Parte IV.

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El rey Dorian se sentaba en la sala del trono, rodeado de sus ministros más cercanos. La atmósfera era tensa, ya que la noticia de la Revolución Francesa había llegado hasta sus oídos.

- Majestad, la situación en Francia es crítica - dijo el ministro de Asuntos Exteriores. - Los rebeldes están tomando el control de París y el rey Luis XVI está en peligro.

Dorian enajenado pensaba profundamente, hoy ninguna noticia le parecía más extraordinaria que la que había leído está mañana. Aquel sobre lo tenía tenso y curioso.

- Debemos tomar medidas para proteger nuestros intereses en Francia - dijo finalmente. - Y asegurarnos de que la revolución no se extienda a nuestros territorios.

Todos se miraban entre si, sentían que las ordenes eran ambiguas y débiles.

Mientras tanto, en otra parte del palacio, la reina Elisabet se sentaba en su habitación, con la pequeña princesa Damara en su regazo. La reina estaba pálida y cansada, pero trataba de sonreír para no alarmar a su hija.

Damara jugaba con el cabello de su madre, enrollándolo en sus pequeños dedos.

- Ma-má - dijo la niña, mirándola con ojos curiosos.

Elisabet sonrió.

- Sí, cariño - respondió.

De repente, un dolor agudo se clavó en el estómago de Elisabet, lo que le preocupaba por su bebé. Se sintió mareada y se aferró al brazo de la silla para no caer. Pero no quería alarmar a Damara, así que se obligó a sonreír.

- Estoy bien, cariño - dijo. - Solo un poco cansada.

Damara se acurrucó en su regazo, abrazándola.

- Mamá - repitió la niña, con voz suave.

Elisabet la estrechó contra sí, sintiendo una oleada de amor y preocupación. Mandó llamar a Dennisa. Temía lo que podría pasar si su madre, la condesa Alcaraz, llevaba a cabo sus planes turbios, tanta tensión era lo que la estaba enfermando y ya no sé sentía segura teniéndola cerca. Además, con la revolución en Francia, todo parecía más peligroso que nunca.

La condesa de Alcaraz entró abruptamente en la habitación de su hija, la reina Elisabet, con un sobre abierto en la mano y llena de cólera.

- Denissa, por favor, llévatela -dijo la condesa, señalando a la princesa.

- Sí, señora -respondió Denissa, llevándose a la niña.

La condesa espero unos minutos a qué la nodriza se alejará, se acercó a la reina Elisabet, con el sobre en la mano.

- Mira esto -dijo, entregándoselo.

Elisabet leyó el contenido y se encogió de hombros.

- ¿Y? ¿Quién es Alen? ¿Por qué tanto alboroto? -preguntó.

- Alen es el hijo de la asquerosa sirvienta que te asiste como nodriza - habló con desprecio- fue el favorito del rey Dorian en su juventud -respondió la condesa-. Eran inseparables. Compartían secretos, aventuras... y se ha rumorado que hasta pasiones.

- ¿Pasiones? -repitió Elisabet, intrigada.

- Sí -dijo la condesa-. El rey Dorian y Alen fueron más que amigos. - Apareció un silencio mientras la condesa se acercaba a la mesa en cuyo centro habían dejado un jarrón con flores- Fueron amantes, o al menos eso murmuraban todos. Sus estúpidos padres nunca hicieron nada para separarlos- se acercó a la ventana- menos mal están muertos.

Elisabet se sorprendió. De repente, todo tenía sentido. Los poemas que Dorian guardaba en su cuarto, la forma en que la miraba, la forma en que la amaba... Rápidamente le dio forma a sus pensamientos, ahora entendía porque Dorian la trataba con tal gentileza como a la de una amiga, ahora comprendía porque era tan diferente, sin mencionar a caso, las formas en que se las ingeniaron para poder tener hijos sin necesidad del contacto.

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