08. ¿Capisci?
Pandora Harper
Mi plan era memorizar el camino completo hasta casa de Hernández y así cuando pudiera escapar sabría hacia dónde moverme, pero el Don ha parecido olérselo porque se gira bruscamente en mi dirección y me coloca un saco en la cabeza.
—Es una lástima tapar una cara tan bonita, pero vas a tener que dejarte eso ahí hasta que lleguemos. ¿Cómo es que se dice en Italia? ¿Capisci?
Aprieto los dientes enfadada mientras lo escucho reírse. Noto su mirada en mí todo el tiempo, a pesar de tener la cabeza tapada, y eso es lo único que evita que me quite el estúpido saco de la cabeza. Si me atan las manos la situación será más complicada de lo que ya es.
Sin embargo, hay formas diferentes de ubicarse. Bruno no ha pensado en eso.
Cuento los segundos uno a uno, asegurándome de que mi ritmo sea igual al de un reloj. Me concentro únicamente en los números de mi cabeza, tratando de no descontarme. Finalmente, cuando el coche se frena, he calculado doce minutos así que debemos, si vamos a unos 25 km/h, debemos estar aproximadamente a 6 kilómetros del centro de la ciudad.
Tengo que pestañear varias veces para acostumbrarme a la luz del sol cuando Bruno me quita el saco de la cabeza. Me agarra firmemente del brazo y me hace salir del coche, obligándome a caminar. La casa frente a mí es enorme. Como... Jodidamente enorme.
Tiene cuatro pisos (¡cuatro! ¿Quién necesita tantos pisos?) y es de aspecto anticuado, haciéndola parecer un castillo. Tiene vallas de seguridad rodeándolas y varios guardias armados con pistolas enormes caminando por el recinto. El jardín es muy ostentoso, con un camino para el coche y una estatua de un ángel caído en la rotonda que da el giro hasta el garaje. El césped está perfectamente verde y brillante y el jardín sigue hasta la parte trasera de la casa.
Jesús. Ni siquiera en el internado para niñas ricas en el que estuve con quince años había tanto lujo.
Los guardias ni siquiera se inmutan cuando Bruno prácticamente me arrastra al interior del lugar. Al abrir la puerta, lo primero que nos recibe es un gigantesco ascensor con detalles en dorado, donde Bruno me mete sin mucho miramiento. El Consejero no entra, se queda en la primera planta y le dedica una mirada significativa a Hernández antes de que las puertas metálicas se cierren con nosotros dos dentro.
—No hay escaleras, ¿qué hacéis en caso de incendio? —alzo una ceja, mirando al Don por el rabillo del ojo. Él no me devuelve la mirada, mantiene los ojos en las puertas.
—Saltamos por la ventana.
Mi cuello se gira tan rápido que podría haberme causado una luxación y miro con los ojos casi salidos al mexicano. ¿Ha perdido la cabeza? Sin embargo, antes de que pueda llamarlo lunático o algo parecido, empieza a reírse a carcajadas. Ríe tanto que incluso se le escapa una lágrima.
—Es broma, Pandora, por el amor de Dios —respira hondo, recuperando el aliento—. Pero no voy a decirte dónde están las escaleras. El ascensor tiene una cámara que se conecta directamente que nuestros teléfonos, así que te atraparía antes de que si quiera terminaran de cerrarse las puertas.
Resoplo, indignada por que empiece a imaginarse mis ocurrencias.
—Qué te den. Voy a averiguar dónde están las malditas escaleras.
Él sólo ríe entre dientes. Cuando las puertas se abren, un suspiro de alivio casi escapa de entre mis labios. Compartir un espacio cerrado y pequeño con Bruno Hernández es cómo estar con una bomba a punto de explotar.
—Bienvenida a mi piso —me sonríe—. Espero que la decoración sea de tu agrado. No es demasiado italiana, pero el toque mexicano tiene su encanto, ¿no crees?
