de Sirius S. Silva, un joven detective, y Biel de Luque, un habilid...