Parte III.

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De la nada, sin que nadie lo creyera, estaba ocurriendo lo peor. Alen atrapado en un terror sin escapatoria, se encontraba de pie en un patíbulo, rodeado de una multitud silenciosa cuyos ojos brillaban con una crueldad sin igual. El príncipe Dorian, su amor prohibido, estaba frente a él, su rostro con una máscara de indignación y desilusión.

- Has osado seducirme, Alen, - declaraba el príncipe con voz helada - y has proclamado ante todos que eres mi favorito. Tu audacia será tu condena.-

Alen se postró de rodillas, suplicando clemencia.

- Por favor, mi príncipe... no me mates. Te amo, solo te amo a ti- rogaba, su voz temblorosa.

El príncipe Dorian se acercó, su mirada glacial.

- Tu amor es una ofensa. Tu muerte será un ejemplo para aquellos que osen desafiar las normas de nuestra sociedad- sentenció.

La soga áspera se cerraba alrededor de su cuello, y Alen sentía el pánico que se apoderaba de él mientras la multitud comenzaba a corear su sentencia de muerte.

- "¡Muera el seductor! ¡Muera el traidor!", gritaban.

Alen se debatía, desesperado.

- No, por favor... no puedo morir. Te pertenezco, solo a ti. ¡Dorian, te amo!- gritaba.

Pero su voz se ahogaba en el griterío de la multitud. El mundo se estrechaba hasta convertirse en un punto negro, y en ese instante de agonía, Alen se despertó abruptamente, bañado en sudor, con el corazón latiendo alocadamente en su pecho. La oscuridad de su habitación era un refugio bienvenido después del horror que había vivido en su sueño, pero la sensación de terror persistía, recordándole que, en algún lugar de su subconsciente, el miedo a perder al príncipe Dorian era una realidad palpable.

Sin piedad vive el tiempo, sin piedad ha vivido siempre desde el comienzo y sin piedad llegará a ser infinito, aunque el final llegue un día. Las rocas, aunque inmóviles, llegan a correr; los niños, aunque frágiles, llegan a crecer; y finalmente, los seres humanos, al igual que las margaritas, marchitan un día y regresan al vacío existencial del que llegaron.

¿Y todo eso? Todo eso porque el mismo tiempo lo deduce con su naturaleza. El tiempo corre rápido y quizá suele llegar más pronto que un relámpago, pero el tiempo corre sin descanso, excepto para un corazón roto que sabe separar los segundos del tiempo y los tonos grises de los negros. El tono medio de todo color, de toda situación y de toda pregunta cuestionable.

Aquel joven se reflejaba en la suerte y el destino. "¿Agradable vida le había tocado después de todo?", se preguntaba. Y al final del día, escribiendo y escribiendo, se había jugado con el destino todo ese tiempo bajo la vela de grasa de algunas de sus noches, recordando el tiempo pasado como a un viejo amigo y como a un posible futuro.

- Un día limpiaba basura bajo la mesa... - habló - ...por eso no me preocupa ensuciarme las manos; he ganado y he perdido.

Sonrió aceptando la frustración prolongada de cualquier joven.

La rutina de Alen era la misma últimamente: estudiar, estudiar y estudiar cuanto más su cerebro succionara. Estaba motivado, puesto que pronto podría ejercer su labor a pesar de los años transcurridos. Aunque no eran muchos, tampoco eran pocos.

Sus ojos devoraban el libro en sus manos, buscando la mayor información; esos ojos de fuego que continuaban brillando igual de radiantes como el mismísimo día en que había abandonado el palacio de Ventora.

- América - dijo en medio de la lectura - ¿A qué parte de esta tierra podría irme?

Pensó y pensó mientras deliberaba.

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