Parte VI.

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La bruma matutina se desvaneció lentamente sobre la costa americana, revelando un paisaje desconocido para Alen. El joven, con su cabello negro y ojos castaños de fuego, bajó del barco que los había llevado a través del océano, junto a su madre, Denissa. El viaje había sido largo y agotador, pero la emoción de empezar una nueva vida en un continente desconocido los mantuvo relativamente animados.

Aunque Alen sonreía, su corazón aún llevaba la carga del dolor. La separación de Dorian, su amor en Ventor, había sido difícil de aceptar. Pero Alen era un optimista, y sabía que esta nueva aventura era una oportunidad para sanar y encontrar su propio camino.

Después de semanas de navegación, la tierra firme parecía un regalo. Alen respiró hondo, sintiendo el aroma a sal y tierra fresca que llenaba el aire. Su madre sonreía a su lado, con una mezcla de emoción y alivio.

Finalmente, después de días de búsqueda, encontraron el lugar perfecto: una casa de madera clara con una parcela verde y un jardín que parecía un oasis, estaba alejada del pueblo. La casa estaba rodeada de árboles altos y una verja blanca que parecía sonreír. Alen y su madre se miraron, y sin necesidad de palabras, supieron que había encontrado su nuevo hogar.

- Este es el comienzo - dijo Denissa, tomándolo de la mano.

- El comienzo de todo, mamá - respondió Alen, sonriendo -. Aquí encontraré mi felicidad. Lo puedo sentir.

- ¿Qué sientes, hijo?- preguntó Denissa, mirándolo con preocupación.

- Nada, mamá. Solo que dejé parte de mi corazón en Ventor - dijo Alen, mirando hacia el horizonte.

Denissa lo abrazó fuerte. - Tu corazón está aquí, conmigo. Y juntos, construiremos una nueva vida.

Juntos, cruzaron el umbral de su nueva casa, listos para enfrentar el futuro en esta tierra desconocida pero ya querida.

La casa que una vez fue un lugar desconocido, ahora era un hogar cálido y acogedor gracias a los esfuerzos de Alen y su madre Denissa. Juntos, habían llenado cada rincón de amor y personalidad, convirtiendo la estructura de madera en un refugio de paz para el alma.

El pueblo, que inicialmente había sido un lugar extraño, ahora se sentía como una comunidad que los había acogido con brazos abiertos. Alen, con su destreza como médico, pronto se ganó la confianza y el respeto de los vecinos, quienes lo buscaban para curar sus males y escuchar sus consejos. A su vez, Alen era un ser llamativo que con su magnetismo atraía todo.

Sin embargo, las noches eran diferentes. Cuando la oscuridad caía y el silencio envolvía la casa, Alen se sumergía en un mundo de recuerdos y sueños. Casi todas las noches, Dorian aparecía en sus pensamientos, sonriendo, llamándolo, como si lo buscara a través de los sueños necesitando ayuda.

Alen no había dejado de amarlo, ni un solo día, sentía que toda la vida lo iba a amar con la misma pasión, era como un fuego inagotable. Aunque había intentado convencerse de que el tiempo y la distancia podrían curar su corazón, la verdad era que el amor que sentía por Dorian seguía vivo, latiendo con fuerza en su pecho.

En esas noches de insomnio, Alen se preguntaba si alguna vez podría olvidar, si alguna vez podría amar a alguien más. Pero la respuesta siempre era la misma: no podía imaginar una vida sin el rey Dorian.

- Mamá, no puedo dormir, - decía Alen, sentándose en la cama de su madre, con la mirada perdida en la oscuridad.

- ¿Qué te pasa, hijo?- preguntaba Denissa, preocupada, acercándose a él mientras encendía la vela de grasa.

- No lo sé, mamá. Solo... sueños, extraños sueños- respondía Alen, sin querer revelar la verdad.

Denissa lo abrazaba, sabiendo que su hijo aún sufría por el amor perdido del rey, Denissa durante todos los años en la corte había podido presenciar el vínculo entre Alen y Dorian, sabía que aquella cercanía no era una simple amistad, además, los rumores habían llegado a ella y el trato que recibía de Dorian era muy cortés y solidario, aquello era porque el rey amaba a su hijo. - Estoy aquí para ti, Alen. Siempre estaré aquí.

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