I. 'S. O. S'

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"Te he hecho caso y he salido a tomar el aire" –S. O. S.

El post-it de color azul descansaba sobre una pequeña cómoda en la entrada de la casa, tres verdes esparcidos a su alrededor con mensajes similares en una caligrafía descuidada y a la antigua. Bajo uno de los cojines del salón, dos amarillos plagados de faltas ortográficas. En la cocina, junto a la nevera, uno rosa indicando la fecha de una cita médica.

Aquellos post-it eran irrelevantes en comparación con el azul, escrito en la caligrafía fina y metódica de Sirius. Clara, concisa y sin florituras.

Sirius salió a paso lento de casa, letárgico y con cara de pocos amigos. El sol brillaba con fuerza, un escenario usual en Murcia. Todo lo que quería era volver a la comodidad de su habitación donde las persianas apenas dejaban pasar la luz, en compañía de alguna de sus novelas favoritas; donde el pasar del tiempo era tan relativo como lo describen.

El pelirrojo se quedó estático frente a la puerta.

"Te he hecho caso y he salido a tomar aire".

He salido, ¿no?

Miró la puerta por encima de su hombro, después miró la carretera frente a él. Había una línea invisible a sus pies, un muro casi imposible de atravesar.

He salido...

"Te he hecho caso y he salido a tomar aire".

Sirius cerró los ojos. A lo lejos podía escuchar las voces de dos mujeres hablando animadamente, el pastor alemán de su vecino ladraba para llamar la atención de un perro callejero, las cigarras actuaban de música ambiente.

No, no he salido.

Abrió los ojos e ignoró cómo se le pegaba la camiseta a la piel, cruzando la línea imaginaria que su mente había conjurado para atraparlo en su habitación. El recuerdo de una sonrisa torcida sobre un rostro pecoso le hizo avanzar, aquel día tenía el potencial de ser uno bueno. Anduvo por las calles de su urbanización a paso ligero, decidido, posando la mirada en los matorrales secos de los descampados y en las botellas de cristal rotas sobre la acera. Dos calles más adelante, un cartel anunciaba la venta de un terreno en desuso; el sonido de las obras recorrerían aquellas calles una vez más, expandiéndose hasta mezclarse con el bullicio de la noche.

A medida que se adentraba en el pueblo, el pelirrojo ganaba más confianza en sí mismo y se ocultaba bajo una máscara de indiferencia. El ruido de los vehículos y las conversaciones de la gente pasó a segundo plano, al mismo tiempo que el volumen de sus pensamientos obtenía el primer plano. La semana anterior había sido incapaz de salir al mundo exterior, de no ser porque su carrera universitaria tenía carácter semipresencial habría tenido que llevarse todo el temario a junio en múltiples asignaturas. Afortunadamente para él, aquel sería su último año. Afortunadamente para él, aquello le daría más oportunidades para encerrarse en su mente.

Sirius sacó un cuaderno de cuero de su bolsillo al pasar por una peluquería a unas cuadras del polideportivo al que se dirigía, apuntó la fecha y el número de personas que rondaban a Pablo Fernández, uno de los dueños del negocio. Tres mujeres en sus veinticinco, un hombre en sus treinta. Pablo había abierto la peluquería dos años atrás junto a su hermano, un hombre de unos treinta años de apariencia robusta y mirada perdida cuyo nombre era fácil olvidar. Al contrario que su hermano, Pablo atraía la mirada de los clientes con sus ojos claros y mandíbula marcada. Su personalidad afable hacía que el peluquero sonriera ante los avances indeseados de los demás, mientras los rechazaba con palabras amables.

Lleva una alianza desde diciembre, incluso cuando la lleva al cuello nadie parece pestañear. Ojos que no ven, corazón que no siente...

El sol caía implacable sobre la avenida. El aire, pesado y caliente se pegaba a la piel, incluso en las primeras horas de la mañana. El zumbido constante de las cigarras acompañaba a la sensación de ahogo que crecía en el pelirrojo, quien se tambaleaba y arrastraba los pies a medida que caminaba. Cada paso le costaba el doble y no podía evitar pensar en el desayuno que había dejado en la encimera, cogiendo polvo. Su respiración se volvía más lenta, más pesada. El sudor le caía sobre la frente, adquiriendo el tono rojizo del tinte.

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