Capítulo 12. El corazón en guerra

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En las primeras horas de la madrugada, Dael cae en un sueño profundo y agitado, donde es presa de una mirada intensa que lo atrae y cautiva sus sentidos. Se revuelve entre las sábanas, sintiendo el calor abrasador de unas manos que se aferran a sus caderas con ferocidad y unos labios hambrientos que devoran su piel desnuda.

Los besos marcan un camino ardiente que desciende inexorablemente hacia su pelvis haciéndolo gemir. El beso se intensifica, sus labios ávidos y hambrientos buscan cada centímetro de su piel. Con cada succión apasionada, dejan una marca candente como prueba de su posesividad.

Dael se despierta de repente, jadeando y con la respiración entrecortada. Sus mejillas sonrojadas y su corazón late con fuerza. La luz de la luna se filtra a través de las gruesas cortinas de su habitación, proyectando sombras suaves en las paredes.

Con un gesto cansado, se pasa una mano por su desordenado y ondulado cabello rubio antes de dejarse caer pesadamente sobre la cama. Alcanza la almohada que está a su lado, la coloca sobre su rostro y grita con todas sus fuerzas, dejando salir toda su frustración.

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En el cuadrante sur del enorme gimnasio de la mansión, junto al gran ventanal, los colores negros y azules predominan en el ambiente. En el segundo piso, la tenue luz de los últimos rayos plateados de la luna se abre paso entre las nubes, iluminando sutilmente las máquinas dentro de la estancia.

El cabello rubio y rizado de Dael, recogido en una coleta, brilla bajo la luz plateada de la luna llena. Vestido con una camiseta sin mangas y pantalones deportivos, Dael se balancea de atrás hacia adelante, con los puños en alto, practicando con un saco de boxeo. Cada golpe resuena en el gimnasio, llenándolo de ruido.

—Cosa fai qui a quest'ora, biondo? (¿Qué haces aquí a esta hora, rubio?)— Se oye una grave voz masculina con un fuerte acento italiano a su espalda.

Dael se detiene en seco, con los puños a centímetros del saco, y se da media vuelta, poniendo sus manos enguantadas en la cintura. —: Me preguntaba cuándo ibas a salir de tu escondite. ¿Te has divertido viéndome todo este rato, amore? — Ríe con picardía, guiñándole el ojo con encanto y dándole una corta sonrisa antes de darle la espalda.

Luigino chasquea la lengua con enfado, luciendo visiblemente irritado. —: Solo hago mi trabajo, vigilando al volpe que merodea en la madrugada. — Gruñe con un tono cargado de malhumor, quedándose al borde del arco de la puerta, sus ojos fijos en Dael.

Dael ríe, llevándose las manos enguantadas al rostro antes de girarse para encararlo con entusiasmo. —: ¡Qué hermoso, grazie amore! Es un halago que, después de verme por una hora, me compares con un zorro — Confiesa con encanto, abriendo los brazos con confianza. —: ¿Sabías que los zorros son conocidos por su astucia y elegancia? Puedes quedarte sin esconderte, te doy permiso... — Le guiña el ojo.

Luigino frunce el ceño, su expresión endurecida. —: Solo hago mi trabajo, no necesito tu permiso. — Responde con sequedad, manteniéndose firme en el umbral de la puerta, sus ojos fijos y serios en Dael.

Dael ríe, le da la espalda a Luigino y agita su mano en el aire con una mezcla de frivolidad y su natural coqueteo. Vuelve a concentrarse en el saco de boxeo, encontrando el ritmo para lanzar sus puñetazos. Mientras tanto, Luigino camina con pasos sigilosos, entrando en el gimnasio. Se sienta en un banco de pesas, su piel marrón brillando bajo la luz plateada de la luna que se filtra por las ventanas.

—¡Ehi! (0ye) — Exclama Dael con una sonrisa, girándose hacia Luigino.

—Eh? — Masculla Luigino, su cabello rojizo oscuro y rizado iluminado por la luz plateada de la luna. Sus ojos azules oscuros siguen cada movimiento, observando con desconfianza.

Sombras de CladdaghDonde viven las historias. Descúbrelo ahora