—No me gusta la decoración italiana. La mexicana todavía menos.
Avanzo dos pasos, adentrándome en el lugar y observando con agilidad lo máximo posible. Hay una cocina abierta que da al salón, solamente separada por una isla de mármol con dos sillas altas. Veo ventanas grandes, pero estamos en un cuarto piso, y saltar por una de ellas podría causarme una muerte inminente. Sin embargo, no lo descarto de cara a un futuro, si encuentro algo con lo que crear una cuerda o algo blando en lo que caer.
Veo cuatro puertas más, pero ninguna parece ser la de salida. Perfecto, resoplo con sarcasmo en mi mente, sólo una puerta. Y, a parte, no soy capaz de encontrar las malditas escaleras. ¡Tienen que haber escaleras! ¿Dónde...?
—¿Qué tipo de decoración te gusta, entonces? —me sobresalto, saliendo de mis pensamientos y viendo como Bruno cierra el ascensor con una especie de llave que se guarda en el bolsillo. Me encojo de hombros, guardando ese dato en mi cabeza.
—No soy fan de la decoración, en general.
—A mí madre solía gustarle mucho, por eso todo es tan pomposo.
—Vaya, ¿estamos en ese momento de la relación dónde nos contamos cosas personales y me invitas a cenar con tus padres? —suelto con sarcasmo.
Bruno se ríe con diversión. Parece demasiado risueño para ser un Don, no para de reír.
—Sígueme, te mostraré tu habitación, principessa —el mote italiano suena completamente burlón y casi quiero arrancarle la lengua. No me considero una italiana orgullosa y patriota, pero que se burlen de mi país tampoco resulta agradable.
—Vete al infierno, Hernández.
Vuelve a agarrarme del brazo, está vez sin ejercer demasiada fuerza, y me hace caminar hasta una de las puertas. Abre, empujándome levemente para que entre.
—Descansa un rato, Pandora, te avisaré cuando vayamos a cenar.
Él sale del cuarto, cerrando la puerta. Con llave, asumo por el chasquido que hace. Gruño con rabia, observando atentamente la habitación en la que me ha encerrado. Hay una gran ventana por la que mi cuerpo cabría a la perfección, pero me repito mentalmente que saltar de un cuarto piso sin ningún tipo de protección será la última opción. Hay una gran cama doble en el centro, con sábanas blancas impolutas, y dos mesitas de noche a cada lado. Me dirijo a las mesillas, abriendo los cajones para comprobar si algo puede servirme. Nada. Están completamente vacíos, pero la madera tal vez podría servirme para crear un arma.
Coloco el cajón en su sitio de nuevo, guardando la idea en mi mente, y también abro el armario que parece hecho con la misma caoba. Está vacío, sólo hay cuatro perchas de alambre colgadas. Rápidamente agarro una, intentando ver si puede aguantar mi peso para poder improvisar una especie de tirolina que me lleve hasta abajo, pero es demasiado endeble para soportarme. Sin embargo, si consigo doblarlo con agilidad, podría crear un pincho.
La otra puerta que hay, aparte de la de la salida, da a un baño simple. Un váter, un espejo, un armario junto a la pica y una bañera. Los cajones están vacíos y en la bañera sólo hay un bote de champú y otro de jabón. También hay dos rollos de papel de baño, pero eso no puede servirme para nada.
Resoplo, volviendo al cuarto. Decidiendo que necesito descansar antes de saltar por la ventana, (es broma, es broma), me dejo caer en la cómoda cama y mis ojos se cierran casi al instante.
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ZORRA (Mafia Mexicana 1)
Romance«Zorra». Así es como me han llamado siempre. No lo veo mal, en realidad. Simplemente es una prueba más de lo escurridiza e inteligente que soy. Sin embargo, por diferentes problemas, la zorra termina metiéndose en la boca del lobo. Una lucha entr...